#4: Abismo hacia el infierno

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Se sintió atrapado en una profunda oscuridad de la que hubiese querido salir, pero había algo que se lo impedía.
No percibía sonidos, no podía moverse y mucho menos abrir los ojos. Quería hablar, decir que estaba bien, pero no podía.
¿Qué era lo que había pasado? ¿Por qué sentía que su cuerpo se desbarataba?
Estaba asustado.
A lo mejor ya estaba muerto y se había quedado atrapado en una especie de limbo, o quizá el infierno todavía no llegaba. Pero él había sido bueno ¿O no?
Sea lo que sea que lo hubiese enviado ahí, se arrepentía por ello. Y estaba inconscientemente concentrado en saber si estaba muerto, que no se dio cuenta de que algo lo estaba picando en el estómago.

—¡Koko! ¡Deja de picarlo con ese palo!

—¡Estoy comprobando si está muerto!

—¡No está muerto! ¡Detente ya!

Reconoció esas voces.
Koko e Inui.
¿Se habrían muerto también? Porque, ahora que lo pensaba, si realmente lo estaba entonces había fallado en su misión de ayudar a su hermana. Oh bueno, rayos.
Como si de dormir se tratase, su cabeza comenzó a moverse como si estuviera soñando una pesadilla. Sus manos recuperaron el movimiento y se las llevó al rostro. Fue entonces que, finalmente, logró abrir los ojos.

—¿Q... Qué?

—¡Tachibana! —gritaron ambos chicos.

Koko se lanzó contra Naoto y le abrazó con fuerza, lastimandolo aún más.
Inupi lo apartó para que dejase que el niño respirara, pero también hubiera hecho lo mismo, sinceramente.
Naoto se mantuvo inmóvil mientras sus amigos le demostraban auténtica inquietud.

—¡Pensamos que estabas muerto! —exclamó el rubio.

Koko no supo si mirarlo con acuerdo, confundido o indignado.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Tachibana, ya cansado de tanto misterio— No me acuerdo de nada.

—En resumen, casi te mueres —explicó Hajime.

—¿Podemos dejar el asunto de la muerte un momento? —no era algo de lo que le gustara hablar— Primero que nada, Tachibana, vamos a curarte esa herida.

El puñetazo que le habían dado le había dejado la mejilla roja e inflamada, incluso le causó un raspón con sangre.
Con delicadeza, Inui llevó a Naoto a la cama del taller, dónde lo recostó de nuevo. El mismo proceso de la vez en la que se conocieron. Seishu le curó las heridas y lo trató con amabilidad a pesar de no conocerlo. Ahora era diferente, porque, a pesar de que era la misma calidez de la primera vez, él estaba tratandolo cómo alguien importante. Cómo si fuera su gran amigo del alma.

—¿Puedes decirme que ocurrió? —rogó Naoto, que además notó las curitas y vendas en los muchachos— ¿Y por qué ustedes están tan golpeados?

—Voy a ir directo al punto —aclaró el rubio— La persona que te golpeó era Taiju Shiba, nuestro líder.

Sus ojos se abrieron como platos y casi se cayó de la cama. ¿Taiju? ¿Taiju Shiba? ¿El mismísimo capitán de los Black Dragons? No supo si sentirse halagado u ofendido.

—Nos regañó a nosotros y nos golpeó porque, según él, estábamos actuando a sus espaldas —cambió el algodón que usaba y lo cubrió en alcohol, para pasarlo sobre la mejilla herida del menor con suma delicadeza—. Se enojó porque te estábamos entrenando, y dijo que sólo podíamos hacerlo si la persona era parte de la pandilla.

Una vez hubo terminado, le colocó la gasa con un poquito de cinta. Dio media vuelta y trajo consigo un frasquito con medicina que lucía igual a un ungüento. Naoto estaba, ciertamente, muy sorprendido, porque el hecho de que tuvieran tantas cosas dentro del taller le hacía ponerse a pensar cuando tiempo llevaban ahí.
Inui le sacó la camisa a Naoto, de mala gana porque el niño se asustó cuando le metió la mano debajo de la tela. Le aplicó el ungüento por toda la espalda, y le dio un masaje en los hombros. Si con eso no se le quitaba el dolor, entonces definitivamente tenía huesos rotos.

[Hiatus] Decisiones | Tokyo RevengersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora