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Conrad.

Caminaba por el parque sosteniendo la mano de Aslyn, habían ido a la exposición culinaria que se celebraría ese día a apoyar a Jessie, quién estaría ayudando a su amigo, el dueño de una pequeña pizzería a la que el grupo de amigos solía frecuentar.

Conrad no era una persona de multitudes, al menos no de una como la que se encontró en el pequeño parque del centro de Bleston Valley aquella tarde, pero estaba mentalizado en disfrutar junto a las personas que quería y en apoyar a Jessie, quién imaginaba estaba nervioso, era la primera vez que cocinaba para el publico.

Al empezar a salir con Aslyn no se imaginó que terminaría siendo tan unido a sus amigos, en especial a Jessie, quién era lo opuesto al sereno, recatado y tranquilo Conrad, pero ahí estaba, apoyándolo y brindándole su amistad sincera, le parecía una persona verdaderamente increíble.

Siguió caminando junto a una emocionada Aslyn, quién miraba los puestos que estaban a los lados del camino por el que andaban maravillada, Conrad sabía que era por la gran cantidad de postres que sus ojos observaban, algo que lo hizo rodar los ojos, divertido.

Aslyn y Conrad también eran algo opuestos en muchas cosas: ella adoraba el dulce, él prefería sabores fuertes y amargos, ella amaba todo lo que fuera delicado, colorido y amigable a la vista, él era partidario de lo sencillo y sobrio.

Él la veía como un rayo de luz que iluminaba el día nublado que él representaba, lo complementaba de una manera que jamás creyó amar hasta que la conoció.

Después de todo, ella era su florecita, embellecía su vida de maneras que no podía explicar.

Conrad pensaba en esto mientras la observaba, siguió embelesado por un momento más hasta que ella tiró de su brazo, sacándolo del trance, para llevarlo hasta un puesto donde le ofrecían muestras gratis de donas. La siguió, divertido.

Después de que Aslyn pasara por al menos tres puestos más donde compró un cupcake, un helado y un trozo de brownie, decidieron ir hasta el puesto donde Jessie estaba.

Caminaron por cinco minutos hasta que lo encontraron, entregándole una porción de pizza a un chico que se dispuso a pagar y se alejó con su comida, dejando el camino libre a la pareja.

–Wow, As. ¿Eres un puesto ambulante de dulces o solo estás volviendo ricas a estas personas?– preguntó Jessie, mirando con curiosidad a Aslyn y a la cantidad de dulces que llevaba en sus manos.

–Soy un puesto ambulante, y este es mi ayudante Larry– dijo Aslyn, señalando a Conrad, quién se mantenía en silencio– Larry es quien ofrece los postres, ya sabes porqué aún no vendo nada.

–Ya veo, lo despediría si fuera tú.

–¿Saben que los estoy escuchando?– inquirió Conrad, enarcando una ceja.

–Calla, Larry. Hablo con tu jefa– le dijo Jessie.

–Sí, seguro me despediría–le respondió Conrad, poniendo los ojos en blanco, cosa que hizo reír a Jessie.

–¿Como les ha ido, Jess? ¿Estás bien?– preguntó Aslyn.

–Está todo bien, a las personas les gusta la salsa que preparé, Thomas está satisfecho.

Thomas era el amigo de Jessie que se estaba presentando ese día, dueño de la pizzería y de un sentido del humor que encantó al grupo de amigos desde que lo conocieron.

–¡Eso es increíble!– le respondió Aslyn, con una sonrisa– Por cierto, ¿Donde está Thomas?

–Salió hace diez minutos a buscar más anchoas, te sorprendería la cantidad de personas que piden su pizza con anchoas.– dijo Jessie, frunciendo el ceño.

La ilusión de una venganza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora