En el interior de la nave, el capitán Sam Stones se entretenía lanzando una vieja pelota de béisbol hacia el techo. Su compañero, el joven Steve Adkins, perteneciente a una de las primeras generaciones nacidas en las colonias de Marte, repasaba los cálculos de la próxima trayectoria.
En ese momento se aproximaban a Dione, uno de los satélites de Saturno. Hasta ahora, solo dos lanzaderas habían estado realizando trabajos de exploración allí. Ellos completarían el trabajo iniciado por sus antecesoras. Serían los últimos hombres sobre Dione.
—Unas 19 horas —Informó Adkins, pero Stones no respondió—. Sería bueno que durmiéramos ahora.
—Yo me quedo a disfrutar de las vistas.
Adkins echó un vistazo afuera. En la negrura espacial solo se vislumbraba el resplandor que emitía Saturno bajo ellos. El joven martiano cogió una baraja de cartas sobre la mesa.
—¿Una partida? —Stones asintió con la cabeza sin mucho esfuerzo—. Sales tú —dijo Adkins mientras repartía las cartas—. Quien gane pisa primero.
—Sabes que te dejo ese honor a ti, Steve—.
Stones ganó la primera ronda, quedaban otras dos.
—¿Te pongo un poco más de café? —preguntó Adkins mientras se levantaba hacia la máquina de café al otro lado de la cabina—.
—Sí, por favor. Después de tanto tiempo bebiendo de esa bazofia uno termina encontrándola exquisita.
Adkins preparó dos tazas, le entregó una a Stones y volvió a sentarse junto a él.
De repente, Stones vio algo que le hizo incorporarse rápidamente de su silla.
—¿Qué demonios es eso?
—¿Qué es qué? —Adkins miró extrañado a su compañero—.
—Ahí fuera, mira —señaló con la mano el inmenso vacío negro—. Hay algo ahí fuera. Se está moviendo.
Y era verdad. Un pequeño objeto que se iluminaba gracias al resplandor del planeta se hacía cada vez más grande ante sus ojos.
—¿Un asteroide?
—Imposible —contestó Stones sin dudarlo—. Es... Es una lanzadera. Y se está acercando.
Efectivamente así era. Una lanzadera espacial se estaba aproximando a la posición de Stones y Adkins. Tras unos minutos, y con las naves casi frente a frente, Stones cambió ligeramente la trayectoria para poder visualizar el lateral de lanzadera.
—¿Qué diablos? —dijeron ambos al unísono.
La bandera de los Estados Unidos de America lucía algo desgastada sobre el casco de la nave. En ese momento, por el radiotransmisor entró una comunicación. Adkins la activó:
"...Hicks. Me acompañan las astronautas Emma Armstrong y Victoria O'Neill. En misión especial para los Estados Unidos de America de La Tierra. Por favor, identifiquen su nave, su tripulación y el carácter de su misión. (...) Aquí Lanzadera Espacial de Exploración Interplanetaria Concordia. Al habla el capitán Alexander S. Hicks. Me acompañan las astronautas Emma Armstrong y Victoria O'Neill..."
Un calambre helado sacudió todo el cuerpo de Stones. Se volvió hacia Adkins con el rostro pálido.
—¿Qué ocurre? —preguntó éste último, preocupado por la reacción de su compañero—.
—El Concordia... No es posible.
—¿Qué no es posible?
Stones enmudeció durante unos segundos.
—El Concordia... —finalmente recobró la voz—. La Concordiafue una de las primeras naves que lanzamos a la exploración de Saturno... hace aproximadamente unos 100 años. Sí, hace unos 110 años. Es la única del programa Saturno con la que se perdió todo contacto cuando alcanzaron el planeta. Lógicamente, se les dio a todos por muertos.
ESTÁS LEYENDO
Perdidos en el tiempo
Science FictionA bordo de la Libre Occidente, el capitán Stones y el martiano Adkins pasan el rato antes de aterrizar en Dione cuando algo se cruza en su trayectoria y los conduce a un sorprendente descubrimiento.