MACHAMP: EL TETRAÓNQUIRO DIFÁLICO

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MACHAMP: EL TETRAÓNQUIRO DIFÁLICO

Pueblo Pirita estaba sumergida en el manto nocturno de un cielo sin estrellas, y eso era bueno, porqué así humanos y bestias podían fornicar sin sentirse observados por esos luminiscentes pedos espaciales que espían la tierra desde más allá de la estratosfera. Pero esa no era una noche para jugar al parchís. Un toque de queda impuesto desde el miedo justificado pesaba sobre los ciudadanos, que eran incapaces de darse besitos e, incluso de aplaudir en la cama, debido a la tensión que se respiraba en el ambiente.

La agente Sylvia y sus compañeros patrullaban las calles, comprobando satisfechos que todos permanecían encerrados en sus hogares, protegidos de la amenaza que habitaba en las minas de la ciudad, aunque no protegidos de la violencia causada en el seno familiar que, a veces, incapaz de mantener la paz o de profesar amor, entra en estado de guerra a causa de un yogurt sin nombre o alguna infidelidad por parte de los integrantes de una relación abusiva. Quien da asco en la calle, seguramente dará aún más asco en la casa (o el baño).

En todo caso, la gente estaba encerrada, y eso era bueno. Por ello Sylvia decidió que ya era hora de agruparse con su equipo en el punto de encuentro. Alineados en la entrada de la mina estaban Goyle, Lana y Jacinto. Todos ellos, excepto Jacinto, que era lo que Espronceda llamaría un débil afeminado, inspiraban confianza en Sylvia. Sin embargo, quizás no fuera suficiente. Se enfrentaban a una amenaza inusual; Machamp.

Los resultados de las autopsias eran capaces de azotar las tripas del más duro. Una de las dieciséis féminas agredidas por el pokémon tenía el cuerpo lleno de manchas negras con formas de mano. Las nalgas del culo habían recibido tantos azotes que se quedaron caídas como un escroto viejo, y el agujero tan abierto que los forenses lo utilizaron durante las pruebas como porta herramientas (decisión de la que se arrepentirán al encontrar los útiles llenos de esmegma, sangre y un polvo de cacao que posiblemente era caca). En palabras del forense: "Tiene el culo tan roto que se puede usar de saco para guardar pelotas de baloncesto".

En todo caso, el deber era el deber, y se adentraron en la mina. Esa zona era oscura y tenebrosa, de estrechos pasillos que convergían en formas extrañas. Goyle iba delante, era grande y musculoso, portador de un excelente bigote que coronaba sus labios. Detrás iba Sylvia, era quien daba las órdenes y tenía más experiencia de campo. Se la solía reconocer más fácilmente sin el uniforme, porque sus pechos rebotan como balas de goma en una manifestación inicialmente pacífica, pero no. Detrás Jacinto...por último Lana, Sylvia la nalguearía día sí y día también.

El tiempo pasaba, y un calor asfixiante empezaba a pesar sobre los agentes. Al principio creían que era cosa de la estructura de la mina y la profundidad a la que se encontraban. Pero no tardaron en descubrir que era cosa de la bestia. El portentoso culo de Lana botaba arriba y abajo a medida que recibía el caluroso empuje de no una, sino dos estructuras cilíndricas que ardían con la energía producida por un chaval al dominar la paja con agarre invertido. Antes de que se dieran cuenta, las cuatro poderosas manos de un Machamp les rodeaban el cuello a cada uno de ellos mientras un par de rabiosos nardos se balanceaban duros como el hierro, preparándose para abrirles la entrepierna como Moisés y su cayado se las abrieron al titán Océano.

Cuentos Sin Contar de la Región de SinnohDonde viven las historias. Descúbrelo ahora