Estábamos en su casa, listos para disfrutar de un día fabuloso...
Al menos eso era lo que yo creía.
—Amor, voy a poner las palomitas en el microondas, ve seleccionando la peli —me dijo y plantó un beso corto en mis labios. Salió hacia la cocina y yo me acomodé para revisar la lista de Netflix.
Mi móvil sonó con una notificación; era un wasap de mi mejor amiga. Le contesté y comenzamos a chatear. Me contaba sobre un chico que le gustaba, y como siempre, no pude evitar sonreír con sus alocados comentarios.
—¿Con quién hablas? —preguntó Hugo al entrar en la habitación.
—Con Olivia.
Se acercó para echar un vistazo al móvil y justo en ese momento, me llegó un mensaje de Pablo, un amigo de la Universidad, preguntando sobre mi estado de salud, pues había estado enferma en esos días. Hugo me arrebató el celular y abrió el chat.
—¿Qué hace este tipo escribiéndote?
—Sólo me está preguntando si estoy mejor, y las conversaciones anteriores son sobre los trabajos de la Universidad.
—Y lo demás lo debiste haber borrado.
—¿Qué? —Entendí lo que insinuaba, pero no podía creer que pensara eso de mí.
—No te hagas la desentendida, Liliana. Hace rato te dije que dejaras de hablar con él. ¿Cómo tú entiendes? ¿Eres o te haces la estúpida?
—No me hables así —demandé. En verdad no tenía ningún argumento para desconfiar de mí, y no me lo merecía.
—¡Hablo como me dé la gana! ¡Ahora el que debe estar calificado de cabrón soy yo! —vociferó sujetándome fuerte por el brazo.
—Cálmate, por favor —supliqué asustada.
—¡Eso me pasa por juntarme con una puta! —Me sujetó por los hombros zarandeándome contra la pared.
—¡Te vas a la mierda! —exclamé enojada liberándome de su agarre y automáticamente sentí mi mejilla izquierda estremecerse con el impacto de una bofetada.
Mis ojos se humedecieron, y mi mejilla palpitaba de dolor.
—¿Ves? Eso es culpa tuya —alegó mientras pasa a su mano por el cabello despeinándolo.
—Se acabó —mascullé entre dientes.
—Liliana, yo te quiero, pero es que tú…
—¡Basta! —lo interrumpí sintiendo mis cuerdas vocales desgarrarse—. ¡No seas cínico! ¡Tú no me quieres! —repliqué con un nudo en la garganta—. Yo me voy, y que no se te ocurra buscarme, porque te juro que soy capaz de hacer un escándalo y denunciarte a la policía.
Tomé mi bolso y salí de allí lo más rápido que podía.
Las lágrimas corrían por mi cara, y apretaba los labios para silenciar los sollozos. Quería llegar a casa y encerrarme en mi habitación, pero no podía dejar que mi familia me viera en ese estado. Así que comencé a andar sin sentido alguno.
Caminaba apresuradamente, aunque no me sentía avanzar.
Me dispuse a cruzar la calle. Mi cuerpo estaba ahí, pero mi mente viajaba una y otra vez a ese momento.
Si tan sólo hubiera visto las señales que apuntaban a esa situación... Si tan sólo hubiera escuchado a mis amigas...
Mi vista estaba nublada por las lágrimas y mi cabeza aturdida por los ruidos del tránsito.
De repente me quedé en shock. Todo pasaba aceleradamente, y yo en medio paralizada. Estaba mareada, la cabeza me daba vueltas y me sentía desfallecer. Escuchaba los fuertes cláxones, pero mis piernas no reaccionaban.
Lo último que recuerdo es un auto a centímetros de mí...
Luego todo se oscureció.
Desperté en el hospital, llena de aparatos, un suero en mi vena, y todo mi cuerpo adolorido; pero rodeada de mis familiares y amigos, las personas que verdaderamente me querían.
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Relatos juveniles
Short StoryConoce a: Leo y Jessica, una joven pareja que pretende usar una casa abandonada como nido de amor. Ronald, un chico que no es bueno con las palabras románticas pero busca la manera perfecta de declararle su amor a Ashley en la fiesta de San Valent...