Las superestructuras de las naves parecieron respirar más calmadamente cuando la maniobra de acoplamiento se completó con éxito y sus respectivas pasarelas quedaron conectadas. Stones y Adkins avanzaron a través de la misma. La última compuerta se abrió y al otro lado les esperaba la tripulación del Concordia. Alexander S. Hicks se adelantó apretó con fuerza la mano de Sam Stones.
—Es un honor tenerle abordo, capitán. Bienvenidos a la Concordia. Ellas son Emma Armstrong y Victoria O'Neill.
Los astronautas se saludaron entre ellos.
—El honor es nuestro —Stones y Adkins se mantenían reservados a la vez que admiraban el interior de la lanzadera, 100 años más vieja que la suya.
—No conocíamos la intención del gobierno de mandar otra lanzadera a Saturno. Al menos no tan pronto. Se supone que la siguiente iba a salir en unos dos años. Pensé que se trataba de los chinos.
—¿Cuánto tiempo llevan de viaje, capitán Hicks? –Preguntó interesado Stones—.
—Pues seguramente poco más que ustedes, imagino. Siéntense, por favor —dijo mientras señalaba unas grandes cajas de metal en el pasillo—. Fueron cuatro años y tres meses los que tardamos en alcanzar Saturno. Luego nos llevó unos doce días alunizar en la superficie de Rea. Allí hemos estado unos ocho meses. Y ahora, bueno... ¡Volvemos a casa! —un brillo pareció iluminar las tres sonrisas que al mismo tiempo se dibujaron en los rostros de los tripulantes del Concordia—.
ESTÁS LEYENDO
Perdidos en el tiempo
Science FictionA bordo de la Libre Occidente, el capitán Stones y el martiano Adkins pasan el rato antes de aterrizar en Dione cuando algo se cruza en su trayectoria y los conduce a un sorprendente descubrimiento.