Prólogo

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Naoto salió de la escuela a pasos cortos.

Ese día había llovido toda la tarde, por lo que las calles estaban mojadas y de los árboles caían pequeñas gotas de agua que empapaban las cabezas de los que pasaban bajo ellas.
Bajó los escalones de la entrada mientras suspiraba, estaba solo.
Su hermana se había ido con su novio a una especie de cita y él había tenido que regresar a casa acompañado de la soledad.
Ya estaba acostumbrado a que lo dejaran a un lado.
Naoto no era un niño muy social, así que no tenía muchos amigos. Quizá era porque gustaba de las cosas paranormales y todo lo relacionado con ello a pesar de que fuese el único que creía en esas cosas.

Sin embargo, ahora sabía que su cuñado podía viajar en el tiempo y él debía salvar a su hermana, así que ya no se sentía tan "excluido".
Claro que, no todo era color de rosa. Chicos de su clase lo molestaban por sus gustos, así como también lo golpeaban. Esto no último no era tan grave, puesto que sólo eran leves golpes que simplemente le dejaban moretones... Al menos así lo veía él.
De todos modos, había aprendido a mandar todo al diablo. No le importaba que lo molestaran, porque de alguna manera eso significaba interacción social, aunque fuese todo un infierno.

Saltó un par de charcos y se detuvo frente un gran poste de luz, sacudiéndose las pequeñas gotas de agua que habían caído sobre su cabello al pasar por debajo de un árbol.
Fue entonces que sintió como alguien le jalaba hacia atrás. Cayó al suelo justo sobre un charco y fue despojado de su mochila. Pudo divisar a sus mismos compañeros de clase que solían llamarlo "fenómeno", quienes salieron corriendo con las pertenencias de Naoto.
El chico se levantó y sin pensarlo dos veces salió corriendo tras ellos, con todas las fuerzas que sus débiles y delgadas piernas pudieron juntar.

—¡Regresen! —gritó— ¡Eso es mío!

Ya estaba imaginado lo que tendría que decirle a su madre en cuanto llegase a casa, si es que la posibilidad de que no le regresaran sus cosas se hacía posible. No quería tener problemas, pero su sentido de la justicia era más grande.
Aceleró, regulando su respiración para no detenerse lo más posible.
Su visión estaba concentrada en los tipos que corrían frente a él y a causa de esto casi había tropezado con otro estúpido poste de luz. Los charcos tampoco ayudaban, porque sus zapatos eran de una suela que resbalaba con casi cualquier cosa.

Llegó a un punto en el que ya no supo a dónde correr, porque los muchachos habían simplemente desaparecido. Ya no escuchaba risas, ni pisadas, sólo el sonido del viento.
Se llevó las manos a la cabeza y empezó a caminar en círculos, repitiéndose a sí mismo "¿Qué voy a hacer?". Estaba tan angustiado que no se dio cuenta de que un grupo de personas se había detenido frente a él.
Era toda organización, la calle completa estaba repleta de ellos, hombres con aterradoras expresiones en sus rostros y preparados para pelear en cualquier momento. Vestían un uniforme blanco, bastante elegante para su gusto.

Tragó.

Supo entonces que se había metido en territorio de una pandilla que lucía ser terriblemente peligrosa.
Sabía que Takemichi estaba involucrado con un pandilla, pero definitivamente no era la que tenía en frente suyo, esta era peor.
Entre los hombres se abrió un camino, y dos muchachos aparecieron con un andar vigoroso y al mismo tiempo aterrador. Uno de ellos era moreno y estaba mirando a Naoto con una sonrisa traviesa, mientras que el otro, alto y rubio con una cicatriz en el ojo, lo miraba serio e inexpresivo.

—Vaya, vaya —habló el moreno— ¿Qué es lo que tenemos aquí? Una pequeña mierdecilla que está perdida.

Se oyeron las risas de los demás.

—¿Acaso sabes dónde te has metido? —Naoto negó— ¡¿Quiénes somos?! —gritó.

—¡Black Dragons! —respondieron.

[Hiatus] Decisiones | Tokyo RevengersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora