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Raúl Cortés

La sentí temblar en cuanto colé mis dedos bajo su vestido y los deslicé por sus muslos desnudos hacia arriba, hacia arriba, hacia arriba... No pude evitar suspirar cuando escuché un jadeo que se debió escapar de sus labios. Pasé la boca por el hueco de su cuello y ella lo ladeó un poco para permitirme más espacio en su piel.

— Quiero saber en que has pensado.

Supe inmediatamente a que se refería, pero no se lo iba a dejar tan fácil. ¿Pretendía que le dijese tan rápido lo que había pensado en el programa?

— Para eso tendrás que averiguarlo — susurré y mi aliento chocó contra el lóbulo de su oreja.

Las puertas se abrieron y yo fui el primero en comenzar a caminar, atrayéndola a ella hacia mí al sujetarla por la cintura. Esta vez ella se dirigió hacia su habitación y yo la empujé contra la pared para poder besarla. No obtuve ninguna oposición, sino todo lo contrario. Entreabrió los labios para que pudiese introducir mi lengua y el gemido de su garganta quedó ahogado.

No sé como ni cuando logramos entrar en su habitación. En tan solo un instante yo la había acorralado entre mi cuerpo y la primera pared del interior.

La rubia colocó su mano en mi nuca para acercarme a ella y no quedó ni un solo centímetro entre nuestros cuerpos. Me moví un poco intencionalmente para que sintiese contra su estómago la erección que se había formado dentro de mis pantalones. Solo nos separamos en cuanto nos faltó el aire.

— Quiero saberlo — volvió a pedir y yo gruñí.

Pasé mi dedo por el arco de su labio inferior sin ningún tipo de delicadeza, algo que pareció encantarle por como me miró.

— Y yo quiero que uses esa boquita tan bonita para otras cosas que no sean quejarte...

Y en otros lugares, pensé.

Noté su mano descender hasta la cinturilla de mis pantalones y tan solo poco después tocar el bulto por encima de la áspera tela de mi ropa. Cerré los ojos cuando lo acarició de arriba a abajo, pero entonces apretó su mano alrededor con fuerza de más, obligándome a que la mirase.

— He dicho que quiero saberlo.

Me acerqué todo lo que pude para repasar con la punta de mi nariz cada centímetro de la frontera entre su mandíbula y el cuello.

— He pensado en todas esas cosas que quiero hacerte y... Vas a tener que cumplir con cada una de ellas. Si no quieres que piense que eres una mala perdedora, claro.

— En realidad no has ganado...

— Digamos que es una victoria entre nosotros, ya que todo el mundo cree que lo he hecho.

— Eso no significa que haya sido real.

La miré frunciendo el ceño. ¿Estaba hablando con segundas intenciones?

Ya sabía que por mucho que nosotros estuviésemos fingiendo una relación frente al resto no era real. Nunca lo sería, eso era algo que teníamos muy claro.

— Tampoco significa que haya sido justo, pero... — Pasé mi boca por su cuello y rasqué suavemente la zona con los dientes haciendo que temblase — ¿Qué lo es en esta vida, rubia? Podrías haberme expuesto y ganar...

Todavía no entendía muy bien la relación que teníamos ni el modo en el que debíamos de tratarnos. En un segundo no nos soportábamos y al siguiente no podíamos evitar ver quien de los dos conseguía desnudar más rápido al otro.

Glacial [#1] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora