15/03/1992

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Los Rosé habían cambiado de mansión. Ya no vivían en el barrio donde habían vivido por más de 20 años, ahora era peligroso estar ahí. El cambio de ubicación se decidió durante una noche, tras limpiar la mansión y arreglar los desperfectos, mientras Selene dormía sus padres discutían sobre por qué mudar se o no. "Casi nos matan aquí" espetaba Gio a su marido herido quien se limitaba a asentir, razón no le faltaba, casi les mataban aquella noche. A la mañana siguiente ya estaban empacando cosas y cambiando de hogar. 

Para Selene fue algo difícil el cambio, se alejaba de sus amigos, de su colegio, de todo lo que quería, pero si el señor italiano no iba a volver a buscarles a ella le parecía genial irse a una nueva casa. 

La pequeña había empezado a ir al psicólogo, tanto Zac como Gio lo vieron una buena opción, no querían que eventos como aquel ataque a su hogar le pasaran factura de alguna forma. A Selene no le gustaba el psicólogo, era un hombre feo que solo le preguntaba cosas estúpidas. Aún así siguió yendo un par de años. 

En la nueva casa la familia había crecido, ahora tenían un niño pequeño en casa, era un clon de su padre, de pelos castaños y ojos café. Muchas veces a la abuela de los niños le gustaba bromear diciendo que no parecían hermanos pero era cierto, Selene era un clon de su madre, rubia, de ojos claros, el pequeño Art no tenía nada de su hermana ni casi de su madre. Pero se querían, se querían muchísimo. Ahora eran cuatro, con eso el matrimonio estaba contento. Selene aún demostraba algunos celos de su hermano, no le gustaba como su madre estaba siempre con él, ni como su padre no le escuchaba cuando tenía que cambiar al menor, pero ella también quería a Art.

Dejando todo esto atrás, aquel día se encontraban celebrando el nacimiento de la pequeña, su cumpleaños. Hacía ya 10 años que la niña había llegado a la familia. Estaba eufórica. Se levantó muy temprano, con una gran sonrisa. Le gustaba su cumpleaños, era uno de los eventos más felices de su vida. 

Aquel día había invitado a todos sus amigos, aquellos con los que había jugado muchas veces en su otra casa. También había invitado a sus nuevos amigos de su cole nuevo, eran muy divertidos y habían jugado con ella desde el primer día. 

Salió con rapidez de la habitación, logrando ver a Lucy cargando a su hermano. Se paró en el pasillo haciendo una pequeña mueca aunque rápidamente corrió a abrazarla. La mujer dejó escapar una pequeña risa mientras le revolvía ligeramente el pelo mirándola, quería mucho a esos niños, eran como suyos. Hacía no demasiado le habían comunicado que tenía cáncer de útero, por tanto no podría concebir nunca, no con la tecnología de aquellos momentos, incluso sabía que podía llegar a morir. Por ello se había aferrado a la idea de cuidar de esos dos niños como si la vida le fuese en ello. Sus padres trabajaban y ella los cuidaba, eran sus pequeños a pesar de no ser propios. 

La menor soltó el cuerpo de la chica dando un par de saltos ilusionada mirando a la joven, aplaudiendo con suavidad, estaba muy feliz, tanto que casi no podía organizar las palabras para describir como se sentía. 

— ¡Es hoy señorita Lucy! ¡Es hoy! — exclamó mirándole a lo ojos dando un par de saltitos una vez más — Es hoy Art, ¿lo sabes? ¿O no? — preguntó a su hermano menor quien mantenía la cabeza apoyada en el hombro de su cuidadora. Este al escuchar la voz de la chica alzo un poco la cabeza sin saber por qué le estaba preguntando, tenía solo 2 años, era en octubre cuando cumplía los 3. 

— ¿Qué es hoy pequeña? — preguntó la mujer con cierta diversión en su voz, pasando a mirar al niño — ¿Tu tienes alguna idea, Art? — preguntó observando de reojo como la menor hacía un pequeño puchero cruzándose de brazos. 

— ¡Es mi cumpleaños! ¡Señorita Lucy! — Exclamó alargando la última letra, expresando de esa manera un tono claro de queja, que despertó en la mujer una pequeña carcajada asintiendo despacio, claro, ¿cómo podía haberlo ""olvidado""? Le gustaba molestar a la menor de aquella manera siendo sinceros, le era divertido. 

— ¡Es verdad! Uy que tonta soy, ¿no? — respondió riendo con suavidad mientras se aproximaba hacia la puerta de la habitación de Art — Puede que quizá tenga un regalo y todo... — murmuró con una sonrisa observando como los ojos de la menor empezaban a brillar, ¿un regalo? Claro que lo tenía, pero a pesar de lo obvio a ella le hacía muchísima ilusión

— ¿Qué es, señorita? — preguntó con emoción en la voz mirando a la mujer con suma atención abrir la puerta del dormitorio adentrándose en el mismo 

— Dejamos a tu hermano dormir un rato más y vamos a buscarlo, ¿te parece? — la niña asintió con rapidez, estaba completamente de acuerdo. 

— Art duérmete rápido — pidió en un susurro como si el niño realmente pudiera hacerle caso. Una nueva risa salió de los labios de Lucy mientras dejaba al menor con cuidado en su cama / cuna. Aún usaba barreras aunque ya dormía en una cama, pero solía escaparse de noche aún así. 

Pasado unos minutos la impaciencia de la niña fue creciendo, por lo que al ver como su hermano finalmente se dormía hizo algún gesto de victoria, saliendo rápidamente de la habitación

— Vamos señorita Lucy — le pidió en un susurro mientras veía a la mujer salir de la habitación, cerrando con cuidado la puerta detrás de sí, tendiéndole entonces la mano a la niña. 

Esta la tomó con rapidez, dejando que la mayor comenzara a caminar para así seguirla de cerca, esbozando una gran sonrisa, estaba hasta nerviosa, le gustaban los regalos, fuesen lo que fuesen, ella los veía geniales. Aquello se lo había enseñado su madre, todos los regalos eran muy guays, porque la persona que te los daba había pensado en ti. 

Tras caminar unos minutos en silencio alcanzaron la habitación que estaba destinada para su cuidadora. Lucy había empezado a vivir con ellos cuando empezó la universidad. Su pago era la matrícula universitaria. Había llegado a un acuerdo con Zac, ella cuidaría de los niños y él le pagaría la matrícula, además de darle algo de dinero cada mes para que pudiera subsisitir. También le había dado una habitación, para que pudiera librarse de algún alquiler abusivo o a saber qué. Ella era feliz así. 

Lucy abrió la puerta de su habitación con sumo cuidado, dejando que la niña pasara primero. Esta última, como si de un juego se tratase, corrió hacia la cama de la joven sentándose en ella. Le gustaba mucho la cama de Lucy, era cómoda y muchas veces habían leído cuentos ahí. 

La mujer suavemente se inclinó hacia uno de los cajones de su mesita de noche, sacando suavemente una pequeña caja con un lazo adornándola. Era una caja morada. A Selene le encantaba el morado. Se sentó al lado de la niña dándole la caja con cuidado. 

— Tienes que gastar cuidado, ¿vale? — le pidió inclinándose a besar su frente con suavidad. Ella asintió suavemente quitando la tapa de la caja con mucho cuidado, no quería que la torpeza la traicionara. 

Al hacerlo logró ver una especie de joyero, con un hueco para una llave. Sacó despacio el objeto mirándolo con suma ilusión. Era muy bonito. Tenía un tamaño no demasiado grande. Era cuadrado, con algunos detalles hechos a mano sobre la madera, siendo este el material principal del objeto. Tenía además pequeñas mariposas que brillaban con la luz. En la tapa ponía su nombre con una bella tipografía. 

— ¿Qué es, señorita Lucy? — preguntó la menor alzando la mirada para verla. Ella simplemente cogió la llave, insertándola donde debía. Con cuidado empezó a girarla sin quitar la mirada de la niña, quería ver su reacción. 

— Ábrela — le pidió una vez terminó de darle vueltas a la llave, sujetando la caja entre sus manos. La niña alargó dedos alrededor de la tapa de la caja, abriéndola con cuidadito. Entonces una música empezó a sonar, parecía piano, aunque no lo era. La canción era de algún señor mayor que había hecho música clásica, pero a la niña le gustaba. 

Dentro de la caja había una pequeña bailarina que empezó a girar mientras la música sonaba. La menor se quedó mirándolo completamente sorprendida, ¡era una caja de música! Le gustaban mucho las cajas de música. Se quedó mirando el objeto, que ahora descansaba en sus manos, hasta que la mujer frente a ella volvió a hablar. 

— Con la llave le das cuerda mi niña... Le he puesto una pequeña cuerda para que lo lleves de collar, así nunca lo perderás. ¿Qué te parece? — la menor sonrió ampliamente dejando con mucho cuidado la caja junto a su cuerpo, abrazando entonces el de su cuidadora con fuerza

— ¡Muchas gracias señorita Lucy! — exclamó sonriendo con amplitud, estaba muy feliz en aquel instante, muy muy feliz.  

Rosa NostraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora