06/05/1989

8 3 34
                                    

Siete años habían pasado desde el nacimiento de la pequeña Selene, desde entonces la felicidad inundaba la mansión de los Rosé. Las risas de aquella niña le había devuelto la vida a aquel lugar. Es cierto que antes no es como si faltase movimiento, risas o felicidad, simplemente era otro tipo de jubilo. 

El matrimonio habían cambiado muchas cosas en su estilo de vida, habían cambiado solomillos por nuggets, copas por zumos, joyas por juguetes, fiestas por sesiones de películas de animación variadas, aquellas que traían desde Estados Unidos, la primera vez que vieron una no sabían muy bien como tratarlas, VHS o a saber qué, pero a la niña le gustaba pararse frente al televisor a ver princesas, animalitos, Zac no entendía demasiado aquellas películas, le parecían tramas muy... Básicas, alejadas de la realidad. "Ese es el objetivo" le reñía su mujer cuando se quejaba de esto, le encantaba cuando lo hacía. 

A veces extrañaban las fiestas, gente que te respeta, pasándolo bien, todos en el mismo lugar, riendo... Eran buenos momentos, había muchas anécdotas en aquella mansión, habían sacado amigos que ya prácticamente no estaban, otros que eran como familia... Era divertido pensar en ello. 

Aquel sábado era como uno cualquiera. Zac despertó en su cama no demasiado temprano, su mujer ya no estaba a su lado, posiblemente estaría en la cocina con Selene, esta se solía levantar bastante temprano, "Así son todos los niños" repetía su madre, pero la verdad él esperaba el momento en el que su hija empezara a levantarse tarde, aunque fuese el fin de semana, entendía que durante la semana todos tenían que madrugar, la menor para ir al colegio, él y su mujer para trabajar. Solía acompañar a la menor a clase, trataba de llamar lo menos posible la atención, no quería que su pequeña tuviese algún prejuicio por su trabajo. 

De todas maneras, aquel día no tenían por qué correr hacia el colegio, era día de descanso, día para estar todos juntos tranquilamente, sin nadie que molestase. 

Con bastante pereza se levantó de la cama estirando sus brazos al cielo, escuchando sus huesos crujir ligeramente, provocando en el chico una pequeña mueca, no le gustaba escucharse crujir, le ponía la piel de gallina aquel ruido. 

Bajó nuevamente sus brazos abriendo un poco la boca para así bostezar. Por pura inercia cubrió su rostro, como si realmente estuviese frente a alguien y pudiese considerarse una falta de respeto. Esbozó una ligera sonrisa comenzando a caminar en dirección baño. 

Abajo, en la cocina estaban Gio y Selene. Esta última movía una de las sillas, separándola de la mesa que tenían en la estancia, empezando a subir con ciertas dificultades. Su madre al percatarse de los intentos de su hija de subir a la silla bajó el fuego que tenía con una tetera para girarse a ayudarle. Al sentir como le alzaban un poco la menor levantó la mirada dedicándole una alegre sonrisa a su madre. La mujer con cuidado se inclinó a besar la cabeza de su hija volviendo a su futuro té. 

Selene era muy curiosa, en sus a penas siete años de vida sabía mucho, le gustaba investigar y tocar todo, aunque eso le implicara una visita rápida al hospital, de eso también aprendía. Por ejemplo había aprendido que el fuego dolía, que las rosas tenían pinchos y que a las ardillas no les gustaba el queso, ni los niños. 

Suavemente se estiró en la mesa para tomar una fruta del frutero, mirando con atención su forma, era una manzana, le gustaban las manzanas. Pasado unos minutos de observación de la fruta acercó sus labios para morder, aunque rápidamente abrió los ojos con sorpresa, parando su acción, se le movía un diente, ¿y si se le caía ahora y le hacía pupa? Ella no quería que le hiciese pupa. 

Gio, quien observaba con diversión la escena ahogó una pequeña risa tomando un pequeño cuchillo. Se acercó a su hija dándole un nuevo beso en la cabeza cogiendo la manzana con cuidado. 

Rosa NostraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora