Capítulo 2

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Alexander Campbell, chieftain[1] del clan Campbell de Strachur, se apeó ágilmente de su caballo. Habían detenido la marcha para dejar a los animales descansar. Ya faltaba solo un pequeño trayecto para llegar al castillo MacEwen, donde encontraría a su prometida para desposarla.

Caminó hacia los arboles maldiciendo el destino.

¿Por qué tenía que haber nacido la muchacha ahora? ¿Por qué no nació antes? ¿O después? Cuando ni el polvo de sus huesos existiera. En el momento que supo la noticia (a los quince años), había querido injuriar a ese antepasado suyo que había encadenado su destino aceptando dicha promesa.

Encontró un riachuelo. Se agachó y lavó su rostro sin la menor preocupación.

Muchos lo querían muerto, pues el clan Campbell era poderoso, numeroso y tenía también grandes enemigos. Pero en esos momentos ya sentía su vida acabada, por lo que vagar solo por el bosque no le produjo nada más que la calma que buscaba. Tendría que casarse con una mujer que ni siquiera conocía; una adolescente tonta y delicada, que perdía el conocimiento si la asustaban. Su vida seria aburrida desde el momento en que el sacerdote lo atara a ella.

Aburrida no, ¡sería un infierno! No podría pasearse libremente sin que la presencia de su esposa lo persiguiera. Aumentarían los gastos puesto que ella querría comprar frivolidades y redecorar alguna parte de su castillo.

— ¡Alex! —

Atrás, acercándose a un trote suave, lo llamaba Michael Campbell, su primo, junto con Héctor Drummond, su amigo, mirándolo reprochadores.

— ¿Eres de los que prefiere una espada en el corazón a casarse? — inquirió el último burlón.

— ¿O se te olvidó que es peligroso andar por aquí sin protección? — cuestionó diligente Michael.

Alexander suspiro cansinamente. Michael y Héctor se miraron.

— No puede ser tan mala. — lo consoló Michael — Dale una oportunidad. —

— Trataré. — prometió abnegado.

Pasó entre ellos y se encaminó hacia los caballos. Ellos lo alcanzaron y caminaron en silencio.

Por favor, que su mujer le despertara una pizca de lujuria para poder al menos consumar el matrimonio y concebir su sucesor.

Salieron del bosque. Sus hombres ya estaban sobre sus caballos esperándolo. Cuando lo vieron le sonrieron animándolo. Se subió a Odín y emprendieron la marcha.

Sabía qué tenía que hacer. Al final de ese infernal día volvería con su joven esposa a Dubhduibne, la evitaría lo más que pudiese y trataría como a cualquier mujer noble. Incluso podían hacerse amigos si llegado al caso no era tan frívola como pensaba que era.

Sí, eso era lo apropiado. Él no se metería con ella, y ella ni lo determinaría. Pronto le propondría que cada uno se buscara un respectivo amante, y todo mejoraría.

Ya empezaba a estar de mejor humor.

...

Sofía estaba nerviosa.

Se preguntó si todas las novias se sentían igual que ella antes de casarse. Pero no, ellas y ella no tenían ni punto de comparación. Empezando porque ellas elegían a sus futuros esposos, hombres que las amaban locamente. Además, ¡ni siquiera tenía la edad legal para casarse! Y solo para empeorar, no conocía a su esposo. Bien podía ser un cuarentón seboso.

Le vinieron arcadas de solo pensarlo.

Divagar sobre su prometido y próxima boda no le hacía nada bien a sus ya muy crispados nervios. Se concentró mejor en otro problema que la acosaba. Ya estaba empezando a sospechar que no estaba en un sueño y mucho menos en el cielo. Las sensaciones eran demasiado reales: el agua tibia, los olores, la comida, la suavidad del vestido, el dolor que le provocaba el peinado que le estaban arreglando, ya que se había negado a que le pusieran un hábito en la cabeza como una monja. Pero su cerebro se negaba a procesar esa posibilidad. ¿Podría ser posible que estuviera en el S.XIV?¿¡En la Escocia del S.XIV!? Los viajes en el tiempo eran demasiado fantásticos. Incluso para una soñadora como ella.

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