Vampillá

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Hace dos años jamás me habría imaginado que me encontraría escogiendo entre la vida de mi hermana y la de mi madre, claro que hace dos años todo era muchísimo más fácil.

Yo era la capitana de las animadoras, la delegada del curso escolar y la futura reina del baile, además de salir con el chico más guapo y codiciado de todo el instituto, pero eso fue antes de que ellos llegaran.

El día que aterrizaron los vampiros mutantes desde el espacio, no pensé que la vida nos cambiaría tanto como para...

―¿Vampiros mutantes del espacio? ―Sara alzó la voz y la cabeza cuando preguntó en un gesto lento y contenido.

―Sí ―afirmé de forma desinteresada parpadeando dos veces―. Son vampiros que vienen de otra galaxia a alimentarse de nosotros porque todo su planeta ya ha muerto.

Tenía escrito un «vaya puta mierda de relato» en la frente, pero como se había criado en Pedralbes y sus padres le habían dado una educación propia para una princesa, su cabeza procesó esa información con un pensamiento que decía «madre mía, como le puedo decir que esta idea es pésima».

Le facilité las cosas cerrando el portátil, irguiéndome y bebiendo un poco de mi vino como si que no le gustara no me hubiese fastidiado muchísimo.

―Sé que es malo, puedes decirlo. ―Me recosté en la silla de madera y fingí que miraba como un chino introducía monedas en una máquina tragaperras.

―Dijimos que no ibas a entrar en mi cabeza para saber lo que pienso. Que tengas ese... ese..., bueno, que puedas escuchar pensamientos no te da derecho a...

―Ya lo sé, pero sabes que a veces no lo puedo evitar ―contesté dejando la copia de vino sobre la mesa y dándole la vuelta a mi portátil.

Sí. A cualquiera que le preguntes si le gustaría escuchar las mentes ajenas te daría un sí enorme escrito en una pancarta de color rosa fosforito.

Spoiler: No es agradable.

Desde que tengo capacidad de pensar puedo escuchar a los demás. ¿Por qué? Ni idea. ¿Lo puedo evitar? A veces. Puedo evitarlo cuando estoy en el metro y cientos de mentes me taladran el cerebro; no puedo evitarlo cuando alguien que me gusta está pensando algo sobre mí o, sobre todo, cuando estoy distraída. Con los años he perfeccionado mi capacidad de concentración y ahora casi siempre lo controlo, pero todavía hay algún día en que me despisto y escucho algo que no debía ser escuchado. Como cuando tenía quince años y Alex, mi primer novio, solo pensaba en mis tetas mientras yo le contaba mis traumas más inconfesables.

―A ver, no es que sea todo malo, el principio está bien.

―Sara, es una puta basura. Puedes decirlo. Tus padres no van a escucharte en un bar de mala muerte del Raval y yo no me voy a sentir herida.

―Jamás diría eso de una obra tuya ―contestó frunciendo el ceño mostrándose indignada. Se llevó una descascarillada uña roja a la boca y se la aparté de un manotazo.

―No te quites el pintauñas con los dientes. Es asqueroso. ―Ese es el único gesto que ha permanecido en ella a pesar de sus padres.

―¿Queréis algo más? ―preguntó alguien por encima de nosotras. La cara de Sara se iluminó con una sonrisa de esas que muestran todos los dientes.

El camarero estaba buenísimo: pelo negro, ojos oscuros, brazos musculados con un extraño tatuaje y una mirada de esas que te pueden dejar embarazada; pero todo eso quedó relegado a un segundo plano cuando escuché como pensaba en decirle a su madre que quería adoptar a un gato.

Sí, era una escritora pésima que se ganaba la vida en una oficina, pero hasta yo sabía que un tío con treinta años que vivía con su madre llevaba una red flag enorme colgando del hombro.

Llámame heredera - "Crónicas de Vampillá".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora