𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟎𝟕: Así que ahora no puedes culparme

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❛ I can't save us ❜


𝟎𝟕.

𝑽𝑶𝑺𝑭𝑰𝑳𝑳 𝑴𝑶𝑹𝑻


—Vengo a aclarar lo que dije ayer. No es porque lo necesite en lo absoluto, sino porque creo que merece un par de explicaciones que no estaba en lugar de ofrecer sin antes pensarlas por un momento. Y la verdad es que creo que es muy, muy inteligente, porque a diferencia incluso de mí, usted sabe imponerse solo con palabras. Palabras exactas la mayoría de las veces. No tiene miedo de pararse delante de quien sea y decirle cuatro cosas. Nada de esto niega que, por otro lado, sea inexperimentada en cuanto a un par bastante grande de cuestiones, pero ya está. Una cosa no quitará la otra.

Merwick intentaba creerse las palabras que salían de su boca, pero lo único que recibía de regreso era su propio reflejo en el espejo del baño del departamento en el que vivía. Solo, oscuro y perdido, con las botellas de cerveza vacías tiradas sobre la mesa. Si tenía que hacer una lista de las cosas que nadie jamás adivinaría de él ni esperándolo, esa era la cantidad de vicios que mantenía para las noches más oscuras que le tocaba pasar.

Que tampoco eran contadas con los dedos de una mano, sino con miles.

Se pasó la mano por el cabello desaliñado, sintiendo el cansancio acumulado en cada fibra de su ser. La sinceridad de sus palabras le había tomado por sorpresa, habían salido como un torrente que apenas pudo contener. Ahora, frente a su reflejo, sentía una extraña mezcla de liberación y vulnerabilidad. Reconocer sus defectos y sus virtudes en un solo aliento era como enfrentarse a sí mismo en una batalla interna, una que no tendría fin. En Vosfill Mort la oscuridad reinaba hacía cosa de un año. De hecho, había sido durante demasiado tiempo lo único que daba un verdadero orden a las cosas, pero por primera vez el ataque había sido directo, preciso y planeado con anterioridad. La víctima no resultó ser nadie más que el cabecilla de la policía: Raymond Merwick.

Desde entonces volvería a ser incapaz de sinceridad alguna, por remota que intentara ser. Mirar a los ojos a alguien y confesarle lo que sus pensamientos condenaban, dejar a la voz interna profesar las verdades que interiormente sentenciaban sus días a un sufrimiento perpetuo y tortuoso en partes iguales. Ninguna de esas sería de nuevo opciones para alguien que había visto no a la muerte, sino a la pérdida, directo a los ojos.

Las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia a través de la ventana entreabierta. Merwick dejó escapar un suspiro y se apartó del espejo, sintiendo el peso de sus decisiones tirándolo abajo. No podía escapar de su propia naturaleza, de sus luchas internas y de la dualidad que lo definía. Creyó que sería buena idea quitarse las esposas que lo retenían, o al menos intentar ser libre aun con ellas. Por eso mismo, habiendo pasado la noche en vela, ocupó toda la mañana haciéndose cargo de los asuntos pertinentes, para poder desocuparse en esa misma tarde. Ni siquiera se la cruzó por la comisaría, pero se detuvo en una que otra oportunidad a mirarla recibir a los presos que atendía en la sala de interrogatorios. Ella siempre irradiaba algo, y no importaba el día, ese «algo» jamás molestaba a nadie.

Pero toda la coraza que formó a su alrededor se derrumbó cuando llegó la hora de sentarse ante ella, arrastrándose contra toda su voluntad a lo que sería su primer sesión. Detestaba la idea de encerrarse entre paredes a hablar, en especial si eso implicaba hablar de él mismo, o siquiera remitir a lo que le había tocado vivir, ver y sentir. Se negaba, Raymond jamás haría algo como eso. Sin embargo, sabía que Adama Howell se daba cuenta de todo. Lo veía en sus ojos, en la manera en la que analizaba cualquier cosa que sucediera, y el leve pero aun perceptible elevamiento de cejas cuando llegaba a la cuestión de cada asunto. Temía por su integridad cuando ella posaba su mirada sobre él.

NEVADA: Las dos caras del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora