Capítulo 28

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El verano se había pasado volando y los últimos días de agosto se estaban viviendo con tensión. Zaida se sentía preparada para los exámenes del día tres de septiembre, pero aún así sentía los nervios más presentes que nunca. ¿Y si la cagaba? ¿Y si se quedaba en blanco? ¿Y si...?

—Regresa —Alan chasquea sus dedos frente a ella para hacerle volver a la realidad, las ideas todavía flotaban por su mente pero al menos ahora no estaba tan centrada en ellas—. ¿Otra vez con tus paranoias?

—No son paranoias —replicó.

—Princesa, claro que lo son —respondió con un toque burlón—. Tienes suerte de que esté aquí para liberar tu mente una vez más...

La propuesta quedó en el aire porque tan pronto lo dijo, el teléfono del dominante sonó antes de que ella pudiera decir algo. Ni siquiera se molestó en mirarlo, pero Zaida si que lo hizo.

—Número desconocido —indicó—. ¿No vas a responder?

—No hay que hablar con desconocidos —alzó sus cejas con diversión.

—Ya, claro —chasqueó su lengua—. Entonces responderé yo.

Tomó el teléfono dispuesta a presionar el botón y aceptar la llamada, pero Alan fue rápido el arrebatárselo de las manos. Sus alertas saltaron.

¿Desde cuando él hacía ese tipo de cosas?

Si lo que menos le importaba era su privacidad cuando se trataba de ella.

—Alan...

—Déjalo estar, Zaida.

—Acabas de quitarme el teléfono de las manos, no puedes pretender que lo deje estar –señaló—. ¿Por qué no has respondido? ¿Por qué no me dejaste a mi responder? Podía ser algo importante.

—Si fuera importante lo tendría entre mis contactos.

—No te creo —espetó, cruzándose de brazos y mirándolo de manera desafiante.

Alan le sostuvo la mirada durante unos instantes sin siquiera parpadear, si jugaban a ese juego no iba a doblegarse.

Todos tenemos algo de lo que nos avergonzamos, algo que simplemente queremos que los demás no sepan sobre nosotros, sobre nuestras vidas. Alan estaba en ese momento, porque sabía a la perfección de quien era el número de teléfono que lo había llamado, lo que no sabía era porqué lo había hecho. Las cosas habían quedado claras. Todo estaba bien, no necesitaba que todo diera la vuelta una vez más. Había fantasmas que era mejor enterrar.

El teléfono volvió a sonar, esta vez en su mano. Rompió el contacto visual para rechazar la llamada, Zaida aprovechó el momento para quitarle el móvil de las manos y responder a la llamada al tiempo que se ponía de pie.

—¡Zaida! —gritó al verla correr hacia el baño y encerrarse allí—. Mierda.

La morena apoyó su espalda en la puerta y se llevó el teléfono a la oreja dispuesta a hablarle a la persona que estaba al otro lado de la línea.

—¿Alan? —la voz femenina se le hizo conocida, fue incapaz de pronunciar palabra al respecto—. Oye, sé que ha pasado algún tiempo, entiendo que no quieras hablarme. Lo que pasó debe de quedarse entre nosotros, está a punto de finalizar el verano y la vuelta a clases está al caer. No quiero problemas, no sabes cuanto me ha costado llegar a donde estoy ahora —suelta un pesado suspiro—. Por favor, no digas nada, hagamos como que esto no ha pasado.

Entonces Zaida cayó en cuenta de quien se trataba, esa voz ya la había escuchado en numerosas ocasiones durante el año. Era Lidia, su profesora de Economía e historia de la economía.  La que también le había suspendido su materia aunque de media tuviese un 4'65. La mujer que tan mal le caía, junto a las demás profesoras, claro.

Alejó el móvil de su oreja y colgó la llamada, sin poder seguir escuchando. Había tenido suficiente. Ya no podría soportar escuchar unas palabra más de su parte.

¿Por qué tenía que enterarse de esto unos días entes de su examen? ¿Era el destino que le jugaba una mala pasada?

—Zaida, por favor —susurró Alan al otro lado de la puerta, por un momento se había olvidado de que estaba ahí.

Tragó saliva, sabiendo que tenía que enfrentarse si o si a lo que venía a continuación. Tomó aire, calmándose, pensando en que las cosas tal vez no eran como pensaba. ¿Pero como iban a ser sino? Ella había hablado muy claro.

Que no se enteren que mi trabajo depende de si tú hablas o te quedas callado.

Abrió la puerta y suspiró al encontrar su rostro lleno de preocupación mirándola.

—Puedo explicártelo todo, de verdad, no saques conclusiones antes de tiempo porque me vas a partir el alma —habló, sintiendo como todo el peso le caía en los hombros, un peso que estaba intentando soportar.

—Te has follado a la profesora de economía —soltó, dejando el teléfono encima de la mesita, dejó escapar una risa irónica y meneó su cabeza—. Alan, ¿en qué coño estabas pensando?

—No sabía que era profesora —se justificó—. Ella estaba en el club con unos amigos y tuvimos nuestra noche. Conectamos, a ella le gustaba lo mismo que a mi, así que lo seguimos haciendo... Te estoy hablando del verano pasado. Hasta que un día dejó de ir al club y yo también, porque ambos teníamos cosas que hacer, ella trabajar y yo ir a clases. No sé quién se asustó más al cruzarnos por los pasillos de la Universidad o por el campus.

—¿Solo fue sexo?

—Claro, jamás nos interesamos siquiera por saber nuestros nombres —suspiró—. Sé que no estuvo bien, pero yo no sabía que esto pasaría.

—Esta señora es mi profesora —señaló Zaida, pasándose una mano por el cabello—. ¿Qué pasará ahora? Tengo un examen con ella en unos días, tal vez...

—No te atrevas a decirlo. Has estudiado mucho para todas ls materias, no vas a suspender ninguna ni dejarás tampoco que te suspendan, no pueden hacerlo, si lo hacen estarán cometiendo grandes injusticias. Puedo hablar con ella personalmente si eso te deja tranquila.

—¡No! Puedo hacerlo yo sola, no quiero que interfieras en mis estudios —pidió—. Solo... Es raro saber que te has follado a mi profesora.

—Tenía malos gustos, ¿eh? —cuestionó burlón—. Menos mal que llegaste tú para hacerme diferenciar entre lo bueno y lo común. 

—Eres un idiota encantador —mordió su labio inferior, dejándose caer nuevamente en la cama—. Ahora vamos a estudiar una vez más economía, solo por si acaso.

Alan se carcajeó al escucharla, sabía que era una broma, aunque en el fondo no solo bromeaba. Tenía miedo por ese examen. Era lógico. Lidia nunca había sido compasiva con sus alumnos, mucho menos con los que suspendían su materia. Zaida las tenía de perder, pero ella jugaba con ventaja esta vez.

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