Capítulo 1

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Era una noche muy fría, se acercaba el invierno y las nubes que tapaban las estrellas amenazaban con romper a llover en cualquier momento, muy a pesar del clima había alguien que se vio obligado a salir de la comodidad de su hogar.

Rafael es una tortuga mordedora mutante, ya no recuerda mucho de cuando era pequeño, fue abandonado o quizás extraviado en una noche tormentosa, la lluvia lo arrastró hacia las alcantarillas, donde gracias a sus instintos pudo sobrevivir. Anhelaba el mundo de arriba, aprendió a hablar escuchando a los humanos y aprovechaba al máximo todas las cosas que caían de la superficie. El musgo, los insectos y el agua del desagüe eran todo lo que tenía, pero era suficiente para existir. Solía entablar conversaciones con las ratas, quienes se le acercaban sin miedo y le hacían compañía cuando se sentía solo y triste. Quiso aprender a leer y lo hiso, pero le costaba tanto juntar las letras que rara vez lo hacía. A los 8 años, recorriendo su mundo subterráneo, encontró una escalera que daba a un callejón, se armó de valor y subió, su nariz se llenó de los más maravillosos y extraños olores. Miró el cielo y admiró las estrellas, se sentía muy feliz, siguió su olfato y se acercó a un contenedor de basura, escaló como pudo, y entre las bolsas negras y el resto de los trastos había una caja cuadrada entreabierta de la que salía un celestial aroma, dentro, un triángulo de masa, queso derretido, jamón, salsa de tomate, aceitunas y pepperoni le esperaba. ya estaba fría y algo dura, pero eso no detuvo a Rafa de darle un mordisco ¡¡NO MÁS MUSGO E INSECTOS PARA ESTA TORTUGUITA!! cualquier comida que haya probado era insípida y repulsiva en comparación a un trozo de pizza que sacó de la basura. Fue así como convirtió en tradición salir de las alcantarillas para conseguir comida decente, recorría las calles cuando caía la noche, recolectaba todo lo que le parecía útil y se iba.

Aprendió por las malas que los humanos…pueees, no están listos para una tortuga gigante, así que a medida que crecía logró dominar el arte de esconderse, desaparecer de los ojos de la gente usando las sombras. Se hizo mucho, MUCHO, más grande y fuerte con el tiempo, a los 13 años ya estaba alcanzando los 2 metros de altura, su caparazón era grueso, su musculatura se tonificó y sus dientes, algo chuecos, le daban gran poder a su mordida. Y hoy, con 15 años, acostumbrado a su estilo de vida y con mucha hambre subió a la superficie, sin tener idea de que su rutina sufriría un giro inesperado.

Se deslizaba por las azoteas buscando un buen lugar donde conseguir algo de comer, confía en lo que su nariz le dice, pero ha de apresurarse, si comenzaba a llover los olores se mezclarán y será más difícil encon…trar…un momento.

¿Qué es esto? ¿Qué es ese olor? Rafa detuvo su carrera y dirigió su vista hacia el depósito de chatarra que estaba a un par de calles, sentía que tenía que ir, pero no sabía por qué…no importa, saltó hacia un poste de luz, bajó con cuidado de no romperlo y aprovechó que no había nadie en las calles para tomar un atajo. Brincó la alambrada con facilidad y se ocultó tras las pilas de autos oxidados, habían 2 o 3 humanos en el lugar, pero no lo habían visto, siguió el aroma cautelosamente y cuando al fin encontró “eso” estaba estupefacto, sorprendido y algo confundido. Acercó su nariz para verificar, olfateaba rápidamente, como un perro olfatea un misterio, y luego extendió su mano ¡Eran tres pequeñas tortuguitas! todas de distintos colores y formas, ni siquiera se parecían a él, pero eran tortugas a fin de cuentas.

Estaban dentro de un auto destartalado, cubiertos a duras penas, amontonados unos sobre otros para darse calor, aunque, muy a pesar de eso, se sentían fríos. Rafa miró en varias direcciones para asegurarse de que fuese seguro y regresó la vista a las tortugas, dormidas y temblando, sin darse cuenta comenzó a llover, primero suave y luego torrencialmente, causando que la temperatura bajara de golpe. El barro comenzó a formarse bajo sus pies, el ruido de las gotas chocar con el techo del vehículo despertó a las tortuguitas e inmediatamente comenzaron a llorar desconsoladamente. ¿Qué debería hacer? no puedes dejarlos ahí, morirán, si el frio no los mata entonces será el hambre, los perros callejeros o los humanos, no están seguros aquí…Pero ¿y su madre? ¿Qué tal si viene por ellos? NO, si tuvieran una madre no los abandonaría así.

Rafa debatía mentalmente, el llanto comenzó a intensificarse y la enorme tortuga mordedora no tuvo más remedio que tomarlos y arrullarlos con su capa para darles calor, escuchó gente acercarse, pero fue veloz y salió de ahí, sus huellas de apoco se fueron borrando por el agua, escapó y ya más seguro en los callejones paró a descansar y ver a los pequeños. Habían dejado de llorar, es más, uno de ellos (él más pequeño) le sonrió al verle, le faltaba un dientecito. Rafa sintió una hermosa calidez en el pecho y le devolvió la sonrisa. Entonces lo decidió, protegería a estas 3 tortuguitas con su vida y las cuidaría con todo el amor con el que hubiese querido crecer.
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...dejaré este capítulo por aquí y...

*se va*

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