El jardín del rey

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La princesa de Oro logró abrir la puerta de la torre después de un gran esfuerzo. Había pasado toda una noche buscando la forma de escapar.

Bajó las escaleras sin demora, burlando a los guardias que tenían encomendado procurar que no saliera de la torre. Cuando la dama llegó a los salones principales, empero, se topó con un escándalo: los dos hermanos mayores discutían a voces con un joven médico que trataba de dialogar con el rey. Este último, al ver a la princesa, la llamó; los hermanos le dirigieron una mirada amenazante.

—Princesa de Oro, ha aparecido en el momento oportuno —dijo el rey—. Mi hijo menor ha llegado, disfrazado, para decir que fue él quien consiguió al pájaro de oro y al caballo, contrario a lo que dicen mis dos hijos mayores. Sé que su Alteza sabe quién dice la verdad, pues estuvo ahí para verlo, pero no ha hablado desde que llegó al castillo. Me es necesario preguntar, entonces, ¿a quién debo creerle?

La princesa miró de reojo a los dos hermanos, que con una seña le exigieron silencio. Tomó una bocanada de aire antes de hablar.

—Quien tiene la razón es su hijo menor, Majestad —contestó ella, valerosa—. Me temo que las tropelías que los otros príncipes han cometido no son dignas de perdón, a menos que en este reino aquellos que traicionan a alguien de la realeza suelan quedar impunes.

Sin titubeos, la princesa contó todo lo que sabía, haciendo coincidir su historia con la del príncipe más joven. El rey quedó asombrado por lo acontecido entre sus hijos, y llamó a la corte a una severa junta para resolver el asunto.

Los dos hijos mayores fueron detenidos y, al oírlos confesar, el rey optó por despojarles de sus títulos y privilegios, además de enviarlos lejos de su reino, muy decepcionado. El príncipe menor, por su parte, recibió el derecho al trono, convirtiéndose en el sucesor de su padre, así que comenzó a entrenarse para su futuro puesto con ayuda de la princesa de Oro, quien le daba valiosos consejos.

A pesar de todo, el joven no estaba del todo alegre. No se sentía completo con la aprobación del rey, incluso después de haber pasado por tantas penurias para conseguirla.

Al notar la inconformidad del príncipe, la princesa de Oro le preguntó qué sucedía. Escuchó con atención sus problemas, para después hacer todo lo que estuvo en sus manos con tal de convencerlo de que él no tenía que buscar la aprobación de nadie, más que la propia. Conversó con él por un largo rato, hasta que el príncipe se sintió mejor; en agradecimiento, él invitó a la princesa a conocer el precioso jardín de su castillo.

En aquel lugar encontraron al pájaro de oro, posado sobre la rama de un árbol seco que los jardineros aún no habían quitado. La princesa lo saludó con una sonrisa.

Al dirigir la mirada hacia el centro del jardín, la doncella se llevó una gran sorpresa: en aquel lugar, rodeado por una cerca dorada y enmarcado con florecillas de colores, estaba un árbol repleto de manzanas de oro. 

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N.A.: Y bien... El próximo capítulo es el final de este cuento de hadas. ¡Muchas gracias por seguir la historia hasta este punto! 

¿Qué crees que suceda con nuestro zorro de oro, ahora que se ha quedado en el bosque? ¿El príncipe y él se volverán a ver?

El Zorro y el PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora