3. Diokak - Parte II

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Cumpliendo con el calendario de tareas de la semana, Giorno se encontraba limpiando el vestíbulo de su casa, sin poder dejar de pensar en la pancarta que colgaba allá afuera, sobre la calle.

Jolyne también la había visto, y estaba bastante emocionada por lo que Giorno iba a hacer a continuación. Hasta el momento, la chica siempre había dicho cosas como "Ay, no estés triste, pinche Mista no sabe lo que se pierde", pero ahora estaba en modo "¡A huevo, quiere volver contigo, háblale YA!"

Giorno no sabía qué hacer al respecto. Había estado esperando alguna señal por parte de Mista desde hacía días, y ahora que esta se presentaba literalmente en la puerta de su casa no tenía idea de cómo responder.

Porque o sea... Sí quería volver a ver a Guido. Pero tampoco quería dejársela tan fácil. Es decir, sí, ambos se habían equivocado, pero sentía que quizás Mista debía esforzarse un poco más para pedir perdón.

En fin, para darse un tiempo extra para pensar, había decidido ponerse a limpiar. Esa actividad le resultaba extrañamente relajante.

Quizás demasiado, porque hasta se sobresaltó al escuchar que la puerta se abría, y su papá hizo su aparición, llevando su saco en la mano y el nudo de su corbata aflojado.

—Hola papá, ¿cómo te fue?— saludó Giorno, dejando de lado el trapeador (de los que se exprimen con un botón, por cierto).

—Hola Gio. Pues bien, pero el juicio se extendió otra sesión más y...— su papá se interrumpió al verlo —Hey, ¿qué pasó? Te cortaste el pelo.

Ah, cierto que su papá no había visto su nuevo corte hasta ese momento.

—Sí... No sé, fue un impulso— explicó Gio, pasándose la mano por la nuca —¿Me veo bien?

Dio se acercó a él y acarició los rizos rubios de su hijo al tiempo que respondía:

—Me copiaste el estilo— le dio un beso en la frente antes de añadir: —Te ves tan guapo como siempre, mi niño.

Giorno sonrió y abrazó a su papá.

—¿Ya me vas a explicar que onda con la lona de allá afuera?

El chico soltó una risita nerviosa y se separó de su papá, haciendo el movimiento para apartarse el pelo de los ojos con la mano aunque claro, olvidó que el flequillo ya no le llegaba a los ojos.

—¿Ya hablaste con Guido?— se interesó Dio

—Eh... No— admitió Giorno —Solo sé que puso esa pancarta y ya, pero no se ha puesto en contacto.

Dio le hizo una señal para que lo siguiera, y Gio obedeció.

Ambos entraron al despacho del abogado, y se sentaron en un grande y cómodo sofá que Dio tenía junto a la ventana.

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