4. Fugio

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—Se lo advierto, señor Abbacchio— decía la subdirectora —Si vuelve a molestar al señor Volpe una vez más...

—¡Pero es él quien me molesta a mí!— se defendió Fugo, levantando la vista rápidamente del piso.

La mujer le lanzó una significativa mirada. Claro, esa afirmación era un poco difícil de creer, ya que Massimo Volpe se encontraba sentado junto a él, con la mejilla roja luego de un puñetazo.

Fugo tenía la mala suerte de que ningún profesor había escuchado nunca las cosas desagradables que Massimo le decía casi todos los días, y en verdad, él se esforzaba mucho por dejarlo pasar, pero una vez que la ira lo invadía, se perdía en su mente. Vamos que ni siquiera recordaba haber golpeado al pendejo ese.

—Escúcheme bien... la próxima vez que cualquiera de sus compañeros me traiga una queja sobre usted voy a tener que suspenderlo, ¿comprende?— le advirtió la subdirectora.

Fugo se mordió el labio para no decir nada y asintió.

—Por esta vez no voy a llamar a sus padres, pero creo que le debe una disculpa al señor Volpe.

El chico rubio resopló, miró de reojo a Massimo y murmuró:

—Lo siento.

—Una disculpa de verdad, señor— lo reprendió la directora.

Fugo cruzó su mirada con la de Massimo. él le guiñó un ojo de manera burlona.

—Lamento haberte golpeado— Fugo no pudo evitar que cada sílaba estuviera cargada de enojo —Pero no es mi culpa que seas un pendejo.

La subdirectora suspiró, se llevó las manos a las sienes y dijo:

—Señor Volpe, ya puede irse.

Massimo se levantó de su silla, y mientras la mujer se daba vuelta para tomar un formato de detrás de ella, le dio un zape a Fugo al pasar detrás de él.

—Escuche, tiene un futuro brillante— le hizo ver la subdirectora mientras escribía algo en el papel —Pero si no controla ese temperamento, va a tener muchos problemas en el futuro.

—¡Él es el que se la pasa molestándome!— reclamó Fugo —Lo hace todo el tiempo.

—¿Y por qué no se lo dice a un profesor en vez de lanzarse a los golpes de inmediato?

—Ellos no quieren escucharme

—Quizás estarían más interesados en auxiliarlo si usted no fuera tan altanero con ellos.

El muchacho soltó un gruñido. No era su culpa que todos esos profesores fueran terribles en eso de dar clases y él no pudiera evitar llevar la contraria todo el tiempo.

—Toma, uno de tus padres debe firmar esto, o no vas a entrar mañana a la escuela— le dijo la mujer, entregándole un reporte.

Fugo tomó el papel y gruñó:

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