V. El día que la conocí

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César abrió los ojos poco a poco, deseando en lo más profundo de su ser no estar en el mismo lugar que de la última vez. 

Pero sí. 

Las luces blancas irradiaban en el techo calando en su retina y a lo lejos sonaba el pitido de un monitor cardíaco que ya empezaba a terminar con su paciencia. Aún débil por los fármacos, volteo la cabeza despacio, hasta donde el collarín le permitía y  vio a su madre enfrascada en su celular, con los labios torcidos y moviendo su pie impaciente. Iba bien vestida para ir a su oficina, el cabello peinado en una coleta perfecta y sus zapatillas brillaban impecables. César, mientras tanto, sentía vergüenza de estar frente a ella con tan solo una bata de hospital, el collarín y su yeso en el brazo. El sentirse menos o inferior frente a su madre le provocaba náuseas.

La madre de César resopló y alejó la mirada del celular. Vio de reojo a su hijo y sonrió aliviada.

-Ya era hora. Estaba por preguntarle a la enfermera si te había dado algo para dormir.

César volvió a mirar al techo. Era menos doloroso que ver a su propia madre sin una pizca de preocupación por él.

-Hoy te dan de alta. Ya hablé con el doctor.

César se emocionó. Por fin veía una luz al final del túnel.

-¿Has sabido algo de Angie? - murmuró César con desconfianza. Su madre se limitó a negar con la cabeza. Se levantó, se alisó la falda y entró al baño.

-Creo que ni siquiera está en éste hospital. En Twitter dicen que Maximum Records se esta haciendo cargo.

-¿Qué es...?

-¡Ay, ya Cé! - interrumpió la su madre, con hartazgo. 

Había entrado al baño a retocarse el maquillaje y ahora salía, lista para irse de allí. 

– Ahorita preocúpate por ti, ¿okey? Voy a estar muy ocupada toda la semana, ya le avisé a una enfermera que te pida un Uber a tu departamento.

César apretó los labios y asintió despacio. La mujer se acercó a su hijo y solo sacudió su mano en el cabello del joven.

-Cuídate. ¡Ah! ¡Y llama a tu padre, ha estado insistente en saber cómo estás! Desde el divorcio que no lo veía tan interesado en algo. En fin. ¡Chao, chao!

Y la puerta se cerró. 

Ahora César estaba más confundido que nunca. Primero, la policía había ido a preguntarle qué es lo que había pasado aquella tarde, pero estaba tan drogado por el medicamento que decidieron dejarlo descansar un tiempo. La siguiente visita no fue tampoco de utilidad, pues ahora César era el que hacía preguntas y los agentes se negaban a decir mucho.

-Estamos investigando lo ocurrido. No podemos decir nada más.

"¿Investigando?", se preguntó César. Fue un accidente automovilístico; para él las cosas eran tan simples como arrestar al conductor y se acabó, fin del caso. No sabía a qué se referían con "investigar".

Esos días, César permaneció incomunicado. Ni siquiera había una televisión en su habitación y encima de todo, le habían robado su celular. No podía creer hasta donde podía llegar la codicia de la gente.

Una noche, la enfermera había entrado a checar sus signos vitales. Tan cuerdo como la medicina le permitía estar, César le pidió amablemente  que le prestara su celular para llamar a alguien.

-Con gusto puedo marcar por usted. Ahí hay un teléfono. – la señorita señalo un teléfono inalámbrico viejo en la mesita de noche al lado de la cama. César lo miro de reojo.

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