Gloss

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—Usted no me puede estar hablando en serio, señor presidente—digo incrédulo, tratando que no me falle la voz.

Estoy petrificado por las peticiones del presidente Snow, simplemente no lo puedo creer. Esto no es lo que me prometieron al ganar los juegos del hambre. La prostitución jamás fue parte del trato.

—Nunca hablo habló en broma, joven Richardson. Muchos de sus patrocinadores y personas que apostaron por su victoria quieren recibir su recompensa

—Yo no soy un prostituto—espeto con rabia apenas contenida.

— Nadie habló de prostituirse—replica—, hablamos de las retribuciones que se merecen las personas que confiaron en usted.

— ¿Entonces no pretenderán que me acueste con ellos?—pregunto sarcástico

—Si ese es su deseo, si—responde tajante.

Una vez termina de hablar, aparecen dos agentes de la paz que me obligan a salir del despacho antes de siquiera molestarme en dar una réplica. Soy escoltado hasta un carro que está esperándome para volver al edificio de tributos, subo al ascensor sin detenerme a pensar en que hace poco menos de seis meses entré por estas puertas sin saber que me deparaba el futuro, pero con todas las energías puestas en ganar la competencia, en regresar siendo un honorable vencedor para mi Distrito. Que equivocado estaba, porque a la luz de los últimos acontecimientos lo mejor para cualquier tributo es morir en la arena.

Mi mentora me espera en el vestíbulo. En su mirada puedo leer con facilidad que sabía el tema a tratar con el presidente.

— ¿Por qué no me lo dijeron?—pregunto sin rodeos—. Sabían lo que me esperaba y nadie fue capaz de alertarme...

—Lo tenemos prohibido, Gloss—dijo Sarah, mi mentora, abatida—. Esto es un secreto a voces, estas obligado a callar, además, no tiene sentido mortificar a los tributos.

— ¡Pero yo no soy un tributo! ¡Gané los juegos hace meses! No se te ocurrió que debía saber esto, Sarah—exclamo furibundo. Su argumento es estúpido, dejé de ser un tributo desde el maldito momento en el que me sacaron de la arena malherido, han pasado meses desde eso.

—Es cierto, pero no tenía sentido decírtelo porque no sabía si ellos te querrían—responde Sarah

—Explícamelo, y no te guardes nada por favor.

Ella suspira, cansada, como si lo que le pido es demasiado para ella. Estoy tentado a decirle que no está obligada a decirme nada pero no lo hago. Tengo derecho a saber la verdad.

—Si un tributo es lo suficientemente deseable, la gente del Capitolio lo compra—dice con una voz desprovista de emociones. Por su expresión corporal sé que este tema le afecta más de lo que deja entrever: aprieta sus manos tan fuerte que sus nudillos están blancos, su mandíbula esta tensa, sus ojos se pasean por toda la estancia pero no me ve a mí; además ha empezado a parpadear demasiado—. No puedo decirte desde hace cuánto tiempo se lleva a cabo esto, algunos dicen que ocurrió desde que el presidente Snow asumió la presidencia, pero nadie está seguro. Los encuentros son arreglados por el presidente o alguien cercano a él, no lo sé. Cada vez que te necesiten, te harán llegar una notificación, en ella no te dice de forma literal la razón por la que irás al Capitolio, pero no es necesario. El presidente siempre pone sobre aviso a los vencedores al final de la gira de la victoria.

— ¿Y no hay nada que pueda hacer para impedirlo?—pregunto con impotencia.

—No

— ¿Y si no acudo a la cita?

—Tu familia pagará las consecuencias.

— ¿Qué? Él no me dijo nada de eso—digo sintiendo una fuerte opresión en el pecho. Mi familia no puede ser involucrada en esto—, dime que no se atreverá a matarlos, Sarah, por favor.

VENCEDORES: hay juegos peores que jugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora