1

230 63 57
                                    

UNA ESTRELLA FUGAZ

Valentina

El primer paso se siente débil y nostálgico, hace que los recuerdos intenten acabar con la poca cordura que me queda. El segundo paso es más realista y seguro, me demuestra que, aunque han pasado más de cinco años desde la última vez que pisé esta tierra, todavía pertenezco aquí.

Con ambas plantas en la acera caliente, siento como el bus, que yacía atrás de mí, desaparece. A lo lejos, mis ojos ubican a quien estaba buscando.

Raquel, mi prima y mejor amiga, corre como loca por los pasillos de la estación. Hace un mes llegó de Estados Unidos junto a su familia. Luego de seis años vuelve a este pequeño pueblo que albergaba nuestros más grandes sueños.

Se estampa contra mí y hace tambalear mi maleta. Al separarnos, el brillo de sus ojos cafés me demuestra lo emocionada que está.

-¡Nina! -me llama como lo hacía cuando éramos niñas- ¡No puedo creer que estés aquí! -vuelve a apretarme entre sus brazos.

-¡Rachi! -le correspondo el abrazo.

No habíamos dejado de hablar ni un solo día desde que ella se mudó a Estados Unidos. Raquel fue la primera en salir del pueblo, luego de terminar su carrera de Idiomas, ganó una beca de estudios en Norteamérica. Ahí conoció a Jack, su esposo, quién antes era su alumno de español. Cuando yo me gradué como Arquitecta, nacieron sus hijas mellizas. Fue exactamente el mismo día. Marie y Julie dos pequeñas bilingües, que llegaron a pasar el verano a nuestro pueblo.

-Las niñas están en un curso de marinera. -me cuenta con una sonrisa llena de orgullo- Tienen que aprender, ya que nosotras nunca pudimos hacerlo. -suelta una carcajada.

Rodeo los ojos y hago una mueca de fingida tristeza.

-¿Y Jack ? -cuestiono rápidamente.

-Él se quedó con Mau. Ya sabes...necesita ayuda con lo de su nuevo proyecto. -responde buscando el carro en el estacionamiento.

Doy un insignificante brinco. Casi se me olvida cuál fue otra de las razones por las que hoy estoy aquí.

Mauricio es el último hermano de Raquel. Quizá fue muy tarde cuando se dio cuenta que su pasión era la cocina. Desde entonces, se embarcaba en proyectos culinarios que lo envolvían en fracasos inminentes y deudas excesivas. Aunque es muy joven para eso.

-Apenas tiene veintidós, ¿Tus padres siguen empecinados en que no debería estudiar Gastronomía? -interrogo a Raquel, mirándola sobre la puerta de la camioneta.

-Desde lo del año pasado, cuando decidió dejar la Escuela de Derecho, ellos se hicieron a un lado-ambas entramos al carro- Este proyecto es su caja de ahorro.

-Como los otros. -mi tono es severo.

-Si...-la voz de Raquel se apaga de a pocos- Pero, creo que esta vez será distinto. -retoma la conversación- Según me dijo, este restaurant lo abrirá con un socio.

-¿El socio es consciente de a dónde se mete? -me echo a reír, ella encoge sus hombros de forma graciosa y ríe también.

Podría incomodarle mi comentario, pero ella y yo somos como hermanas, y Mau, es el hermano pequeño que siempre queremos cuidar.

Soy la del medio. Tengo dos hermanos hombres. El primero es cinco años mayor que Raquel, con 40 abriles no ha logrado lo suficiente para enternecer su frío corazón, hace un año se mudó a Europa y desde ese día solo nos llega una postal o un vídeo de saludo. El otro es el geniecillo de la familia; residente de Cardiología, un ratón de biblioteca que nunca ha asistido a una fiesta. Aunque a veces lo comprendo, no es fácil ver a tu padre morir de un infarto y no saber qué hacer. Apenas tiene 25 años y ya va logrando la mitad de sus sueños; mientras yo, con casi 30, veía como el edificio que por años había edificado, se caía a pedazos.

Con El Mar De TestigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora