Uno.

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𝑲𝒊𝒉𝒚𝒖𝒏.

No sé de qué hablar... ¿De la muerte o del amor?, ¿No es lo mismo?, ¿De qué?
Nos habíamos casado no hacía mucho. Aún éramos de esos que iban agarrados de la mano por las calles, siempre juntos.

De repente, me entraban esas inmensas ganas de tomar su cara y repetirle «𝑻𝒆 𝒂𝒎𝒐» tantas veces fueran posibles.

Pero aún no sabía cuánto realmente le amaba.

Ni me lo imaginaba.

Vivíamos en la residencia de bomberos donde él trabajaba, en el piso de arriba, junto a otras tres familias jóvenes, con una sola cocinita para todos. En el bajo estaban los coches, unos camiones enormes de bomberos. Ese era él, su trabajo, yo, siempre estaba al corriente, dónde se encontraba, qué le pasaba...

A mitad de la noche, oí un ruido. Gritos. Miré por la ventana. Él me vió.

-Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Volveré pronto.

No pude ver la explosión, sólo las llamas, el cielo entero se había iluminado, un calor horroroso, y él seguía sin regresar.

Acudió ahí sin trajes especiales, de lona recuerdo que eran, fue para allá tal como iba, en camisa, nadie le advirtió... Era un aviso de incendio normal.

Las cuatro.
Las cinco.
Las seis.

A las 6 tuve la intención de ver a sus padres, hablar con ellos, plantar patatas, recoger algunas cosas suyas.

Desde nuestra ciudad, Pripiat, hasta la aldea de mis suegros, Sperizhie hay 40 kilómetros, allá sembrábamos, arábamos, él lo amaba, por las tardes, sentado junto a la chimenea, sacaba una pequeña guitarra, y cantaba, cantaba mucho, y yo, podría pasar mil horas escuchándolo, una y otra vez.

A veces me parece oír su voz...
Oírle vivo...
Ni siquiera las fotografías me traen tanto efecto como la voz...
Aunque nunca volverá a llamar.

Las siete.

A las siete me comunicaron que ya estaba en el hospital.

Corrí hacia allí, pero para entonces, el hospital entero había sido acordonado, no pasaba nadie, sólo entraban las ambulancias, los militares gritaban.

- ¡Los coches están iradiados, no se acerquen!

No sólo era yo, vinieron muchas, muchísimas personas, cuyos maridos habían ido aquella noche a la central.

Corrí hacia una conocida que trabajaba en aquél lugar. La tomé de la bata en cuanto me acerqué lo suficiente.

-¡Déjame pasar!

-¡No puedo!, Está mal. Todos están mal.

Yo la tenía agarrada, con una fuerza sobrenatural.

-¡Sólo quiero verlo!

-Bueno -me dice-, corre. Quince minutos máximo.

Lo ví.

Allí, en aquella cama.

Lo ví, con mis propios ojos.

Estaba hinchado, todo inflamado, casi no tenía ojos.

Y yo casi no tenía palabras.

-¡Leche, mucha leche, que beba al menos tres litros! -me dijo una de las esposas que había llegado conmigo-.

-Pero él no toma leche.

-Pues ahora la tendrá que beber.

Muchos médicos, enfermeras que trabajaban ahí, al cabo de un tiempo, enfermaban y morían... Pero entonces nadie lo sabía.

A las diez de la mañana murió el primer técnico.

Fue el primero, al primer día, luego supimos que, bajo los escombros había quedado otro, no logró salir.

Pero entonces, aún no sabíamos que ellos serían los primeros.

Y tampoco quise pensarlo, todo el, era tan mío, no lograba llenarme de él, aún no, y tal vez nunca lo haría.

Sólo quería tomarle entre mis manos una vez más, y repetirle

«𝑻𝒆 𝒂𝒎𝒐, 𝒕𝒆 𝒂𝒎𝒐, 𝒕𝒆 𝒂𝒎𝒐...»


Hola, les habla Mango.
Gracias por tomar el tiempo de leer este capítulo, espero que esté siendo de su agrado, gracias a las personas que me motivaron a subir esto, probablemente siga actualizando pronto, siempre y cuando vea apoyo, claro.
¿Alguna recomendación, chisme, comentario o pregunta? Sientanse libres de dejarlo aquí.
¡Nos vemos pronto! c:
사랑헤요. ❤︎

- 𝓜𝓪𝓷𝓰𝓸𝓣𝓪𝓷𝓰𝓸.🐝

𝑩𝒂𝒋𝒐 𝒍𝒂𝒔 𝒓𝒂𝒊𝒄𝒆𝒔. (𝑺𝒉𝒐𝒘𝒌𝒊)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora