Tamborileaba el volante al son de la música que salía por la radio con la emisora de Remember 2000, la cual no podía cambiar desde que había conseguido aquella camioneta cuando Tarren se compró su Ford después de pasar por un año entero trabajando las veinticuatro horas hasta conseguirlo.
Retiré una de mis manos del volante para buscar en el bolso que había dejado en el asiento del copiloto las gafas de sol. En Lakeside no existía la primera, pasaban del invierno al verano en una sola noche. Y a principios de junio, el sol ardía con fuerza desde bien temprano.
Me coloqué las gafas de sol sin dejar de mirar a la carretera que tenía delante sintiendo cada vez que me acercaba un revuelto de emociones que se arremolinaban en mi estómago.
Había tenido que trabajar todo el semestre incluyendo mis horas de descanso para poder permitirme hacer ese viaje tan largo y pasarme casi tres meses. Y ahí estaba, a punto de coger la entrada que me llevaba al lugar donde había nacido y crecido.
Había tenido que renunciar a mi trabajo en la universidad para poder permitirme unas largas vacaciones en casa, porque tanto mi jefe como yo sabíamos que no podía mantener mi puesto hasta que volviera. Pero, esa era una preocupación que no iba a tener hasta que fuera el momento.
En ese entonces, estaba a punto de llegar a Lakeside. Un año después de haber empezado la universidad.
Party in the U.S.A de Miley Cyrus pasó a un segundo plano cuando mi móvil comenzó a sonar. Bajé el volumen de la radio y contesté poniendo el manos libres.
—¿Cariño? — la voz de papá sonó por toda la camioneta.
Fruncí el ceño sin apartar la vista de la carretera. Él sabía que estaba conduciendo de camino a casa y no le gustaba llamar si sabía que íbamos al volante para no desconcentrarnos.
—¿Todo bien? — pregunté. Hizo un sonido que entendí como un Sí —. Estoy a una hora.
—¿Sigues conduciendo? — fue mi turno de murmurar una afirmación —. ¿Por qué has contestado?
Rodé los ojos sabiendo lo que venía a continuación.
—¿Puedes echarme la bronca cuando llegue? Estaba escuchando una canción que me gustaba — le interrumpí haciendo un puchero con el labio inferior, aunque él no me estuviera viendo.
—Claro que hablaremos cuando llegues... — comentó y por unos segundos dejé de escuchar como no sólo enumeraba las mil razones por qué no debería contestar el teléfono cuando iba conduciendo, sino también por qué estaba siendo tan superficial.
Podía recitar todas las discusiones que había tenido con mi padre en los dos últimos años de memoria. Él se quejaba que no le hacía caso y yo solo sonreía y le comentaba algo como que mis uñas eran más importantes que comprobar si el jardinero estaba haciendo el trabajo bien o lo estaba estafando.
Había sido así también cuando me llamaba una vez a la semana para preguntarme cómo me estaba yendo en la universidad y para no tener que estar mucho rato al teléfono le comentaba que me había de compras y que me había ido a hacer mechas. Estaba deseando ver su cara cuando descubriera que mi cabello seguía siendo el que tenía y que solo me lo había dejado crecer.
—Eh, Henry... — lo llamé por su nombre, cosa que tampoco soportaba demasiado bien. Al otro lado de la línea se escuchó un gruñido pero conseguí su atención —. Estoy desatendiendo la carretera, así que voy a colgarte.
—Voy a preparar la comida — comunicó y colgó.
Le eché un vistazo a mis uñas pintadas de un esmalte transparente el cual había elegido para pasar todo el verano sin tener que preocuparme por ellas o al menos teniendo la excusa perfecta para marcharme de casa si las cosas se volvían muy insoportables. Subí el volumen de la radio antes de ponerme a pensar en lo que me podía esperar cuando llegara.
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El arte de mentirnos
Fiksi RemajaBrooke ha sido siempre la superficial e insensible de la familia que solo se preocupa por sus uñas, su cabello y su cuenta bancaria. Pero cuando vuelve a casa a pasar el verano con sus amigos descubre que su hermano, el modelo a seguir, está a la de...