the painful past and, the bright present?

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Italia, año 1531.



Shera inclinó su cabeza en gesto de agradecimiento al tomar las verduras que acababa de comprar en el mercado.

Saludó a todos los comerciantes a medida que volvía sobre sus pasos al igual que cuando había llegado. Conocía a todos y todos la conocían y la querían.

Había sido una especie de justiciera, tratando de no involucrarse lo suficiente, pero tratando de proteger a los indefensos. Gracias a eso, el pueblo era un lugar unido y tranquilo, nadie robaba ni se cometían otros delitos.

Era una celebridad. Pero también era un misterio para los habitantes del pueblo. Espacialmente ese día. Todos estaban de acuerdo en que siempre se veía bonita, pero ese día estaba radiante, y todos morían por saber la razón.

Todos conocían a La Eterna que había decidido vivir por esos lados, pero vivía alejada del pueblo en una casa a la cual nadie podía llegar.

Se decía que era la casa de la voluntad de hierro, porque si intentabas seguir a Shera hasta su hogar, algo te confundía y volvías al pueblo, aunque no quisieras hacerlo.

Era una mujer hermosa. Poseía una sonrisa que le quitaba el aliento a los jóvenes del pueblo. Pero, todas las veces que algún joven intentaba inocentemente confesar sus intenciones, ella los rechazaba con una sonrisa dulce y casi hipnótica, que dejaba a los jóvenes confundidos, casi como si no entendieran que acababan de ser rechazados ya que hasta para aquello la eterna era dulce.

Shera colocó todas las bolsas de tela en su carreta y emprendió viaje a su hogar.

La casa alejada de todo y de todos en el pueblo. Allí tenía un huerto, algunos animales y una compañía esperándola.

Druig.

El chico luego de una noche de enfrentamientos con la Líder Eterna Ajak en Tenochtitlan; y aún más, teniendo el permiso de esta para tomar su propio camino, desapareció en la mañana. No se despidió de nadie, ni siquiera de su amiga cercana Shera. Ese día Ajak había consolado el llanto de la rubia.

La joven continuó su propio camino. Decidió vivir una vida tranquila en un pueblo tranquilo del norte de Italia, dónde era una granjera bastante trabajadora.

Y luego, un día mientras que cosechaba algunas vayas, divisó a lo lejos una figura de tez muy blanca y cabello negro, con ropa del mismo color y unos intensos ojos azules.

Shera había querido emocionarse. Había querido que sus fantasías se volvieran una realidad. Quería que Druig se acercara a ella, la besara y le prometiera que estaría junto a ella hasta el fin de sus días.

Pero, en cambio, el Eterno fue, al igual que siempre, sólo un compañero.

-No sé que es lo que busco para mi existencia.- soltó, una vez que estaba dentro de la casa de Shera- Necesito tiempo para pensar que es lo que deseo, y quería preguntarte si te molestaría que viviera contigo durante ese tiempo. Después de todo, las mejores decisiones las tomé bajo tu consejo.

Y luego de una conversación acerca de cómo serían sus vidas juntos, Shera aceptó que él se quedara allí.

La joven pensaba que aquello duraría, a más tardar, un año.

Pero el año se transformó en dos, luego en tres, y cuando se dio cuenta ya habían vivido allí por seis años.

Shera empezaba a hacerse ilusiones.

Realmente creía que el eterno estaba allí porque la amaba; pero que no sabía cómo comunicarlo ni se animaba a dar el primer paso.

Hasta la noche anterior.

𝒉𝒆𝒓. | Druig Donde viven las historias. Descúbrelo ahora