2. La influencia del dolor

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Capítulo 2. La influencia del dolor 

Las almas puras se contaminan. Las almas contaminadas aman contagiar. 

Y cuando dos almas contaminadas se juntan, que el cielo te ampare.


Las luces de los faros chocan contra la ventana y se fragmentan en finas líneas. 

Sigo el recorrido de la luz con un dedo y me percato de la uña rota y del pedazo de piel roja lastimada. 

—¿A dónde vamos?

Tai se mantiene en silencio mientras conduce por la carretera de tierra. Prefiero el ruido que amortigua la sensación de inquietud por pensar en Erick. 

No quiero terminar como él. Vivo pero sin estarlo por completo. 

—¿Vas a enseñarme a alguien más que tienes encerrado en alguna parte? 

—Alégrate de no tener un collar en tu pie. —Me mirar de soslayo con sus ojos azules que te dejan enviciada por más.

—No necesito un collar para sentirme prisionera. 

—Te gusta jugar con fuego. 

Vuelvo mi atención al frente cuando el camino cambia bruscamente a uno más placentero. 

Cruzamos un puente de madera que parece no tener fin. 

—Creí que eso era bastante obvio —digo sin ánimo—. ¿Por algún motivo importante llevo un vestido con escote? 

—Te queda bien. 

—Siempre esquivando las preguntas. 

La esquina de su boca tiembla pero no se eleva por completo. Los nudillos de su mano aprietan unos segundos el volante y la afloja.

—Necesito que crees una distracción. Es lo menos que puedes hacer después de haber robado algo que no te pertenecía. 

—¿No estaba Sebastiano involucrado en eso? —digo lo que recuerdo que me contó Layla. Dudo que me haya mentido. 

Tai se pasa una mano por los ojos, como si intentará quitarse la exasperación. 

—Él siempre jugó a la defensiva. Por eso nos engañó e intentó quedarse él solo con la investigación. 

—Nunca confío en nadie. 

—Entiendo por qué lo hizo. —Detecto el sarcasmo en su voz—. Solo que no supo con exactitud con quién se metía. Quiso unirse con los Bellucci, pelear contra nosotros y ganar. 

—Alerta de spoiler: no lo logró. 

Una fuerte luz se ve a unos metros. 

Tai acelera hasta que la luz empieza a tomar forma y un barco de gran extensión se ve al final del puente y este se convierte en un muelle, directo a la embarcación. 

La longitud del barco enseña en la parte trasera a decenas de autos aparcados. 

Tai desacelera hasta llegar a uno de los valets que esperan para llevar a los autos al interior. 

Me abren la puerta y salgo tomando mi tiempo. 

El vestido que uso se mezcla con el de otras mujeres que están más arregladas que yo. 

Tai me sujeta del brazo, casi puedes creer que es un gesto de cariño, pero el agarre es firme, casi diciendo que no me aleje ni que intente correr. 

—Si, no lo logró —continúa con la conversación Tai mientras subimos la rampa hacia el interior del barco—. Sebastiano era peligroso y esa fue su condena. 

Barracuda ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora