Nunca he tenido un encuentro semejante al que tuve con Lautaro.
Venía de muy lejos, ...no, no venía de ningún lado. Fui raptado de mi aldea en África y vendido como esclavo en América.
No sabía hablar el idioma de los blancos pero aprendí rápidamente. En mi tribu tenías que ser hábil y rápido sino quedabas a tu suerte en la sabana.
Pero no hablemos más de mi, centremonos en Lautaro.
Yo había llegado a América junto a Pedro de Valdivia. Debería estar en el cuadro de la fundación de Santiago, pero asumo que debió ser muy vergonzoso poner un negro junto a tanto castellano ilustre.
En fin, ya estábamos asentados en Chile cuando lo conocí.
Era un niño de 11 años asustado, supongo, ya que después de que Valdivia matara a sus padres no demostró emoción alguna en su rostro excepto las lágrimas que salían de sus ojos.
Luego de eso, quedó como prisionero de los españoles.
Hablaba poco y cuando pasabas te quedaba mirando con esos ojos negros que te daban escalofríos en el cuerpo entero.
Con los españoles aprendió tácticas de guerra, el uso de las armas de fuego y a montar a caballo. Dios, era probablemente el mejor jinete de aquel entonces.
Pero no hablaba y eso lo convertía en objeto de burlas de los conquistadores hasta que un día aprovechando que Valdivia conversaba con sus capitanes, se dirigió a él en un perfecto castellano.
Esto dejo impresionado a Valdivia quien lo nombró su paje personal.
Durante un tiempo Lautaro vio que los españoles no sólo miraban en menos a su pueblo, también fue testigo de las burlas y los insultos a los que yo era sometido constantemente por mi origen y color de piel.
Eso nos dió una especie de complicidad sin mediar más que un sólo saludo.
Aunque una vez, cuestionó al cura del pueblo respecto del amor de Jesús sólo para los blancos.
El cura lo amarró y quiso azotarlo hasta que perdiera la conciencia, pero era sólo un joven y yo no estaba dispuesto a permitirlo.
Tome fuerte el látigo y le dije que a mi Jesús tampoco me quería porque no tenía los ojos azules como él.
Me amarraron junto con Lautaro pero llegó Valdivia y suspendió el castigo.
El cura lo retó hablándole que todos sabían que estaba en pecado ya que se acostaba con una mujer con quién no estaba casado.
Valdivia a su vez le recordó al cura sus largas confesiones con las prisioneras más jóvenes y la cosa se calmó.
Poco después Lautaro escapó y se convirtió en el más fiero enemigo de los españoles. El resto es historia.
Aunque si hablamos con la verdad, Lautaro no murió en el río Mataquito, yo le dije eso a Valdivia y que se lo había llevado el agua.
No lo volví a ver hasta que Valdivia y yo caímos prisioneros de Caupolicán.
Lautaro convenció a Caupolicán que me dejara en libertad.
Tiempo después nos volvimos a encontrar peleando por los Sapiens en la guerra civil y luego nuestros caminos se separaron definitivamente, hasta hoy, que me lo topé en la calle.
Intenté acercarme pero fue difícil- Lautaro, que haces acá, porque estás vestido así
- Me confunde usted con alguien más, mi nombre es Felipe.
- O sea pelo corto y ropa del siglo XXI pero ahí estás. No me recuerdas verdad?
- No se de qué me habla. Los doctores que me encontraron después del episodio, me dijeron que era normal estar amnésico. El Trabajador Social del Hospital me consiguió este trabajo hace tres años.
- Episodio???
- Mire voy atrasado, llevo mucho rato acá en el local y tengo que entregar unas papas fritas a un hombre en La Florida, así que bueno, ojalá que encuentre a su amigo.
Lautaro se había puesto el casco y estaba por arrancar su moto. No tuve otra opción que gritarle.
- Jesús sólo ama a los de ojos azules!!
Me quedó mirando y se sacó el casco.
Volví a repetir.- Jesús sólo ama a los de ojos azules.
- Y no le gustan los indios y los negros. Dijo asombrado.
Se bajó de su moto y caminó hacia mi.
Cuando estuvimos cerca, el puñetazo que me dió, hizo que mi nariz se reventara al instante.- Mire, no sé porqué dije eso. Pero no se me acerque más. He andado bien con la terapia nueva y los médicamentos.
Luego de eso, tomó su moto y se fue rápido esquivando los autos. El maldito dominaba tan bien a su máquina como a los caballos de Valdivia.
Me quedé sentado un segundo con la cabeza hacia arriba hasta que paró la sangre. Luego me levanté y fui a hablar con el dueño del local y le ofrecí dinero para que me avisara cuando apareciera de nuevo en su local.
No iba a dejar a Lautaro condenado a las entregas rápidas de comida y perder a tan formidable guerrero justo cuando Cerrin planeaba un apocalipsis mundial según lo que me había dicho Arturo Aravena unos días antes.
Lo buscaría nuevamente y lo haría recordar, tenía que volver a ser Lautaro y dejar de ser Felipe.
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Arturo Aravena: La Guerra Civil
Ficción históricahistoria complementaria de la trilogía de Arturo Aravena