Capítulo 21

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Cuando abrió los ojos y no la vio a su lado se alertó, normalmente solía ser al revés, ¿no?  Pues bien, ella acababa de irse, dejándolo solo en la cama, sin ningún tipo de explicación.

Alan se sintió agobiado desde temprano. Lo de anoche había sido una mierda, era comprensible que huyera, ¿pero por qué? ¿Acaso él también era parte del problema?

Tomó su teléfono y buscó su contacto para llamarte, pero no respondió.

"Zaida, por el amor de Dios, respóndeme."

El mensaje había sido enviado, los dos tics no tardaron en volverse de color azul, debajo de su nombre marca un claro en línea. ¿Por qué tardaba tanto en responder a algo tan simple como lo eran esas palabras?

"Nos vemos a la hora de comer, invito yo."

—¿En serio? —enarcó sus cejas, sin saber cómo responder—. Joder, Zaida... ¿Y mi explicación del por qué no estás aquí?

Deja escapar un suspiro y se levanta de la cama, dejando su teléfono sobre la mesita. Camina hasta el armario y saca la ropa que se pondrá ese día, después va al baño para darse una ducha mañanera y despejar su mente a primera hora de la mañana.

Una vez vestido, se miró al espejo mientras se echaba colonia, sabiendo cuál sería su siguiente paso. Tomó su teléfono y lo guardó en su bolsillo, buscó las llaves de su coche y se puso en marcha.

Destino: Club Moleko.

El día era soleado, típico de principios de julio, la mayoría de las personas caminaban por la calle en sandalias y camiseta corta. Alan no, nunca había sido fan de las sandalias, le parecían un calzado ridículo y sus pies jamás se acomodarían en unas.

El club ese día no habría hasta la noche, así que le venía de perlas para poder hablar con su amigo como quería.

—¡Alan! —saludó Fiammenta nada mas verlo—. ¿Por qué no has avisado que venías, eh?

—Es una visita informal —sonrió de lado—. ¿Está Christopher?

—Si, si que lo está —asintió—. Estaba hablando con Zabdiel sobre Cyara, una de las nuevas camareras, es buena chica pero...

—La conozco, es la mejor amiga de mi novia.

—¿Tu novia? No sabía que tenías novia.

—Oh —se llevó una mano a la nuca al escuchar sus mismas palabras, le había salido sin siquiera pensarlo—, bueno, formalmente no lo es... Pero es como si lo fuera.

—Ya —soltó una risa por lo bajo y asintió—, entiendo perfectamente a lo que te refieres.

Él guardó sus manos en los bolsillos de su pantalón y caminó a su lado en silencio, no era difícil darse cuenta de la situación de la pelinegra, pero no iba a opinar, no eran historias en las que debía de meterse.

—Hasta aquí te puedo acompañar —alzó sus cejas—, suerte ahí dentro.

—Gracias, muñeca.

—No empieces tú también —pidió, haciéndolo reír.

Se acercó a la puerta y golpeó esta con sus nudillos, quien le abrió fue Zabdiel, sorprendido al verlo allí. Tomó su brazo para tirar de él hasta el interior.

—Que sorpresa verte por aquí, Alan, desde que te fuiste...

—Nada ha sido lo mismo, ¿eh? —se burló.

—No te flipes, Alan —sonrió Christopher—. Estoy seguro de que no estás aquí porque nos echas de menos, ¿me equivoco?

—He tenido un pequeño problema.

—¿De control?

—Si, control de la ira —murmuré avergonzado.

—Mierda —maldijo Zabdiel, poniendo una mano en mi hombro—. ¿Qué ha pasado?

—Mi padre intentó abusar de mi novia y me puse mal... Por un momento pensé que no sería capaz de detenerme.

De vuelta la palabra novia, pero esta vez a nadie le sorprendió, el mayor ya se lo había escuchado antes a dicha rubia así que no tenía necesidad de hacer ningún comentario.

—¿Y por qué te detuviste, Alan? —enarcó una ceja—. Yo lo habría matado, sin importar que sea mi padre, hay cosas que simplemente no merecen la pena.

—Estaba aterrada —susurró, pasándose una mano por el rostro—. Sus ojitos me mostraron miedo, yo no quiero que me tenga miedo... Pero no pude controlarme, de verdad que no, solo de pensarlo me hierve la sangre.

—Repito, Alan, ¿por qué te detuviste?

Su voz era dura y su tono insistente, quería llegar al fondo del asunto, quería que lo soltara de una vez para sentirse mejor consigo mismo.

—Por ella, porque recordé que estaba allí y no se merecía eso —admitió en voz baja.

—Te controlaste por ella —asintió ligeramente con la cabeza—. Es decir, si ella no hubiera estado ahí no lo habrías conseguido. Déjame decirte algo, si no eres capaz de dominarte a ti mismo... Entonces no lo intentes con otra persona.

—Christopher —advirtió Zabdiel al escucharlo—, ¿No crees que estás siendo un poco duro?

Él negó con la cabeza y después clavó su mirada en el chico de cabello alborotado, pasándole a él la pregunta que acababa de hacer el otro maestro.

—Está siendo realista —tragó saliva.

—Exacto, Alan, porque la seguridad de con quien estés es la prioridad. ¿Cómo van las cosas con ella? —ladeó su cabeza—. Además de rápido, claro, porque ya le has presentado a tus padres.

—Bien, además de rápido, van bien —admitió con una sonrisita en los labios.

—¿En todos los sentidos?

—Si, no he perdido el control, no tienes que preocuparte por eso —prometió—. Todo lo contrario, con ella me siento en paz, toda la armonía del mundo está con nosotros cuando estamos juntos.

Se miraron durante unos segundos, fue entonces cuando Christopher soltó una risa y negó con la cabeza.

—Joder, pues va a tener razón la niña con carita de ángel —respondió burlón—, estás enamorado.

—Creo que si lo estoy —admitió—, pero no debo de arriesgarme.

—Y estás tonto, también.

—Hay que amar, Alan, la vida es muy corta como para no permitirte amar a quien amas —aconsejó Zabdiel.

—No quiero ser una distracción para ella, tiene asuntos más importantes a los que atender y yo...

—Odio las excusas, ¿tú que dices, Zabdiel?

—Yo también las odio.

—Yo os odio a vosotros, ya que estamos.

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