El pájaro de oro

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⊱✧⊰Esta obra es un retelling boyslove del cuento «El Pájaro de Oro», de Jacob y Wilhelm Grimm. Puedes encontrar el enlace para leer el cuento original en los comentarios de este párrafo.


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En el jardín del castillo del rey, poco antes del nacimiento de su tercer hijo y la muerte de su esposa, un día brotó un árbol que daba manzanas de oro cada temporada.

Cuando las manzanas maduraban, el rey y la gente del castillo las contaban, las recogían y las volvían a contar. Sin embargo, después de varios años con cuentas limpias, un día faltó uno de los frutos. Al enterarse el rey de aquel suceso, temeroso de que hubiese un ladrón en el castillo, ordenó que se montara una estricta guardia al pie del árbol.

La primera noche el rey envió a su hijo mayor a vigilar el jardín. No obstante, este último no pudo soportar el sueño y se quedó dormido al llegar la medianoche. A la mañana siguiente, hizo falta otra manzana.

El rey, entonces, le encargó la guardia a su segundo hijo, pero este también se quedó dormido la noche siguiente y, por la mañana, faltó una manzana más.

Para la siguiente guardia, el hijo menor del rey se preparó con diligencia, sin embargo, su padre no confiaba mucho en él. Era de mente dispersa y jamás tenía los pies sobre la tierra; seguramente fallaría, al igual que sus hermanos.

A pesar de eso, el rey se compadeció de su hijo y le dio una oportunidad para descubrir qué estaba sucediendo con sus manzanas de oro.

El muchacho se instaló justo bajo el árbol para su guardia. Acostumbrado a pasar noches en vela componiendo canciones y haciendo dibujos —pues soñaba mejor despierto que dormido—, no tuvo dificultad para permanecer con los ojos bien abiertos.

Al llegar la medianoche, el príncipe notó que la voz del viento cambiaba de repente; cuando miró hacia arriba, iluminado por los plateados rayos de la luna llena, vio a un pájaro cuyo plumaje irradiaba una inigualable luz dorada. El animalillo se posó sobre una rama del preciado árbol, tomó una manzana sin reparar en el joven que le observaba con asombro, y se dispuso a volar nuevamente.

El príncipe le lanzó una flecha al ave tan pronto como pudo, pero como de costumbre esta no dio en el blanco, sino que rozó al pájaro quitándole una sola pluma. El joven la recogió, esperando que fuese suficiente, y al amanecer se la mostró a su padre, contándole lo sucedido con pelos y señales.

—Una pluma como esta vale tanto como todo el reino —dijo el rey, y su Consejo estuvo de acuerdo—. Siendo tan valiosa, no me basta con una sola. ¡Quiero al pájaro entero!

Inmediatamente después de esa declaración, el soberano envió a su hijo mayor a buscar al pájaro de oro. Este último confiaba plenamente en que lo encontraría, hasta que después de un día de camino comenzó a desesperarse. Se adentró en el bosque, pensando que ahí podría encontrar señales del animal, no obstante, lo único que encontró fue un zorro grande, con ojos ambarinos y pelaje amarillo como el oro.

—Encontrar al ave que quiere mi padre está siendo demasiado tedioso —murmuró el joven para sus adentros—. Tal vez, si le llevo la piel de un zorro tan único como este, podría olvidarse del dichoso pájaro.

Con eso en mente, el hijo mayor preparó su arco y apuntó hacia el zorro. Al verlo, el animal detuvo al cazador.

—¡No me mates! —exclamó, alarmado—. Perdóname la vida y... ¡Ya sé! Te daré a cambio un buen consejo. Sé que eres un príncipe, y que buscas al pájaro de oro. Pues lo encontrarás si pasas por el pueblo que está a la salida del bosque. Llegarás a él en la noche, si vas a buen paso; allí habrá dos posadas, una frente a la otra. Entra en la que tiene aspecto menos llamativo, pues te será imposible salir de la otra, que está bien iluminada y siempre tiene fiesta.

El príncipe rio.

—Estaría loco si siguiera los consejos de un animal —se burló. Volvió a tensar el arco y disparó, pero el ágil zorro logró escapar a la flecha, adentrándose asustado en partes del bosque a las que el humano no podría llegar.

El hijo mayor, al anochecer, salió del bosque, pues en ningún momento el pájaro de oro se había aparecido frente a él. En el pueblo al que llegó estaban las dos posadas que el zorro había mencionado; una de ellas, efectivamente, tenía algarabía, música, baile e, indudablemente, buenos juegos; la otra posada era oscura y melancólica.

—¿Y cómo es que un zorro piensa que una posada tan triste como esa es mejor que una en donde todo tiene vida? De verdad que los animales no entienden lo que son las cosas buenas —se dijo el joven antes de entrar en la posada alegre. Ahí, quedó atrapado. Dejándose llevar por el jolgorio, se olvidó de todo: del pájaro, de su padre, de su título e incluso de sí mismo.

Cuando pasó un tiempo y el hijo mayor no regresaba todavía, el rey envió a su hijo segundo en busca del pájaro de oro con el que ahora estaba encaprichado. Este príncipe pasó por lo mismo que el primero: entró al bosque, se topó con el zorro de pelaje dorado y recibió su consejo. Al igual que su hermano, le ignoró. Llegó a las dos posadas y, al asomarse el hijo mayor por la ventana e invitarlo a la gran fiesta de su fonda, el segundo no se pudo resistir. También quedó atrapado en la posada.

Tras varias semanas sin que los príncipes regresaran, el hijo menor del rey se ofreció a salir en busca del pájaro de oro. Quería demostrarle a su padre que podía hacer por él tanto como sus hermanos. No obstante, el rey se resistió a las primeras súplicas de su hijo.

—No tiene caso dejarlo ir —le decía a su Consejo cada vez que el príncipe menor repetía que buscaría a su ave—. Este chico no va a encontrar al pájaro de oro, si sus hermanos tampoco han podido hacerlo. De los tres, es el menos avispado; si se mete en líos, no sabrá salir de ellos.

A pesar de las veces que el rey se negó a dejar ir a su hijo, este insistió tanto que logró hacerlo ceder por fin a sus peticiones, con tal de que le dejara en paz.

El joven príncipe salió a buscar al pájaro de oro inmediatamente después de conseguir la venia de su padre. Se encontraba entusiasmado, pues rara vez salía a pasear tan lejos y se había esforzado los últimos meses en mejorar sus habilidades con el arco y con la espada. Deseaba probarse a sí mismo.

Sin embargo, el sentido de la orientación del muchacho era malísimo. Al llegar al bosque y adentrarse en él, no tardó en extraviarse; el príncipe dio vueltas y vueltas por los senderos más claros del bosque, sin encontrar salida. Exhausto y temeroso, el joven se sentó sobre una roca a pensar con preocupación en lo que haría al caer la noche...

—Todo esto me gano por insistir tanto en buscar al pájaro de oro —se dijo, suspirando, antes de hundir su rostro entre sus manos.

Absorbido por la preocupación, el príncipe no escuchó que algo se acercaba él. 

El Zorro y el PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora