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Raúl Cortés


Habían pasado dos días desde que llevé a Ariadne a cenar a uno de los mejores restaurantes de Madrid.

Supe que le iba a encantar, y además conocer a uno de los dueños me permitió sorprenderla.

La gente espera años por una cena en ese lugar y yo tan solo tuve que mover un poco los hilos.

Estaba empezando a anochecer y me dirigía hacia la casa de mi madre, la cual quedaba a tan solo poco menos de un kilómetro andando, por lo que decidí no coger el coche al pensar como de concurrida debía estar la zona.

Era el ultimo día del año y pasarlo junto a mi familia era el mejor regalo que me podían haber dado, estaba seguro de ello.

Encontré la puerta de arriba ya abierta, minutos después de que hubiese tocado al timbre.

Esa era la costumbre de mi hermano, y aunque a mí no me hacía mucha gracia, por mucho que Nora o yo se lo dijésemos no iba a cambiar.

Odiaba que a veces fuese tan cabezota, luego recordaba que me parecía a él más de lo que me gustaba pensar y se me pasaba.

Pero... En cierto modo era bonito. ¿No?

Era como si quisiese indicarme que me estaban esperando mientras yo subía, pero eso lo entendí más tarde que pronto y ya no había vuelta a atrás.

Tal vez si lo hubiese sabido nunca habría dicho nada al respecto.

— Buenas noches — dije desde la entrada de la casa para segundos después cerrar la puerta tras de mí.

En ese momento dos renacuajos de cuatro años cada uno aparecieron corriendo por el pasillo.

Pude escuchar al fondo a mi hermano maldecir en voz baja e imaginé a su mujer matándolo con la mirada.

Yo simplemente me digné a abrazar a mis sobrinos y tuve que hacer un esfuerzo por cogerlos a los dos a la vez antes de dejarlos en el suelo de la forma más suave que pude.

— ¿Cómo están mis sobrinos favoritos? — les pregunté agachándome un poco.

Ellos se miraron entre sí, cruzándose de brazos.

— Pero si somos los únicos sobrinos que tienes. — respondieron Ona y Oriol casi al unísono y no pude evitar que se me escapase una carcajada.

Cada vez me daba más miedo eso de que lo hiciesen todo al mismo tiempo, eran como una copia exacta.

Aunque eran mellizos sus rasgos eran sumamente parecidos. Un pelo oscuro y ojos grisáceos como los de mi hermano y míos.

Los genes del apellido Cortés.

Glacial [#1] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora