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izzy x lucius
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Izzy acepta que Lucius le dibuje.
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Izzy no sabe en qué momento accedió a sentarse en una silla mientras Lucius, con un cuaderno y un pincel, le dibuja delante suya.
Quizá era el aburrimiento, o la necesidad de salir de una rutina que le estaba matando desde el brusco cambio que Barbanegra por culpa de aquél estúpido Stede Bonnet, y, sin embargo, aquí se encontraba, dejando que su escribano le dibujara, a pesar de que ya había visto qué otras cosas dibujaba. No obstante, el otro había prometido ser diferente con él, y que ésto sería algo que le ayudaría a relajarse.
Lo cierto es que el chico tenía cierto encanto, y no era de extrañar que los últimos días se hubiera salido con la suya con el único uso de su actitud, aunque Izzy nunca reconocería que pensaba eso de él en voz alta.
—¿Podrías dejar de fruncir el ceño por un momento? —le pregunta Lucius, sacándole de otros pensamientos.
Izzy se encuentra con los brazos cruzados el uno con el otro y la cabeza agachada, como en resignación a pesar de que él ha sido el que ha aceptado la propuesta de Lucius. Sin embargo, cuando el otro le pide cualquier otra cosa parecida a la acción de relajarse, Izzy se encuentra terriblemente confundido.
—¿Qué quieres decir con eso?
Lucius se ríe en voz baja por la incapacidad de Izzy para mostrar algo de relax, cosa a la que el otro pensaba a responder, si él le hubiera dejado tiempo antes de seguir con el planteamiento del dibujo.
—Quiero decir que estás demasiado tenso. Simplemente... Relaja los hombros, no me mires como si quisieras matarme, aún si realmente lo desearas.
—Yo no estoy tenso.
—¿Ves? Eso es exactamente lo que diría alguien que está tenso.
Izzy no responde, más bien, reconoce con su silencio que Lucius tiene razón. Intenta realizar lo que el escriba le ha aconsejado y Lucius le mira con una diversión algo cariñosa: no puede hacer otra cosa que no sea pensar en la de pocas veces que le habrán dicho que relaje los hombros. Posiblemente sean cero, porque ni siquiera se ve capaz de realizar algo tan simple y fácil como eso.
—Quizá necesitas algo de ayuda —dice Lucius. Izzy no siquiera puede entonar algún tipo de enunciado negativo cuando el otro ya está lo suficientemente cerca de él para evitar repelerse ante las manos que ahora posan en su hombro.
—¿Qué estás haciendo?
—Necesito que relajes los hombros si quieres que continúe con el dibujo.
Nuevamente, el segundo al mando del barco de Barbanegra se queda en un silencio más revelador que cualquier ruido que puedan emitir sus palabras. Lucius lo comprende al instante, pues no es difícil darse de cuenta de que, segundos después de que empezara a hacerle un masaje con sus manos para que relajara los hombros, Izzy está realmente disfrutando esto.
No es como si pudiera culparle, estaba claro que necesitaba algo así. Tampoco es como si hubieran muchas otras cosas en alta mar para ayudar a deshacerte del estrés, y de las pocas que habría, Izzy seguramente habría decidido que no eran para él.
Cuando le ve lo suficientemente relajado, se retira de él y mientras está de espaldas hacia Izzy, entona una sonrisa, símbolo de su victoria, que el otro no puede ver, y recoge el cuaderno de nuevo.
«Ahora sí», susurra Lucius, encontrándose con un mejor plano de Izzy.
Empieza a mejorar los planos del dibujo que había planteado anteriormente, y la diferencia es más que notoria. Ahora que no frunce el ceño de forma tan agresiva, ni parece que muchas dudas están recorriendo su mente, sus rasgos faciales se encuentran más relajados y Lucius encuentra cierta belleza en ellos.
Y por eso es que ahora los dibuja con más facilidad y realizando trazos más seguros, de manera que en cuestión de media hora, ya ha realizado el bosquejo en blanco y negro, con algunas sombras definidas en gris, más claro y más oscuro en algunas zonas del rostro o de la ropa de cuero que le ha cabido en el lienzo.
—Ya está —declara Lucius, mientras se acerca hacia Izzy con el cuaderno.
Cuando Izzy visualiza el dibujo, Lucius rápidamente observa que le ha gustado; lo sabe porque ese mismo hecho hace que Izzy se encuentre reacio a hablar e incluso parece ser que sus mejillas se han enrojecido en una cantidad visible.
—¿Te gusta? —le pregunta Lucius con una sonrisa.
Izzy suelta una especie de gruñido, seguido de una expresión que representa menos de la mitad sus verdaderos sentimientos respecto al dibujo.
—Está bien —responde secamente, desviando incluso, en un momento, su vista del dibujo.
No obstante, eso resulta más que suficiente para Lucius.
