〔⚡〕VALHALLA | ❝ Cuando estoy contigo, es como si ya estuviera en Valhalla. ❞
Hilda Haddock fue entrenada desde niña para matar dragones, pero todo cambia cuando su hermano menor Hipo le abre un nuevo panorama.
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TODOS INTENTABAN CONTROLAR A LOS DRAGONES BEBÉ, PERO era prácticamente imposible. Con suerte, podían direccionarlos a donde querían y cada tanto el grito de alguno podía escucharse al aproximarse a una caída. Finalmente, pudieron llegar a Berk entre la inmensa niebla que los rodeaba, encontrándose con el lugar repleto de hielo y los dragones siendo controlados por el Alfa.
— ¡Se llevó a todos los dragones!— exclamó Patapez.
— Distraigan al Alfa— ordenó Hipo—. Que no se concentre en Chimuelo.
— ¿Cómo?— preguntó Brutacio.
— ¿Olvidan con quién están volando?— cuestionó Eret, llamando su atención— ¡No hay un solo dragón vivo que no pueda domar!
— Oh, ¿en serio?— preguntó Hilda con sarcasmo, antes de tirar uno de sus brazaletes al océano, llamando la atención del pequeño dragón de Eret, el cual voló rápidamente para atraparlo.
— ¡Excepto este!— gritó el hombre en la lejanía, haciéndola reír.
— Novato— rió Patán.
Lentamente, comenzaron a acercarse haciéndose visibles ante su pueblo, quienes estaban felices de su llegada, festejando.
Hilda, junto a al resto, no perdió tiempo bajando del dragón para ir por la catapulta de ovejas. Mientras Hipo se acercaba a Drago, lanzaron la primera oveja, distrayendo al Alfa.
— ¡Sigan lanzándolas!— les ordenó, preparando la catapulta para la siguiente.
— ¡La oveja negra, nena!— exclamó Patán con una sonrisa, que se desvaneció al ver las caras de Hilda y Brutilda.
Cada tanto, Patapez hacía sonar el cuerno de alarma para ayudar en la distracción.
La oveja negra aterrizó en el rostro del Alfa, cayendo lentamente por su rostro hasta caer nuevamente.
Pero las risas se apagaron, cuando el Alfa se preparó para atacarlos. Para su suerte, Patapez volvió a sonar el cuerno, distrayéndolo nuevamente. El dragón lo descubrió, lanzando hielo hacia su dirección.
— ¡Patapez!— gritó Hilda, preocupada.
— ¡Estoy bien!— se escuchó en la lejanía, permitiéndole respirar nuevamente.