CAPÍTULO 3

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Ahora es la parte donde debería quejarme del dolor de cabeza. De la resaca. Ahora debería de estar de mal humor por la noche anterior. Debería arrepentirme por besar a alguien que ni si quiera conocía. Debería experimentar todo aquello. Pero no. Lo que en realidad experimenté fue que casi me drogaron con un jodido cubata. Experimenté que me advirtieran sobre algo que ni siquiera conocía.

Supongo que jamás llegué a tener una vida completamente normal.

No os miento si os digo que pensé en denunciarlo, pero existían una clase de razones por las cuales me eché atrás antes de hacerlo.

La primera razón era el simple hecho de no tener pruebas contra el trabajador que me atendió, y todos sabemos que, sin algo que justifique la acción, es ininteligible que se pueda hacer nada en contra de él. La segunda razón, pese a que era opción mía, no deseaba que se creara un envoltorio por aquella noche. Lo que menos me apetecía en aquellos instantes era que mi madre se preocupase y empezase a encontrar culpables.

Simplemente agradecí percatarme de ello antes de que le diera un solo sorbo.

Y, aunque no tuviese resaca, la cabeza me dolía horrores por estar toda la noche dándole vueltas al asunto. Dándole vueltas a algo de lo que apenas conocía.

Justo ahora me encontraba en un local casi vacío, esperando a que Dorian y Enith aparecieran. Después de todo, me marché sin avisar a ninguno de ellos, y ambos se merecían una explicación por mi huida.

Mis ojos recorrieron sin mucho interés todo el local. Paredes azul celeste, suelo de madera, sillas de plástico algo incómodas, mesas individuales... Toda una suite.

Mi mirada cayó sobre una mesa al fondo; la única mesa, excepto yo, que estaba ocupada. En dicha mesa, había dos chicos que hablaban sin demasiado ánimo. Sus caras me confirmaron que llegaban de una fiesta, en la que habían bebido hasta echar la bilis.

Por fortuna, yo no me encontraba así. Algo era algo.

Detecté movimiento a mi lado, aunque tampoco le presté demasiada atención. Estaba más concentrada en lastimarme por ser tan estúpida. A los pocos segundos, un chico medianamente joven ocupó mi campo de visión.

En realidad, se sentó frente mí sin siquiera preguntar.

Genial.

Yo, apoyada vagamente sobre mi puño, levante mis ojos y mire a mis alrededores, esperando que alguien me explicara quien narices era ese y porqué se había sentado conmigo como si fuésemos amigos de toda la vida.

—Eh... ¿Hola? —pregunté al ver que me observándome fijamente.

Opté por mirarlo yo también, pretendiendo intimidarlo. Sin embargo, él me miraba con una ancha sonrisa en el rostro.

Ahora que lo veía desde más cerca, no me parecía un hombre mayor. De hecho, tenía la cara algo aniñada y su sonrisa era tan infantil que tuve que reprimirme una carcajada. No obstante, su manera de vestir era tan madura y varonil que dudaba de la edad del muchacho, pero solo su atuendo, puesto que sus ojos desprendían un brillo elegante, su pelo largo y despeinado; y pese a que estuviera sentado, no parecía demasiado alto.

Él me enarcó una ceja y entrelazó las manos sobre la mesa. Yo lo miraba con los labios apretados, esperando que dijese o hiciese algo.

Pasaron minutos y él siguió sin hacer nada, escrutándome con sus ojos castaños.

Las ganas de levantarme e irme parecieron aumentar a la par de que empezaba a sentirme incómoda. Incluso, hice el ademán de levantarme y salir del local, cuando sentí su mano agarrarme por la muñeca sin mucha fuerza.

ADICCIÓN AFECTIVAWhere stories live. Discover now