3

101 42 37
                                        

¿Qué ha sido de ti?

Valentina

Siempre he sido la última en llegar a todo. La puntualidad no es mi fuerte.

   —Por favor, Nina. ¡Llegaremos tarde! —insiste Raquel, quién lleva más de media hora lista.

   —Rachi, lo lamento, pero necesito encontrar los lentes. —respondo desesperada buscando entre mis cosas— Sé que dejé el estuche por aquí. ¡Ah! ¡Maldita miopía! —balbuceo— ¿Por qué no se adelantan? Yo iré en un taxi.

   —¿Segura? —pregunta ella, sumamente preocupada.

   —¡Ay, claro! Conozco este barrio, aún tengo calle. Tu tranquila. —respondo con seguridad.

La puerta se cierra justo cuando localizo la cajita con los lentes de contacto. Al abrirla encuentro solo tres pares de lentillas desechables. Estaba casi segura de que este estuche era el que acababa de comprar, por esa razón deseché los que traía puestos cuando llegué.

   —¡Aaaaaaah! —grito, aprovechando mi soledad— ¡Por qué eres tan despistada, Valentina!

Debí confundir los estuches, esa es la explicación razonable para tanta desgracia. Pero, a pesar de todo, podía sobrevivir. Empiezo a hacer matemáticas, uso un primer par hoy, otro para la inauguración y quedaría libre uno para el día que regrese a la ciudad.

Termino de maquillarme y salgo corriendo de la casa. Tomo un taxi y le exijo al conductor que acelere. Al cabo de unos minutos estoy cruzando la puerta, una de mis sobrinas corre a mi encuentro y, segundos después, se incorpora la otra.

   —Suerte que Mauricio aún no ha empezado la reunión. —me regaña Raquel. — Y, ¿qué fue? ¿Encontraste tus ojos? —replica en tono divertido.

   —Claro. —la risa me invade— Incluso con estos te veo más guapa. 

Raquel es un poco más alta que yo, esbelta y de tez morena. Demasiado madura y, aunque su mayor defecto es la impaciencia, conmigo había aprendido a ser tolerante.

   —Voy por algo de tomar. —menciono antes de retirarme.
Ella asiente con la cabeza.

Me siento en un banquillo bastante moderno y desde ahí empiezo a estudiar la arquitectura del lugar. Los ventanales enfrente, el techo alto dejando que la luz de la Luna invada todo el salón y la cocina casi a la vista de todos. Mauricio tomó en cuenta cada uno de los detalles que subrayé cuando hablamos.

El joven de la barra se me acerca y pregunta lo que deseo tomar.

   —Chicha morada —asevero, dejando al descubierto su gesto de sorpresa— No soy muy amiga del alcohol —añado en un intento por disimular.

Se marcha y yo busco con la mirada al último de mis primos. Siento alguien que se acerca y saluda a la despampanante rubia que está sentada a una corta distancia de mí. Sin moverme, solo hago uso de mi audición por simple curiosidad.

   —¡Olivia Márquez ! —el tipo le da un beso en la mejilla— Que guapa estás, es un gusto tenerte aquí.

   —Gracias —responde la mujer nada sorprendida. — Me encanta el lugar, quizá se lleven una buena impresión mía.

Con El Mar De TestigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora