Ya habíamos perdido la cuenta de cuantas tazas de café nos habíamos tomado, pero la conversación fluía de manera satisfactoria.
Lautaro en un momento dejó la taza en la mesa y me quedó mirando sin pestañear.
-Que pasó contigo en este tiempo-
Terminé de masticar mi sándwich.
-Al principio cuando me liberaste anduve por distintos lados tratando de sobrevivir, pero nadie le daba trabajo a un negro. De todas formas hacia las faenas que nadie quería hacer como limpiar las letrinas, enterrar a los muertos e incluso trabajé de llorón-
-Llorón- dijo Lautaro intrigado.
-Me contrataban para llorar en los velorios- dije algo avergonzado.
Ambos nos echamos a reír.
-Y quien es el famoso Aravena, ¿Cómo lo conociste?- preguntó intrigado
-Luego de muy duros momentos para poder vivir, el tiempo fue pasando y las normas sociales se fueron relajando, sobre todo cuando ya estaba instalada la colonia. Me había dado cuenta que mi cuerpo no envejecía y eso fue mas notorio en la siguientes décadas.
Luego de un tiempo pude ponerme al servicio de un criollo de la colonia como su paje. En una colonia tan pobre, tener a un negro de sirviente era símbolo de estatus y dinero.
Con él recorrí muchos lugares y hasta tuve una casa en Santiago, en la parte del Mapocho salvaje de aquel entonces. Hoy ya no existe, se la llevó Chicureo-
Lautaro se echó atrás en su sillón para ponerse cómodo con la historia.
-En esas andanzas un día, acompañé a mi amo hacia el sur, o sea el sur de los españoles, al norte de la frontera, a Cauquenes.
Ahí conocí a la ama de la casa, Joaquina, quien antes de las beatas se llamaba Dule y venía igual que yo de áfrica. Con mi amo nos quedamos unos meses, por cuestiones de negocios y sólo fue cuestión de tiempo antes de que nos hiciéramos amantes. Bastó unas semanas para enamorarnos como dos adolescentes-
- O sea Arturo Aravena es hijo tuyo- dijo Lautaro intrigado
-No, cuando conocí a Dule ella tenía a Arturo. Era un jovencito de 11 años.
Fue en mis noches furtivas con ella que un día le confié mi mayor secreto, que no envejecía-
-Y- dijo Lautaro entusiasmado con la historia.
-Me confesó que ella también y que pensaba que su hijo era de los nuestros. Me enseñó todo acerca de los Tempus y su disputa con los Sapiens, incluso me presentó a su amiga Mireya quien la había instruido en todo esto-
- O sea Aravena es en esencia un tempus de pura cepa- dijo Lautaro echándose hacia delante.
-De pura cepa no, era un mestizo, una mezcla muy rara y casi inexistente de dos espacies distintas, una anomalía- respondí bajando la cabeza.
-Dule estaba preocupada por él y pensaba que era mejor que se quedara oculto en Cauquenes el máximo tiempo posible, ojalá para siempre -
-Pero no pudo ser, asumo. Si no, no estarías hablando de él- acotó Lautaro.
- Así es. Cuando mi amo ya estaba por volver a Santiago, le rogué que se fuera conmigo, que nos lleváramos al niño, pero no quiso. Creía que Cauquenes era el mejor escondite para ella y su hijo-
-Pero se equivocó, ¿verdad?- preguntó Lautaro satisfecho.
- No supe de ella por los próximos tres años, hasta que Mireya llegó a las puertas de la casa de mi amo en Santiago. Traía noticias de Dule y me pedía que viajara a Cauquenes.
Hablé con mi amo y lo convencí de que me dejara viajar. No sin antes tener que conseguirle unas damas de compañía negras de las que tanto gustaba, auspiciadas por mi.
Al llegar a Cauquenes me encontré con una Dule desconsolada ya que su hijo se había caído del caballo durante la visita a su marido de Antoine Cerrín. Le pregunté quien era y me dijo que también era su hijo, otro mestizo, pero la maldad encarnada en su corazón.
Dule me explicó que si bien los Tempus pueden vivir mucho tiempo, no lo hacen eternamente y que ella había decidido morir por su hijo.
Esperamos la noche y Mireya realizó la transfusión de sangre. No como las de ahora, fue una carnicería pero Arturo sobrevivió.
Antes de morir, Dule me hizo jurarle que estría cerca de su hijo, pero sin que lo supiera y que lo protegiera de Cerrín.
Así lo hice durante décadas hasta que inevitablemente nos conocimos en la guerra del pacífico. El ya sabía de su herencia Tempus y yo terminé de enseñarle. Estuvo en contacto hasta 1976 y luego desapareció hasta hace dos días que me envío el mansaje y me habló de los planes de Cerrin en México.
-Amaste mucho a su madre creo- dijo Lautaro abatido.
- La amé intensamente y creo que aún la amo- respondí con la mirada perdida en las patas de la mesa.
De pronto pese a ser verano, sentí mi corazón muy helado.
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Arturo Aravena: La Guerra Civil
أدب تاريخيhistoria complementaria de la trilogía de Arturo Aravena