Capítulo 2

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Tras haber estado en casa de mi amiga me fui a casa. Raquel todavía estaba dormida, así que decidí marcharme por mi cuenta.

El día transcurrió normal hasta que mi madre pegó un grito. Bajé corriendo las escaleras pero antes de descender el último escalón me pegué un buen porrazo contra el suelo. Yo, casi llorando, y mi madre gritando eran una muy buena estampa. Me levanté y fui hasta la cocina. Me encontré a mi madre subida en una silla con un cazo en una mano y el palo de una escoba en otro con una cara que casi la saco una foto. De no ser porque el perro que rescaté el otro día en la calle estaba intentando chupar el cazo de macarrones...

No sabía como reaccionar. Cogí al perro, lo metí corriendo en la habitación y cerré la puerta. Como era de esperar, mi madre subió las escaleras casi volando para cantarme las cuarenta, pero para eso ya tuve un plan.

Dentro de mi armario, en el techo, hay una pequeña puerta que lleva al sótano, o eso creo. Subí rapidísimo y me encontré con una pequeña sala en la que había un piano y un violín. No sabía por qué teníamos nosotros esa clase de instrumentos en casa, pero bueno.

Cuando dejé de escuchar mi nombre, bajé con cuidado los peldaños del sótano para abrir la ventana y descender por una enredadera que se topa con esta. Llegué hasta la casa de Marco, mi mejor amigo, para refugiarme allí por un rato. Tenía ganas de llorar. No sabía si era correcto que justo después de que muriera mi perro acogiera a otro, pero no lo iba a dejar en la calle.
Cuando Marco abrió la puerta, antes de poder sacarme una bonita sonrisa me tiré a sus brazos. Me llevó cariñosamente hasta el sofá y me abrazó, sin decir nada. No hace falta hablar cuando con un gesto se entiende todo. Puso la tele, pero nos quedamos dormidos. Cuando desperté a Marco porque yo ya no estaba dormida, me invitó a merendar, y me contó que conocía una zona para perros donde los cuidas tú sin tenerlos en casa. Pensé que a mi madre no le molestaría mucho en tenerlo conmigo, así que le conté lo ocurrido y me dejó quedármelo. Me despedí de Marco agradeciendo mucho que me hubiera dejado quedarme en su casa. Salí de su casa con el perro en dirección para comprar comida para este. Al parecer estaba muy contento por lo que esbocé una sonrisa. Llegué a la tienda, y me atendió un chico no mucho más mayor que yo. Me dió lo que le pedí, y salí en dirección a mi casa.

Entré, y mi madre le dio la bienvenida al nuevo perro con cariño, pero a mí me esbozó un semblante serio. Subí a mi habitación, y me puse a escuchar música mientras hacía un trabajo de inglés. De repente, Marco me escribió. Me dijo que iban dirección al hospital, y dispuesta a salir corriendo, me para mi madre. Pensé que eso era lo peor que podía pasar, pero para mi sorpresa me dijo:
– Aitana, te llevo yo, coge tus cosas que nos vamos.

Dirección al hospital.

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