Capítulo 1

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Louan

Había muchas camas..., pero yo te quería en la mía.

Os preguntaréis cómo he llegado hasta aquí.

«Aquí». No sé si existen muchas maneras de describirlo, pero os puedo jurar que me estoy muriendo de calor... de calor y, ¿algo más?

La luz golpea con insistencia mis párpados cerrados, me invita a amanecer a un nuevo día, pero ni mi mente ni mi cuerpo están por la labor de reaccionar. El dolor martillea mis sienes como aún lo hace el regusto del alcohol en mi boca; se mezcla con un aroma distinto, que no conozco. Algo ahumado y profundo y dulce... Se adhiere a mi ser cálidamente, como lo hace el brillo intenso que me rodea.

Por favor, que alguien apague el sol.

Me duele la espalda. Tengo los músculos atrofiados tras una noche que ni recuerdo ni creo que quiera recordar. Tanteo en busca de las sábanas y siento mis dedos chocar contra una superficie dura y rígida; debería ser mullido y suave...

¿Dónde se supone que estoy?

Por fin, consigo alcanzar el tejido. Tiro de ella con la esperanza de cubrirme los ojos, pero algo me lo impide. No me rindo y sigo haciendo esfuerzos por taparme, por huir de la mañana y de todo lo que se me viene encima.

¿Por qué los dioses me torturan así?

La frustración me hace abrir los ojos, buscando al culpable de interrumpir mi sueño.

Entonces lo veo.

Su brazo me aprieta con fuerza las costillas y no permite que me mueva, ni siquiera un ápice. La realidad se diluye entre un amasijo de telas carmesí, sábanas de seda plateada y las terribles consecuencias de la mayor resaca de mi vida.

Podría ser peor.

El chico sobre el que estoy medio tumbado al menos es guapo... guapo, no. Es peligrosamente atractivo. Hilos de obsidiana lamiendo una piel de porcelana; casi parece cincelada por los mismísimos dioses. ¿Cómo se puede tener esa cara estando dormido?

Hasta ahora no he tenido a nadie con quien comparar a Diego.

Espera...

Diego...

¡DIEGO!

―¡Mierda!

Mi cuerpo actúa antes de que pueda pensar lo que estoy haciendo. Tiro de las telas, de todas a la vez, y el ímpetu de mis acciones desata una catástrofe irrefrenable. Inevitablemente, el chico a mi lado cae rodando de la cama envuelto entre las sábanas. Me quedo estático unos segundos, sin atreverme a comprobar cómo se encuentra, observando en silencio su figura desperezándose de la peor forma posible.

―Oye, ¿estás bien? ―La cabeza me da vueltas; la habitación entera gira a mi alrededor, pero, por alguna razón, soy capaz de enfocar a la perfección su perfil recortado sobre la luz matinal. ―. Te has dado un buen golpe.

La risa vibra en mis labios, pero no en los de él.

―Creo que eso es lo que yo debería preguntarte ―me espeta y suena bastante molesto. El timbre de su voz es como una campana, clara y vibrante, aunque resulta opacada por el sueño―. Yo no me vomité encima anoche.

Sus ojos rasgados desafían mis palabras.

Ah.

¿Podría ser esta la primera vez que le vomito a alguien en la cama? ¿Y... haciéndolo?

No sé si estoy en condiciones de afrontar esta conversación. Me duele la cabeza y siento los músculos agarrotados.

―Lo siento ―digo, avergonzado. Me llevo las manos a la cabeza, tratando de frenar las migrañas―. Te prometo que es la primera vez que me pasa algo así...

Besar, casar y matar. Un juego de espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora