Desastres.

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Con la caída de la noche, Hisui se había transformado en un lugar completamente distinto. Tranquilo y apacible, pero extremadamente peligroso. Los Pokémon nocturnos comenzaban a salir de sus madrigueras en busca de alimento y si alguno los estaba acechando entre las sombras, no conseguirían detectarlo hasta que fuera demasiado tarde.

Aun así, Hona agradecía inmensamente la calma que los rodeaba a pesar del peligro, el silencio, que solo se rompía de vez en cuando por los aullidos de las criaturas o el susurro del viento, le recordaba demasiado a la infancia que perdió tiempo atrás. La joven suspiró y se guardó las manos en los bolsillos del pantalón del uniforme de la Compañía Ginkgo.

¿Cuánto había pasado desde que decidió abandonar el Clan Diamante para unirse a ese grupo de mercaderes errantes? No lo recordaba con exactitud, tal vez años, pero el recuerdo de Adamas la seguía atormentando día tras día. Recordaba a la perfección su rostro enfurecido, sus ojos castaños empañados de lágrimas, el temblor de su voz mientras pronunciaba lentamente que quedaba exiliada y jamás podría regresar.

Hona se aclaró la garganta, librándose del nudo que se le había formado en la garganta y regresando al presente. Alzó la mirada hacia el cielo plagado de estrellas, las guías, incluso protectoras, de los estúpidos con el suficiente valor, o desesperación, de enfrentarse a las bestias de la noche, en ese caso, Volus y ella.

Los cascos de Rapidash resonaban a su lado en armonía con el resto del mundo, el fuego de su crin les permitía avanzar sin miedo a tropezar o caerse por algún agujero. Umbreon, por el contrario, se encontraba totalmente erguido sobre la grupa del equino, observando con sus grandes ojos amarillos cualquier movimiento que se produjera entre la maleza.

—¿No crees que deberíamos descansar ya? —la voz de Volus se escuchó a su espalda. Hona se giró, varios mechones rizados se escaparon del moño que sostenía su cabello imposible de doblegar por la gorra.

—Si paramos ya, es muy probable que no lleguemos a Villa Jubileo a tiempo —respondió en apenas un susurro. Volus dejó caer los brazos.

—Ay, venga ya, ¿no estás cansada? Llevamos horas andando.

Realmente sí lo estaba. Sentía cómo le ardían las plantas de los pies mientras las agujetas le trepaban a lo largo de las piernas cubiertas de moratones y heridas. Bajar el Monte Corona no había sido tarea fácil, mucho menos cuando transportabas una mochila a rebosar de nueva mercancía o dinero. Afortunadamente, todos los miembros de la Compañía tenían uno o varios Pokémon que ayudaran con la carga. Bueno, o casi todos. Volus solo iba acompañado por un Togepi y todavía había sido incapaz de hacerse con un nuevo compañero.

—Sí, pero la verdad es que me da mucho más miedo la idea de que el jefe nos mate por llegar tarde —replicó la joven.

Volus se llevó las manos a la nuca, observando con sus enormes ojos amarillos el basto cielo estrellado que se alzaba sobre sus cabezas. Hona jamás se cansaría de contemplarlo. Una sonrisilla burlona se le dibujó en el rostro bañado por la luz del fuego.

—¿Qué es lo peor que puede hacernos?

—¿Además de despedirnos?

—Bueno, en el muy improbable caso de que eso ocurra, nos dará el suficiente tiempo para estudiar las ruinas de Hisui, ¿no crees? —la emoción se le reflejaba en la voz—. Podríamos investigar las leyendas de la región, aprender las tradiciones de quienes habitaron estas tierras desde su origen, comprender a los dioses de estas tierras.

Hona abrió la boca solo para cerrarla al instante, después de que Volus se adelantara a decir por ella:

—Es cierto, tú has nacido aquí, será un tema del que estás bastante familiarizada.

Oro y sangre [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora