Conclusión

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Pese a que el clan Sarutobi tenía sus tierras en las afueras de la aldea, el Sandaime Hokage y sus familiares más cercanos habían vivido en la villa principal, no muy lejos de los aldeanos, desde que Minato tenía memoria. Ese era el lugar al que Hiruzen le había pedido que fuese a verlo al término del Festival. La ubicación era una manera segura de asegurar la convivencia entre el pueblo y su líder, una forma de cercanía y conexión, una forma de darle identidad al rostro tallado en piedra.

Konoha había nacido, después de todo, como un lazo tentativo para solucionar las guerras entre los clanes y el Hokage, como la cabeza de un nuevo sistema.

Minato había evitado cuidadosamente los lugares que frecuentaba en su tiempo con sus amigos, más allá de Ichiraku Ramen el día de la búsqueda infructuosa de su maestro. Tampoco había mirado dos veces hacia la montaña Hokage después de encontrarse con Kakashi en el cementerio. La mayoría de sus compañeros, afortunadamente, residían fuera del complejo principal y en las tierras heredadas por sus clanes por lo que cualquier encuentro en el pueblo sería extraño. Shikaku solía hablarle de las responsabilidades adjuntas a las de un shinobi si, además, eras líder en el clan —Los Nara, pese a su carácter perezoso, cuidaban de un sector aledaño en el que se criaban ciervos y custodiaban los templos escondidos. Sabía que una rama de la familia se había dedicado a la medicina en conjunto con el clan Akimichi dentro de su región. Los Uchiha tenían tierras vastas, casi tan grandes como los Hyūga y los Senju. Entre esos tres clanes se cubría buena parte de los alrededores más inmediatos. Una de las condiciones dadas para aceptar la afiliación a la Aldea Oculta de la Hoja había sido conservar sus tierras y propiedades separadas. Claro que el uso de los recursos que poseían también estaba destinado a Konoha.

—Parece un lugar diferente hoy —comentó.

Kakashi no respondió y Minato no esperaba que lo hiciera.

Si bien ya no estaba molesto en apariencia por lo que había descubierto abruptamente y se había dejado distraer por Minato, las revelaciones del día ciertamente lo habían sacudido. A los dos. Minato no había podido encontrar una forma de abordar el tema, pero tampoco estaba seguro si abordar el tema era una buena idea. Si quería hacerlo, incluso. Ahondar en ese futuro gris no era una idea prometedora. Él preferiría evitar cualquier relación a la posibilidad de su muerte y al destino de Kushina y, quizá, una vez en su tiempo tratar de hallar una solución.

Si algo tenía que ocurrir, sin embargo, ocurriría.

Estiró el brazo para llamar a la puerta pero esta se abrió intempestivamente, con violencia. Kakashi se tensó a su lado por el más ínfimo segundo pero Minato no pudo hacer más que mirar la manita que descansaba en el picaporte. Un niño pequeño, de cabello oscuro y ojos grandes, había abierto la puerta. Llevaba una bufanda color azul alrededor de su cuello, un detalle que se fijó en su mente debido a que estaba siendo arrastrada por el suelo, y una ilusión desesperada. Minato no tenía idea a quién esperaba el niño pero, por la forma en la que toda su expresión se marchitó —la sonrisa, la alegría en sus ojos— sintió el impulso de disculparse.

La espera siempre era difícil. Esperar por alguien amado, aún más.

—¡Konohamaru! —La voz de una mujer hizo eco en las paredes de la casa y Minato vio que el pequeño se escurría rápidamente hacia el interior, desapareciendo efectivamente.

Ignorándolos.

Una figura emergió desde el fondo de la habitación. Minato tenía una vaga sensación de reconocimiento ante los ojos oscuros pero no podía darle nombre al rostro de la joven.

—Lo siento, ANBU-san —se disculpó la muchacha. Su mirada estaba llena de algo indescriptible. Miedo, tal vez. Minato recordó que aún llevaba la máscara. Pero no ayudaría quitársela—. ¿Esto es sobre...?

Kintsukuroi - PreludioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora