IV. Bajo control

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Max Urrutia esperaba impaciente en el pasillo del hospital. Uno de sus mejores amigos y aliados en el difícil negocio de la música, vivía sus últimos momentos en la habitación de al lado. Para no arruinar su partida,decidió no entrar a despedirse para que su pequeña hija, Bridgitte, fuera la única en decirle adiós. Un detalle simple pero digno.

Sin embargo, el chofer ya se había demorado en traer a la niña. '¿Qué tan difícil puede ser sacar a una jovencita de clases a mediodía?' pensó.

-En cualquier momento... - repitió bajo, para sí. Esas fueron las palabras del doctor después de revisar al paciente. Max cerró los ojos, liberó un poco de tensión en un gran suspiro y con resignación entró al cuarto.

El lugar, pulcro y silencioso; con excepción del silbido de la respiración del paciente. Fernando Durán reposaba en la cama, dando grandes y profundas aspiraciones de aire. Los aparatos que lo tenían atado a la cama estaban desconectados a un lado, como si se hubieran dado por vencidos. Solo un tanque de oxígeno seguía siendo útil al paciente. 

Con una mirada inundada de esperanza, Fernando volteo a ver la puerta.

-Brid... - soltó con dificultad. Después de ver a Max entrar y cerrar despacio la puerta tras él, se limitó a sonreír.

-Lo siento, Nano. Aún no llega. – Max se acerca a su amigo y se sienta al lado de él. Se tomó un tiempo para admirarlo y grabar su rostro en su mente: su mentón plano, sus ojos miel y su cabello marrón. El cáncer lo había absorbido, paulatinamente el hombre jovial y atlético fue desapareciendo, pero, a pesar de las ojeras pronunciadas y las cuencas marcadas, seguía teniendo esa chispa en sus ojos; esa que, según Max, podía convencerte de hacer lo que fuera.  

Max le dio un pequeño apretón en el hombro. Fernando asiente, con una débil sonrisa.

No sabía qué decir. No quería pronunciar frases vagas o clichés de serie de televisión. Quería decirle algo que saliera de su corazón. Algo que pudiera llevarse a donde quiera que fuera. Casi sin pensarlo y como respuesta a su ansiedad, sacó su cigarrera y su encendedor. Fernando, desde su lugar, lo miro con ojos bien abiertos. Antes de darse cuenta, Max ya tenía un cigarro en la boca.

-Qué más da... ¿no? – soltó Max, conteniendo el nerviosismo. Fernando rio con el aire que pudo y tomo uno de los cigarros que su amigo le había ofrecido. Max le ayuda a encenderlo. Fernando se endereza un poco en su lugar e intenta quitarse el tubo alrededor de su cara. Max le ayuda también y lo botan a un lado. Después de varias bocanadas, el ambiente tenso que trajo la inminente muerte de Fernando Durán se había disipado.

"En cualquier momento..." recordó de nuevo Max. Y de nuevo sus ojos se clavaron en su amigo. Esperando. Imaginando cuál sería su expresión final.

-Lamento mucho... perderme... hasta dónde llegará Brid con su talento. Hasta dónde llegará la firma. – soltó Fernando, melancólico.

Con un nudo en la garganta, Max se levanta y comienza a caminar alrededor de la cama.

-¿De qué hablas? Si ya estuviste allí. – Max da una última probada a su cigarro. Lo apaga en la pared y lo tira al suelo sin importarle nada. Fernando lo mira, curioso. – Me dijiste que Bridgitte será la mejor estrella musical de Internet. Cientos de fans verán sus videos, llenarán sus conciertos por todo el país.

Fernando lo voltea a ver sorprendido y poco a poco sus ojos de inundan de lágrimas.

-Dijiste... – prosiguió Max – que tumbaremos servidores con sus videos, el marcador de visitas se volverá loco y que su estudio estará repleto de placas doradas y reconocimientos. No habrá canción que no se sepan de ella. Será la joya de Maximum Records y eso nos traerá más tesoros. Ella será la leyenda mientras nosotros formamos su legado. Tu me dijiste eso. Tu lo viste, ¿ya se te olvido?

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