trabajo y la muerte de alguien querido.

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Los días en la vida de Alesya no eran muy diferentes al resto de los humanos, sobre todo porque Nueva York era una ciudad que no se detenía a descansar ni un solo segundo

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Los días en la vida de Alesya no eran muy diferentes al resto de los humanos, sobre todo porque Nueva York era una ciudad que no se detenía a descansar ni un solo segundo.

Le gustaba la vida ahí, y era extraño, pues podía considerarse un basurero comparado con el resto del mundo, o de Estados Unidos en pequeños rasgos.

Caminaba por las sucias calles de Port Morris, uno de los barrios más peligrosos de la ciudad. Le dolía ver cómo habían evolucionado los humanos. Muchas veces había visto escenas de acoso callejero, de violencia con nada más que odio, y los casos de tiroteos en cientos de lugares del mundo por razones que, a su parecer, eran estúpidas.

Ya no había tolerancia, amor, pasión por la vida. Era como si con cada año que pasaba, menos tolerante se hacían los humanos, y la aberración por el otro aumentaba con cada segundo, formando bombas de tiempo que en algún momento explotaría.

Llegó al internado donde trabajaba luego de un par de minutos en donde, por suerte, nadie intentó acercarse a ella. No es que odiara a los humanos, pero ya no se sentía segura alrededor de ellos, no luego de miles de conflictos que había tenido a lo largo de su eternidad.

Dejó su cárdigan tejido en el perchero de la zona desinfectante y comenzó a lavarse las manos con el pequeño jabonero. Se las secó y finalmente se puso su bata para cruzar la puerta de seguridad.

Las instalaciones no eran muy grandes, era apenas y una casa de dos pisos donde abajo estaban las oficinas y los salones de aprendizaje, y en la planta alta las habitaciones para los niños. Las paredes eran azul con diferentes dibujos que hacían los menores y al final del pasillo había un gran comedor.

─Buenos días, Lorane─saludó a la maestra de matemáticas que también acababa de llegar.

─Llegaste temprano. ¿Sucedió un milagro?

─Muy graciosa─negó con una sonrisa y entró al comedor.

El sitio donde los niños comían era igual de simple que el resto del lugar. Solo había un par de mesas con sillas de diferentes tamaños y unas puertas que daban a las cocinas.

─Alesya, llévale esto a los niños, por favor.

Alesya fue hasta la cocinera y tomó con cuidado la charola donde había diferentes vitaminas, o medicamentos, y un vaso de gelatina para cada niño.

Salió de la cocina, subió con cuidado las escaleras tapizadas con alfombra y abrió la puerta de seguridad.

Fue pasando por cada una de las habitaciones de los pequeños y no tan pequeños, dándoles los buenos días y esperando a que cada uno tomara sus medicinas.

Algunos la querían como una más de sus madres, al punto que le hacían dibujos o le pedían que se quedara con ellos a jugar o ver televisión. Otros la apreciaban, pero se mostraban reacios a formar un vínculo, cosa que Alesya respetaba. Y a otros simplemente no les agradaba, más que nada por sus malas experiencias con figuras de autoridad.

ETERNAL LOVE || DRUIG.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora