Capítulo 1

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Zaida acababa de echar a perder su carrera, había suspendido ese año y no había septiembre que le ayudara a recuperar las materias que le habían quedado pendientes. Estudiar nunca fue su punto fuerte, ni siquiera sabía que hacía en la universidad. No quería ser una decepción para su familia, el dinero no sobraba y todos tenían empleos mal pagados por no tener estudios.

"Estudia para tener un futuro y ser alguien." Decía siempre su madre, quien se había quedado embarazada a loa dieciocho años y no pudo terminar sus estudios. Ella sabía de sobra lo que significaba ser joven y no tener oportunidades, y más teniendo una hija para criar.

Por eso Zaida había optado por la Universidad después de terminar un insufrible bachillerato de ciencias sociales. Se decantó por la geografía a pesar de que su primera opción siempre había sido la historia. Analizar, a partir de metodologías específicas, el espacio físico y social, le pareció más interesante que estudiar a un montón de muertos. Pues es dicha carrera se busca atender a los problemas ambientales y urbanos, proporcionando soluciones que contemplen las relaciones formadas entre la naturaleza y la sociedad.

Y allí estaba ella, en un bar, con ese vestido rojo que sus amigas tanto habían insisto en que se pusiera para la graduación de sus amigos que terminaban la carrera. Llevaba los tacones plateados en las manos porque después de todo el día tenía los pies acribillados y le dolían a más no poder. Ver como otros triunfaban y ella se quedaba en el camino no hizo más que traerle depresión y unas ganas inmensas de emborracharse para olvidarse de todo.

—Señorita, Guerra —esa varonil voz que creía haber escuchado antes la llamó, haciéndole mirar sobre su hombro de mala manera—. ¿Está sola?

—No me trates de usted, Álvaro —bufó antes de llevar la copa de tequila a sus labios y beberla de un tirón.

—Soy Alan —suspiró, pues recordaba a la perfección que ella había hablado de él con una de sus amigas en la graduación.

—Si, Alberto, ya lo sé —hizo un gesto con su mano para restarle importancia—. ¿Quieres algo o sólo vienes a molestar?

—Venía a ofrecerte transporte, estás muy borracha y no puedes conducir, tampoco me parece apropiado que pidas un taxi cuando yo puedo llevarte a casa.

—Mira, Antonio, no sé si esto suele funcionarte con las chicas pero a mí no me gusta que me lleven a casa ni me que me abran la puerta del coche... No todas las princesas buscan un príncipe que las haga sentir de la realeza, algunas solo buscan un desconocido que las moje.

El hombre se relamió los labios, estaba acostumbrado a tratar con mujeres pero en sus cinco sentidos, no tenía ni idea de cómo hablarle a una que iba pasada de copas y que tenía la lengua muy larga. Paciencia. Quizá sólo debería de ser paciente y no presionar demasiado.

—Supongo que eres de las segundas, ¿no es así?

—Si, tal cual, pero hoy tampoco estoy en busca de un Romeo con el que pasar la noche —sonrió con amargura—. Quizá la única solución sea vendarme los ojos e ir a ciegas.

—¿Eso te gusta? —quiso saber, intrigado.

—¿Ah? ¿Qué cosa, Armando?

Ni siquiera se molestó en corregirla, sabía que de ninguna de las veces había pronunciado bien su nombre y que probablemente lo estaba haciendo a propósito, pero eso no le molestaba, simplemente le parecía un juego divertido. Él también era un buen jugador y no dudaría en entrar a la partida si ella seguía invitándolo.

—Que te venden los ojos, ¿eso te gusta?

—No lo sé —admitió—. Salí con tíos raros pero nunca uno me hizo semejante cosa... Oh, uno una vez quiso chuparme un pie, de me bajó toda la calentita de sopetón. ¿A quien se le ocurre decirme en medio del acto si podía chuparme un pie?

Los fetiches no eran algo que sorprendieran a Alan, del lugar de donde venía todo estaba permitido, que se chupasen pies probablemente fuera de lo más normal.

—¿Qué es lo que buscas exactamente, Zaida? —preguntó, apoyando sus brazos sobre la barra y mirándola con interés—. ¿Que te venden los ojos y te abran las piernas?

Ella jadeó por su atrevimiento pero asintió, culparía al alcohol pero en realidad también lo quería. ¿Quién le diría que no a un hombre como él que tenía enfrente? Ella no, sin importar el estado en el que estuviese.

—No voy a follarte hoy, por muchas ganas que tenga de hacerlo —acercó sus labios a su mejilla y besó esta de forma delicada—. Anota mi número en tu teléfono y ya me escribirás mañana por la noche, cuando la resaca no esté matándote. Ahora levanta tu culo de la silla que voy a llevarte a casa.

—No tienes derecho a hacer eso.

—Zaida, si sigues aquí toda la noche no dudes en que permaneceré a tu lado, ¿sabes el riesgo que corres si te quedas aquí y en este estado de embriaguez? Desgraciadamente, esta sociedad es una mierda y cualquiera de estos cretinos intentará sobrepasarse contigo si te dejo... Así que no, no tengo derecho a nada pero soy el único con buenas intenciones que hay en este maldito bar.

Zaida supo que tenía razón, a veces ni siquiera pensaba en las consecuencias que tendrían sus acciones.

Esa fue su primera noche, una en donde no hubo contacto sexual por parte de los dos, una en donde Alan cuidó de Zaida como si la conociera de toda la vida. Una que sin saberlo los unió.

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