﹝Rubiusplay﹞El anillo misterioso

Prólogo: La ruptura

ּ꠵ Eres para mí,
me lo ha dicho
el viento

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El traqueteo del carro al zigzaguear por las curvas de la carretera ocasionó que Auron se golpease la cabeza con la ventana. Apretó los labios masajeándose el costado y se enderezó, bufando. Desde el puesto del conductor, su hermano mayor soltó una carcajada.

—Pareces crío. Ya ni Axo se duerme en el auto.

—Yo soy un niño grande y los niños grandes no se duermen en el auto —dijo el mencionado, plantando los zapatos en el tapiz de su asiento para apoyarse en el asiento de adelante—. Auron es un bebé.

—¡Baja los pies, coño!

—Okay.

Auron rodó los ojos en un deje de cariño y exasperación, agradecía la compañía enormemente. Reclinó el respaldo de su asiento lo más que pudo y se recostó ignorando el crujido extraño que se produjo; Reborn no tardó en reprenderlo, pero, ¿quién lo mandaba a tener puros carros viejos que a penas y andaban? Si se quedaran varados en la nada antes de llegar, no le extrañaría. 

Sacó el celular revisando sus mensajes y un chat en específico que había olvidado quitar de entre los "fijados" le amargó el humor. Haciendo una mueca, volvió a guardar el aparato y se distrajo contemplando el camino en movimiento a través del cristal.

—¿Todavía hablas con él? —le preguntó Reborn.

—No, ya no. Sólo... Todavía no quiero borrar los mensajes.

El mayor se encogió de hombros.

—Todo a tu tiempo, capullo.

—¿Están hablando de Samu? —intervino Axozer, curioso.

Ambos castaños hicieron una mueca.

—Axo...

—Déjale que pregunte —aceptó Auron, herido, pero con ganas de superar esa etapa, y si siempre evitaba el tema, nunca lo haría—. Verás, Axo, Samuel y yo ya no estamos juntos. Él... tiene otra persona especial.

—¿Ya no va a ir a visitarnos?

—Lo dudo mucho.

—Ah. Creo que lo voy a extrañar.

—Yo también —respondió con amargura.

Samuel de Luque era, ciertamente, difícil de olvidar. El pedestal en el que lo tenía hacía mucha sombra ahora que ya no estaba en su vida.

Se hicieron novios en el trabajo; ambos eran compañeros de campo en un pequeño albergue de niños y permanecían juntos la mayor parte de la jornada. Auron, como psicólogo del centro, interactuaba cada día con Samuel, el médico pediatra. Después de convivir se dieron cuenta que eran ying y yang, opuestos pero complementarios. Al año de ser novios se mudaron juntos a un apartamento, se unieron como pareja y, cuando las cosas no podían ir mejor, se fueron al traste.

El inicio del fin se suscitó abruptamente, cuando una llamada misteriosa mantuvo incómodo a Samuel toda una semana. Auron intuía que había un problema, pero quería dejar que su pareja confiase en él y hablase cuando lo creyera conveniente. Y el momento llegó.

—Cariño, chiqui, hay algo que tengo que decirte —expresó una noche mientras veían televisión.

—Claro, dime.

—No es fácil, te prometo que esto me duele tanto como te puede doler a ti.

—Coño, me estás asustando.