El Templo de Sinnoh.

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Salir sin ser descubiertos no fue una tarea sencilla. La gran mayoría de miembros del Equipo Galaxia se encontraba en la base, casi todos encerrados en sus respectivas habitaciones mientras esperaban a que la tormenta pasara de una vez por todas, pero los pocos que continuaban vagando a lo largo de los pasillos fueron un auténtico problema, tanto, que se vieron obligados a saltar por una de las ventanas con tal de no ser descubiertos.

En cuanto pusieron un pie en el exterior, la tromba de agua los caló hasta los huesos. Columnas de vaho escapaban de sus labios temblorosos, hacía demasiado frío, sin embargo, no se detuvieron. Las calles embarradas estaban completamente vacías, los comercios y los hogares cerrados a cal y canto, moverse con la ropa pegada a la piel era una acción demasiado complicada. Hona ni siquiera consiguió ver a la anciana del altar, fiel a su causa a pesar de las desgracias que azotaban a la región. Tal vez se encontraba ahí, observándolos desde la lejanía, dispuesta a hablar con Sorbus sobre esa inesperada fuga. De ser así, lo descubrirían en el regreso.

Si es que conseguían regresar.

Aun corriendo a toda velocidad, tardaron horas en alcanzar la cima de Monte Corona. La lluvia dio paso a unas corrientes de viento que amenazaban con lanzarlos por los aires, incluso los Pokémon salvajes buscaron refugio en las cuevas o en sus madrigueras. Avanzar supuso un reto casi imposible, tanto, que Hona se vio obligada a regresar a Umbreon a su Pokéball. La pobre criatura se encontraba congelada y agotada, necesitaba un descanso urgente.

—¿Por qué no sacas a Rapidash? —gritó Volus tratando de elevar la voz sobre el aullido del viento—¡Iríamos mucho más rápido! —La joven negó con la cabeza, protegiéndose los ojos de la nieve que salía disparada.

—¡Necesitamos que nuestros Pokémon estén listos para lo que pueda pasar!

—¿¡De verdad piensas combatir contra lo que sea que esté provocando esto!?

—¡No, por supuesto que no!

Al menos no si no era necesario.

—¿¡Entonces!?

—¡Si necesitamos huir, tal vez nuestras piernas no sean lo suficientemente rápidas!

El eco de los pasos acelerados retumbó en las paredes de piedra de la cueva, el último obstáculo que se interponía entre los comerciantes y la cima de Monte Corona. Los Pokémon huían aterrados, incluso los Crobat alfa se mantenían a distancias prudenciales. Se suponía que aquello era una buena señal, no malgastarían un tiempo valioso en combatir bestias capaces de desmembrarlos de un solo mordisco, pero conforme se acercaban a la salida, respirar se volvía cada vez más complicado.

El aire era denso, casi peligroso. Una fuerza familiar parecía corromperlo y transformarlo en una esencia misteriosa no apta para almas mortales como ellos.

Hona se detuvo a escasos metros del final, podía ver la enorme pendiente que los llevaría al hogar de los dioses cubierta de nieve y hielo, sin embargo, las piernas no le respondían. Los músculos le ardían bajo la piel. Cada zancada se había transformado en el mismísimo infierno, como si docenas de agujas diminutas se le enterraran en las plantas de los pies, creando un dolor agónico que no se detenía hasta alcanzar el último rincón de su cuerpo dominado por tiritones.

Volus se detuvo a su lado, jadeando. Grandes columnas de vaho le brotaban de entre los labios que comenzaban a teñirse de azul. Hipotermia. Hona tragó, si no escapaban de ahí cuanto antes, morirían de frío.

—Mierda... —masculló la muchacha rebuscando en el zurrón que tomó prestado del Equipo Galaxia. Tenía los dedos rígidos, cerrarlos alrededor de la esfera de madera consiguió arrancarle un gruñido de dolor.

Oro y sangre [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora