9.

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Jessie.

Estaba sentado sobre su cama, observando su teléfono con horror.

No, no era horror, estaba aterrorizado.

Cinco minutos antes se sentía relajado, estaba escuchando música en su habitación y pensando en el restaurante que quería tener mientras esperaba a Carlin, casi se sentía feliz.

Casi.

Así que, como era costumbre, su familia hacía una aparición estelar para bajarlo de su pequeña nube.

Pero no era una aparición común, no. A pesar de todo, hablaba con su madre al menos una vez al mes. Ella era quien estaba al pendiente del progreso de su carrera, de cómo empleaba el dinero que le enviaban y, por supuesto, de enviarle el dinero.

Jessie sabía porqué lo hacía. No era como que estudiaba administración por decisión propia, menos tomando en cuenta que su sueño era lo opuesto a estar en una oficina todo el día, así que no era por gusto y gana. Pero su padre necesitaba a alguien de confianza en los negocios de la familia, así que tenía que estudiar administración, era eso o ser un "inútil al que echarían a patadas de casa sin recibir ni un centavo luego".

Para ser sincero, la idea no le parecía tan mala a Jessie, pero sabía que aún no podía permitirse eso, no sin antes planear cómo abrir su restaurante y vivir de ello sin utilizar el dinero de sus padres, así que aceptó, pero con la condición de vivir solo y lejos de casa, además de estudiar en una universidad a la que sus padres les parecía demasiado corriente. Ellos aceptaron a regañadientes. 

Es por ello que Jessie estudiaba una carrera que no le gustaba, pero agradecía estar allí y no con su familia, además, por fin parecía estar resolviendo sus planes en la cocina gracias a la exposición en la que ayudó a su amigo Thomas. Todos habían amado su sazón, y su amigo le había hecho un lugar en la pizzería, así que sí, Jessie se sentía casi feliz. Aún si todavía dependiera de su familia, aún si no todo era como quería, lo estaba resolviendo.

O eso creía, al menos hasta que en la pantalla de su teléfono apareció un nombre bastante inesperado. No era raro que su madre lo llamara en esos días del mes para hacer su chequeo mensual, pero... Él no lo llamaba.

Así que cuando vio el nombre de Jansen Rynolds en la pantalla se sintió desfallecer.

Siguió observando el teléfono por unos segundos más hasta que el nombre desapareció. Y respiró por un momento...
Hasta que volvió a aparecer.

Y sabía que tenía que contestar, así que lo hizo.

Tragó saliva antes de pegar el teléfono a su oreja.

–¿Padre?

–Jesse.

–¿Se te ofrece algo?

–Por supuesto que se me ofrece algo. Quiero saber por qué mi hijo estaba ofreciendo pizzas en un puestucho en medio de la plaza de Bleston, si eres tan amable para responder.

Jessie cerró los ojos al escuchar aquello, estaba en un problema.

–Solo estaba ayudando a un amigo, no fue nada.

–Sí, y yo soy tan idiota como para creerme eso. Escúchame bien, mocoso. No estoy pagando una carrera para que desperdicies mi dinero después. Si estoy pagando tus estupideces es porque después trabajarás en los negocios familiares, ¿Está claro?

–Sí– murmuró Jessie, pálido, no se esperaba esas palabras.

–Y que sea la última vez que te vean haciendo de imbécil con esa basura, porque lo sabré, soy los ojos de este pueblito asqueroso, que te quede claro, Jesse Nicholas Rynolds, nadie me toma por idiota, mucho menos tú.

La ilusión de una venganza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora