VampiArena

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Desconocía si esa sonrisa se debía a que era idiota o sencillamente porque ver mi indecisión le divertía.
Probablemente fueron las dos cosas.
―No te tiro el cubata encima porque necesito emborracharme ―escupí intentando desollarle con la mirada.
Le di la espalda apartando mis ojos de él para así no caer en la tentación de romperle el vaso en la cabeza, pero, sorpresa; apareció delante de mí como por arte de magia.
―¿Cómo lo has pagado si no tienes la cartera? ―inquirió divertido.
Respiré hondo tres veces antes de contestar.
Otro ataque de orgullo, esta vez justificado, me hizo darme cuenta de que no quería que Raúl supiera que causaba efecto en mí.
Aunque fuera odio.
No quería.
Le miré tan fijamente como me lo permitía la falta de luz y le contesté tirando de toda la ironía indiferente que era capaz de infundir.
―Con favores sexuales.
Le guiñé un ojo y me di la vuelta sin esperar respuesta.
Meterme en ese nido de salidos en el que ahora estaba también Stef, me daba nauseas, pero era todavía peor quedarme junto a este sujeto engreído, odioso y demasiado guapo para la salud mental de toda la población en general.
Error.
Tras unas pocas pero intensas horas con él ya debería saber que cuando ese sujeto quiere ser escuchado, va a ser escuchado.
―Me debes una cena. ―Verle sonriendo de esa forma tan engreída y sexy aumentó mis deseos de despellejarle lenta y dolorosamente, pero como eso es ilegal y las posibilidades de acabar en la cárcel eran altas, me limité a seguir su juego para ganar la partida.
―Si quieres que te pague con favores sexuales tendrás que trabajar un poco más ―dije afilando los ojos y mordiéndome el labio. Di un paso hacia él y pegué mi boca a su oreja. No se movió ni un milímetro cuando hable rozándole el lóbulo a propósito―. Me has dejado tirada en un callejón oscuro y eso no se les hace a las chicas buenas ―susurré alzando mi mano. Le acaricié con las yemas de los dedos desde la oreja hasta la clavícula―. Aunque pensándolo bien, quizás sea porque yo no soy una chica buena. ―Acaricié su oreja con la punta de la lengua mientras paseaba mis dedos por su cuello; noté como se estremecía al instante.
Sin moverme, subí la otra mano hasta su cuello y arrastré ambas hasta su estómago.
Él no debería estar tan duro y yo no debería estar gozando con ello.
―No hagas eso ―susurró con voz ronca en mi oído.
―¿El qué?, ¿esto? ―pregunté antes de morderle de nuevo el lóbulo.
Algo entre medias de un gruñido y una respiración se escapó de sus labios.
―Sí.
Su mano me rozó la parte baja de la espalda y ese solo contacto contra mi piel incendió mi deseo.
Me aparté de un empujón poniendo cara de póker y bebí tranquilamente de mi vaso.
―Tranquilo, como te he dicho, si quieres algo más de mí vas a tener que ganártelo a pulso.
Me di la vuelta y esta vez me dejó marchar. Temía no ser capaz de seguir conservando la máscara de la indiferencia por culpa de los nervios, pero finalmente conseguí llegar hasta Stef sin desmayarme, sufrir una taquicardia, o entrar en combustión espontánea.
―Necesito un tío bueno con el que distraerme ―grité cuando llegué hasta mi amigo, que lo estaba dando todo con unos movimientos de cadera que seguramente le había robado a alguna bailarina.
―Pues aquí tienes varios dispuestos a ayudarte.
Estaba restregándole el paquete a Cintia mientras Laura se restregaba contra él por atrás. Formaban un sándwich bastante porno.
―Querría alguno que no me llenara de babas con solo mirarme ―dije.
Insisto: la peor lacra que me legaron mis padres era mi físico.
La mayoría de las veces me iba bien, obviamente, pero había algunas en las que era una auténtica pesadilla, como esa.
Los ocho tíos que babeaban por Cintia y Laura, en esos momentos estaban empezando a rondarme a mí como si fueran una jauría que llevaba días sin comer.
Stefan miró hacia donde estaba yo y dejó de perrear con ellas para acercarse y perrearme a mí. Comprendí que lo hacía para que los tíos no se me acercaran, y funcionó, porque al momento volvieron a rondar a las zorras, digo, a las amigas de Stef.
―Ese tío te está mirando mientras se pega el filete con otra. ―Señaló donde estaba mirando y, al darme la vuelta, vi a Raúl besando a una chica que, tenía que admitirlo: estaba buenísima.
Cerré los ojos cuando me volví hacia Stef.
―Es Raúl. ―Abrió mucho los ojos y se desbloqueo parpadeando dos veces.
―Oh, vaya ―dijo entregándome el cubata que me había robado―. Te hará falta.
―Gracias.
―Espera aquí. ―Se dio la vuelta y salió empujando a la gente para abrirse paso como Moisés hizo con el agua.
Cuando volvió traía agarrado a un rubio que me sacaba veinte centímetros e iba sin camiseta.
No era tan espectacular como Raúl pero era muy atractivo; me serviría.
―Este es el hermano de Cintia, Ian.
Vaya.
―Encantada ―sonreí pasando por alto quién era su hermana y usé todas y cada una de las balas de mi arsenal.
No me hizo falta más, vi en su mente el momento exacto en el que se le puso dura.
Inmediatamente alcé mis muros mentales y bloqueé todo pensamiento externo, como siguiera así así en unos minutos estaría escuchado a todo el mundo, y eso un sábado noche en una discoteca llena de adolescentes borrachos podía ser mortal.
―Hola, me llamo Ian ―No, quedó que muy listo no era.
―Ya, lo acaba de decir Stef ―comenté sonriendo y moviéndome al son de la música.
―Es verdad. ―Sonrió y, pese a que no era tan espectacular como la sonrisa engreída y sexy de Raúl, no estaba nada mal― ¿Qué bebes?
Y esa era una pregunta super original para hacerle a una chica en una discoteca.
Vamos allá, pensé.
―Vodka Red-Bull ―contesté―. ¿También me vas a preguntar si vengo mucho por aquí?
Sonriendo, apoyé las manos sobre su pecho. Él me pasó un brazo por la espalda de forma despreocupada y dejó reposar su mano en la parte baja. La tenía grandes y me sorprendió notar callosidades en la palma como si hiciera algún trabajo manual.
Viendo esos músculos que lucía no me extrañaría nada.
―No suelo ir mucho de fiesta, así que no sé cuál es el protocolo de actuación en este tipo de ocasiónes ―dijo inclinándose sobre mi oreja.
―¿Protocolo de actuación? ―Me burlé levantando las cejas―. ¿De qué película de policías has salido tú? ―dije, y le miré de arriba abajo―. Pues cualquiera lo diría viendo que no llevas camiseta y que vas pintado con tinta de neón. Solo te faltan las gafas de sol.
Llevaba todo el torso dibujado con unas líneas que subían de sus caderas hasta su pecho formando siluetas de llamas. Eran de color rojo, naranja y amarillo fosforito; brillaban con las luces negras de la discoteca.
Ian pareció sorprendido un instante, pero luego volvió a sonreír y se explicó:
―Te va a sonar rarísimo, pero me han robado la camiseta.
Me reí. Tanto que casi tiro mi cubata al suelo.
―¿Que te qué? ―Momentáneamente distraída, bebí de mi vaso mientras él me explicaba lo que le había pasado:
―Cuando he llegado, Stefan sin querer me ha tirado un chupito de wisky encima ―explica―. He ido al año a lavarme la camiseta y mientras se secaba en el secador de manos he aprovechado para ir a mear. ―Sonrío negando con la cabeza porque ya sé lo que va a decir.
―¿A quién se le ocurre dejarla sola en el baño del Arena?
―Como te he dicho, no salgo mucho, así que no sabía que existía gente tan rara como para robar una camiseta mojada de un baño público. ―Su cara de frustración me provocó más carcajadas.
Cuando Stef me lo trajo no sabía que este chico sería una tan buena distracción.
―¿Y los dibujos de llamas?, ¿se te ha caído encima una chica que se maquillaba el baño? ―pregunté sonriendo.
Él me devolvió la sonrisa susurrándome al oído:
―Para saber eso me tendrás que torturar.
Torturar no sé, pero se me ocurren otras cosas que te haría, pensé.
Pasé un dedo por las marcas de forma suave y casi sin tocarle para no borrar el dibujo. Cuando llegué a su pecho levanté mi vista hacia él.
―Se me da muy bien sonsacar información ―dije susurrándoselo al oído.
Susurrando tanto como se puede hacer en una discoteca, claro. Ian volvió a sonreír y puso una mano en mi nuca; ladeando la cabeza me atrajo hasta que su boca rozó la mía.
―Y a mí se me da muy bien guardarla. No soy una piedra fácil de tallar. ―Me erizó la piel de todo el cuerpo con ese susurro extraño.
Ian también sabía jugar bien sus cartas.
―Tranquilo, a mí se me dan muy bien los trabajos manuales ―aseguré.
Lo que había empezado como una distracción se estaba convirtiendo en algo muy divertido.
Ian me miraba desde arriba y me acariciaba un mechón de la nuca. Sonrió y, apretándome contra su cuerpo, dijo:
―Si llego a saber que erais así de divertidos y sensuales me habría pasado antes por aquí.
No supe a quién se refería con eso de «erais», pero tampoco me dio tiempo a darle muchas vueltas. Acercó su cara a la mía y atrapó mis labios con los suyos.
Me pegué más a él asiéndole de los brazos y él me tiró un poco del pelo para tener más acceso, luego ladeó la cabeza y entró en mi boca.
Besaba bien. Muy bien, si soy sincera. Un nueve sobre diez, quizás incluso un nueve y medio.
Mis ojos se abrieron por instinto propio captando un destello oscuro como la noche.
Un pelo tan negro que bajo estas luces incluso parecía de color azul. 
Raúl se estaba besando con la chica de antes pero sin dejar de mirarme. Bajé las barreras lo justo y necesario como para colarme en su mente, pero me fue imposible penetrar en ella. Luego intenté centrarme en Ian, pero él también parecía estar envuelto en algún material anti-Nai. Aunque sí podía escuchar a todos los demás del local, estos dos chicos parecían tener la mente en blanco.
Extraño, pero no imposible.
Besé más profundamente a Ian mientras mis ojos seguían clavados en Raúl.
Estaba en la otra punta de la sala, pero le veía entero. El primero en romper el contacto fue él, que se separó de la chica y la apartó dando un paso atrás respirando de forma agitada. Me miró de nuevo y la chica siguió su vista. En cuanto me vio, me dedicó una mirada cargadísima de veneno y se dio la vuelta agitando su larguísima melena negra.
Debí quedarme embobada mirando la escena, porque Ian se separó de mí frunciendo el entrecejo. 
―¿Qué pasa? ―preguntó siguiendo la dirección de mi mirada.
Raúl se había fundido entre las sombras otra vez y no quedaba ningún rastro de él.
―Nada. Ven aquí.
Decidí que el guapo y simpático chico de pelo castaño era el candidato perfecto para acabar con mi año y medio de abstinencia. Si Raúl no iba a ser mi fuente de inspiración, bien lo podía ser Ian.
Lo arrastré hasta el baño y le empujé dentro de un cubículo.
―Oye… ―No sé qué quería decir ya que no le dejé acabar.
Puse mis labios sobre los suyos mientras tiraba del pestillo de la puerta; hasta que mi hermana no lo dijo yo no había caído en ello, pero:
Un. Puto. Año. Y medio.
―Oye, Naiara, yo no suelo hacer estas cosas con chicas a las que no conozco y menos aún en el baño de una discoteca ―dijo cuando se separó de mi boca con la respiración agitada.
Le tomé las manos que estaban sobre mis hombros y las puse sobre mis pechos. Él movió los pulgares acariciándome los pezones que se marcaban en mi camiseta y cerró los ojos maldiciendo en voz baja.
―Yo tampoco suelo hacer esto, pero no creo que sea malo probarlo por una vez ―rogué lamiéndole el labio―. Tú me atraes y creo que yo te atraigo a ti ¿qué hay de malo en ello?
No sé a quién pretendía convencer, si a él, o a mí.
―Imagino que nada ―dijo.
Supe que se había estado conteniendo de una forma espectacular cuando asintió con un gruñido y me pellizcó ambos pezones a la vez.
Gemí.
Acaricié sin ningún cuidado toda la extensión de su pecho recorriendo con los dedos las sombras brillantes de sus dibujos, cuando descubrí que no se borraban me alegré de no destrozar semejante obra de arte.
―No tenemos demasiada movilidad aquí, así que disculpa si no puedo proporcionarte todo el placer que te daría si estuviésemos en una cama.
Su forma de hablar a veces se me antojaba extraña.
Me mordió el labio con un poco de fuerza y me besó de forma feroz, luego tiró de mi camiseta y la colgó del pomo de la puerta.
Sus ojos se abrieron más al confirmar que no llevaba sujetador.
―No me gustan los sujetadores ―dije. Él nos dio la vuelta y me hizo quedar contra la puerta, me subió a sus caderas y puso la boca sobre mis pechos.
Primero uno y luego el otro.
Cuando estaba ocupado dando vueltas a un pezón con su lengua, su mano se entretenía tirando del otro.
Gemí de nuevo.
―Como sigas haciendo esos ruidos esto va a terminar rápido ―dijo clavándome a la puerta con el empuje de sus caderas. Noté su erección en el centro de mis piernas y volví a soltar un ruido ahogado―. Joder, eres muy sensual.
Me bajó al suelo y con pericia me desabrochó los pantalones. Se deshizo de ellos con habilidad y, cuando me tuvo solo vestida con un fino tanga de encaje, dio un paso atrás relamiéndose el labio.
―En serio: Eres enloquecedoramente bella, y voy a hacer que también seas enloquecedoramente feliz.
Y tanto que lo hizo.
Se agacho acariciándome los muslos y las caderas mientras me besaba los pechos y me lamía la piel del vientre.
―Ian… ―No sé si me entendió ya que en esos momentos el año y medio que hacía que no me tocaban tenía a mi razonamiento encerrado bajo trescientas llaves.
Apartó la tela a un lado y, sin dejar de mirarme, rozó con el pulgar el centro de mis nervios; volví a gemir, pero el sonido más fuerte vino cuando introdujo un dedo en mi interior mientras me frotaba con el pulgar. Se levantó sin dejar de mover la mano y me besó ahogando así todos mis gemidos.
―Imagino que no debe de estar muy bien visto que hagamos esto aquí, así que intenta correrte en voz baja.
Casi lo hago. Escucharle decir esas guarradas me estaba llevando de lo más al límite.
―Fóllame, Ian. Deja de mover los dedos porque no quiero acabar así.
―Como lo ordene la señora ―dijo.
Se bajo los pantalones sin dejar de besarme y mi mano bajó por orden propia apartándole los calzoncillos. Metí la mano dentro y agarré con fuerza esa extensión que se endurecía cada vez más.
―Joder… Ian. Esto es… ―dije subiendo y bajando la mano arrancándole suspiros agitados.
Él seguía moviendo la mano aunque no presionaba tanto, y me estaba volviendo loca a cada giro de muñeca.
―¿Enorme?, ¿vigoroso?, ¿titánico?
Vaya, resulta que Ian tenía una versión propia de la engreída y sexy.
―Me quedo con enorme, sí… enorme es la palabra ―dije entre jadeos bajándole el bóxer―. ¿Tienes condones?
Recé todo lo que sabía para que dijera que sí y, cuando dijo que no, casi me desmayo. Su mano se paralizó y me agarró con ambas la cadera.
―Hoy no tenía planeado acabar entre las piernas de una pelirroja, la verdad. ―Apoyé mi cabeza en su hombro y luego le mordí.
―No me lo puedo creer… Un año y medio sin hacer nada y cuando por fin me decido resulta que no podemos hacerlo.
Lógicamente no estaba pensando en nada cuando dije eso.
―¿Un año y medio? Vaya, me siento afortunado.
No me podía creer que estuviera hablando sobre mi abstinencia sexual con un desconocido completamente desnudo en el baño de tías del Arena.
―Visto lo visto hoy tampoco va a ser el día ―refunfuñé de mala leche pasándome las manos por el pelo.
Me intenté agachar para coger la ropa pero Ian me agarró por las muñecas inmovilizándome contra la puerta.
―Podemos hacer más cosas a parte de follar, preciosa. ―El tono de voz que usó volvió a encenderme. Subió mis brazos y los agarró solo con una mano encima de mi cabeza―. Puedo introducirte extremidades, aunque no sea la que ambos deseamos. Puedo introducirte un dedo ―dijo, y lo hizo. Me introdujo un dedo arrancándome un grito ahogado―. Puedo introducirte dos. ―Repitió el proceso con otro dedo y me llenó por completo, se tragó el gemido que estaba a punto de salir por mi boca―. Y puedo hacer esto mientras lo hago. ―Comenzó a trazar círculos con el pulgar y casi me vuelve loca.
La habilidad que tenía ese chico era sobrenatural. Bajé mi mano y agarré de nuevo eso que tanto deseaba meterme dentro y, como esa posibilidad había quedado anulada, comencé a sacudir la mano mientras le acariciaba el glande con el pulgar. Paseé mi otra mano por su pecho y le clavé las uñas en el hombro, él gruño y esta vez fui yo la que absorbió el sonido con los labios.
―¿Crees que vas a poder acabar así? ―pregunté en su oído cuando ya estaba al borde del orgasmo―. ¿O prefieres hacerlo en otra parte de mi cuerpo?
Ian volvió a gruñir y me besó el cuello dándome un mordisco por cada beso. La mano que tenía agarrándome de las muñecas se tensó y la otra aceleró el ritmo.
―Lo que quiero es que tú te corras en mi mano mientras yo me trago todos tus gemidos.
Fin.
El placer se abrió paso a través de mi cuerpo estremeciéndome y calentando todas mis terminaciones nerviosas. Cuando comencé a gritar Ian me besó con furia y soltó la mano que tenía sobre mi cabeza, eso me liberó y le atraje a mí por la nuca. Con la mano que le había quedado libre a él, envolvió la que tenía yo alrededor de su miembro y apretó con fuerza, con mi último grito ahogado Ian escupió una maldición y acabó entre sacudidas encima de mi vientre. Me mordió el labio con fuerza y se pegó a mí hundiendo un poco más los dedos y, con ese movimiento, estallé de nuevo.
―Dios ¡Ian! ―grité. Cuando mi cuerpo quedó flácido por culpa de la extenuación de los dos orgasmos, él me sostuvo con el suyo.
―Tengo que decir que este es el mejor sexo de discoteca que he tenido ―dijo mordiéndome el lóbulo de la oreja.
―Suscribo ―susurré sin fuerzas.
Ese había sido el mejor sexo que había tenido en mi vida, pero no se lo dije. En cambio, volví a poner esa expresión que alejaba a todo el mundo de mí y lo empujé para que se despegara de mi cuerpo.
Me limpié con papel apenas sin mirarle y me vestí rápidamente. Cuando salí del agujero que habíamos convertido en un picadero, me fui directa al espejo del baño; el nudo de Stef seguía intacto, pero no se podía decir lo mismo de mi pelo. Me hice una coleta alta recogiendo la maraña de pelo rojo que se había descontrolado y le vi a través del espejo: estaba recostado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y su versión de la engreída y sexy. 
―Adivino que si te pido el teléfono no me lo vas a querer dar ―dijo.
―Me estoy cambiando de compañía y aun no me han dado el número nuevo ―Sonreí de nuevo esperando que me creyera, pero por el resoplido divertido que dejó ir adiviné que no.
Salí con él a mis espaldas buscando a Stef con la mirada; mi amigo seguía dándolo todo con la hermana de Ian y Laura.
―Como excusa es bastante pobre. ―Me seguía de cerca, así que me detuve volviéndome hacia él.
―Tienes razón ―admití―. La realidad es que me lo he pasado muy bien contigo y que he tenido dos orgasmos bastante buenos, pero no quiero nada más ―dije sacando a pasear mi lengua bífida―. No soy la típica chica a la que conoces en una discoteca y tras cuatro besos se enamora de ti. Eso no va a pasar y tú sí que debes de estar buscando eso. Así que, para evitarnos malos rollos vamos a dejar que el buen sexo que hemos tenido se quede en el cubículo del baño. El amor romántico no se inventó para mí.
Perplejo. Esa es la palabra que le describe.
Es verdad. Mis padres murieron cuando yo tenía cinco años y, pese a que las monjas fueron buenas conmigo y que quiero a Sara más de lo que me quiero a mí misma, no creo en el amor.
El amor tarde o temprano te destruye.
Se infiltra en tu alma sin que te des cuenta y va cambiando tu forma de ser hasta que de ti ya no queda nada.
Lo vi con mi madre. Es decir, no lo vi en primera persona, pero es lo que me repitió treinta millones de veces la Hermana María del Mar.
Mi madre era una persona sana y decente hasta que se enamoró de mi padre y él la llevo por caminos y vicios que condujeron a su muerte. Ni siquiera un bebé logró que cambiara.
Eso no me va a pasar a mí.
―Pues te estás perdiendo muchas cosas buenas ―aseguró impasible―. Antes de que te vayas ―No sé si tenía intención de terminar la frase o el beso que me dio era la continuación de lo que me estaba diciendo, pero sus labios se posaron sobre los míos antes de que pudiera decir nada.
Admito que me perdí uno o dos segundos cuando mi cuerpo se acordó de lo que él le había hecho hacía unos minutos, pero solo fue un momento.
―Adiós, Ian. ―Le quité los restos de carmín de la boca y me fijé en su pecho―. Tus dibujos siguen intactos, agradéceselo a quién te los haya pintado porque la pintura es buena.
Ian frunció el ceño un momento antes de contestar.
―Creo que nos volveremos a ver más ponto de lo que crees. ―Me besó de nuevo invadiendo mi boca con su lengua y luego desapareció entre la multitud. 
Me costó llegar hasta Stef ya que Cintia y Laura seguían dándolo todo junto con un grupo de quinientos tíos que las miraban embobados y, cuando lo hice, me encontré a mi amigo con la lengua en la boca de un negro con aspecto de portero de discoteca.
―Fantástico ―murmuré.
Me acerqué a él y le quité la cartera el bolsillo, cogí veinte euros y se la volví a meter en el pantalón.
―Voy para casa, ven solo ―recalqué la última palabra porque bien era capaz de meterme a ese pedazo de negro en el sofá-cama―. Y págale a Sandra el cubata que me he bebido, ahora te haré un Bizum.
Asintió sin sacar la lengua de su compañero, así que hundí mi dedo índice en su mejilla.
―Hasta luego ―susurré para nadie.

SEPARADOR

Lo bueno que tiene una ciudad como Barcelona es que hay múltiples opciones de transporte. Puedes ir en Cabify, en Taxi, en bus, en tren, en metro o incluso existe la opción de alquilar una bicicleta para pedalear hasta casa. También se pueden alquilar motos, pero aquellas me daban demasiado respeto; en esa ciudad la gente conduce como el culo.
Decidí esperar al autobús porque no era rica y tampoco estaba muy lejos de casa. Cuando llegué, desplegué mi sofá-cama y me di la ducha que venía necesitando desde mi visita al baño con mr. Orgasmos.
Los ojos de Raúl me hicieron una visita mientras me duchaba. No pude evitar tocarme al imaginarme que, en lugar de Ian, el que me proporcionaba placer en el baño era él. Desconocía qué era lo que tenía ese chico que me atraía tanto y jamás admitiría esto ante nadie, pero era lo más sexy que había visto hasta el momento, y mira que Ian se había ganado un puesto en el podio por méritos propios.
Mi tercer orgasmo de la noche me dejó completamente exhausta. Llegué flotando al sofá-cama y caí dormida incluso antes de tocar la almohada.

SEPARADOR

DOMINGO
―Buenos días, señorita.
El olor a tostadas y café recién hecho me llegó a la nariz antes de abrir los ojos.
Vale, tuve que admitir que el hecho de que Stef me despertara todos los días de esa forma tenía sus cosas buenas.
―No trajiste al negro ―comenté levantándome del sofá-cama.
Me estiré para hacer crujir la espalda y miré a Stef ya que me observaba sin parpadear.
―Si no fuera homo te haría el amor salvajemente sobre ese sofá. Mira que tetas más turgentes. Las tienes super bien puestas para ser tuyas, normal que no te guste el sujetador.
―Joder ―murmuré al darme cuenta de que no llevaba camiseta―. Calla, anda. Dame una tostada ―ordené poniéndome la camiseta del pijama.
Este chico tenía un don para la fiesta. Podía beber hasta sudar alcohol, bailar hasta que le quemaran los pies, y acostarse a las siete de la mañana, pero fuera como fuese, a las nueve ya estaba despierto y con una salud envidiable.
Yo luchaba con la poca luz que me arañaba los ojos.
―¿Hay alguna cosilla que me quieras contar? ―preguntó dándole al botón de la máquina de café.
Pues claro, cómo no se iba a enterar el señor cotilleos de lo que había pasado con el hermano de su amiga.
―¿Hablas de lo del hermano de Cintia? ―Parpadeé intentando parecer inocente.
―Te lo follaste en el baño. ―Eso no era una pregunta.
Obvié su posición inquisitiva de brazos en jarras.
―Técnicamente no follamos.
El sonido del timbre me libró de la contestación. Abrí la puerta y vi que Sara me sonreía con una caja del Dori-Dori en las manos.
―Te quiero ―aseguré babeando sobre los croissants de chocolate.
Le arrebaté la caja y entró detrás de mí.
―¿Qué pasó ayer? ―preguntó con una sonrisa cómplice.
―Joder, pues sí que vuelan las noticias ―gruñí―. Tuve sexo en el baño con el hermano de Cintia, lo confirmo. ¿Podemos pasar ya al siguiente tema de actualidad?
La cara desencajada de mi hermana me dio a entender que su pregunta no se refería a eso.
―Hablaba de Raúl ―murmuró sin parpadear. Se dejó caer sobre el sofá como si le hubiesen dicho que acabábamos de entrar guerra con Francia―. ¿Cómo se torció tanto la situación para que acabaras haciendo eso con el hermano de Cintia?
―Follar, cariño. Lo que hizo tu hermana fue follar.
―Gracias por la aclaración, Stef, pero insisto en que no follamos, solo nos tocamos ―aseguré presionándome las sienes―. Tu amigo Raúl me dejó tirada después de cenar y luego apareció en Arena con otra tía. Cuando le vi le estaba rozando la campanilla con la lengua ―Sara puso cara de asco pero no me interrumpió―. Ian estaba allí, estaba bueno, era majo y yo necesitaba sexo. Así de simple ―dije mirando a mi hermana―. Fue por tu culpa, por cierto.
Ella se llevó una mano al corazón a la vez que sus cejas se elevaban.
―¿Yo? ¿Qué es lo que se supone que he hecho? ―Sonaba inocente porque lo era. Al menos desde que fue adoptada y olvidó todo lo relacionado con el orfanato.
―Tú me metiste esas ideas de que necesitaba sexo para inspirarme. Y, ojo, tenías razón. Después de los tres orgasmos de ayer creo que estoy preparada para escribir un superventas.
―¿Tres? ―exclamaron los dos a la vez.
―Sí, dos fueron con el hermano de Cintia y uno con la ducha.
―No quiero saberlo. No quiero saberlo ―repitió Sara tapándose los oídos.
―Oh, vamos, Sara. Dime que tú también te masturbas. ―Abrió los ojos a la espera de la respuesta de mi hermana.
―No necesito saber si mi hermana se masturba. Gracias, Stef. Sara, no contestes.
Tampoco lo iba a hacer, tenía las orejas tapadas mientras canturreaba una canción.
―¡Sara! ―Moví la mano por delante de su cara hasta que se destapó los oídos.
―¿Ya? ―preguntó con ojos de cordero.
―Sí, ya.
―¿Y qué fue de Raúl? ―preguntó.
―No lo sé. Cuando salí ya no estaba.
El timbre de la puerta volvió a sonar. Me dirigí a ella y la abrí. Un mensajero sujetaba una caja con un café del Starbucks y un paquetito envuelto con papel de regalo negro con purpurina fina.
―¿Naiara Márquez? ―preguntó enrojeciéndose mientras observaba mis piernas.
Fue ahí cuando recordé que solo llevaba la camiseta del pijama y que le había abierto la puerta en tanga.
Fantástico.

Llámame heredera - "Crónicas de Vampillá".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora