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—Muy bueno, capitán Stones, ¡muy bueno! –Stones acababa de enseñarle a Hicks la fecha de su reloj de muñeca—. ¿Han venido desde La Tierra solo para hacernos esta broma? ¿Acaso ya no le queda nada al gobierno en lo que gastarse el dinero? —preguntó sarcásticamente Hicks. Adkins percibió cierto enfado en su rostro—.

—No es una broma, capitán —respondió solemnemente Stones—. Les invito a que vengan a ver la fecha interna en el ordenador central de nuestra nave y lo comprueben por ustedes mismos.

—¿También lo han modificado? —el tono bromista desapareció por completo de la voz del capitán del Concordia—.

—No sé si en su época era posible modificar el ordenador central, pero en la nuestra eso es tarea imposible para un humano.

—¿A qué demonios se refiere con eso?

—Inteligencia Artificial capitán.

Hicks vaciló unos segundos.

—Bueno, ¡ya basta! ¡Se acabó la broma! Se acabó —Hicks, alborotado, negaba con las manos—.

—¡Capitán! Capitán... —Stones le agarró de las manos, sujetándolas con fuerza, interrumpiendo su enfado e intentando calmarle—. Sé que es difícil de creer lo que les he explicado. Yo tampoco sé lo que está pasando. Por favor, ¡por favor! Entren en la Libre Occidente. Entren y echen un vistazo. Fíjense en la tecnología dispersa por toda la nave. 100 años de diferencia. Yo tampoco entiendo lo que está pasando.

Tras un tenso silencio, Hicks se soltó y se movió hacia la pasarela y avanzó a través de ella. Con un gesto de la cabeza ordenó a Emma y a Victoria que le siguieran y los tres entraron en la Libre Occidente.

Stones y Adkins siguieron a los tripulantes del Concordiamientras éstos, ciertamente intranquilos, se adentraban en las entrañas de la nave y reparaban en los distintos y sorprendentes detalles que ésta les ofrecía. Un silencio pesado, nuevamente, volvió a inundar el lugar.

Llegaron a la cabina de mando, al frente de la nave. Por encima del cristal, rodeados de cientos de luces y diferentes botones, unos grandes números rojos lucían inocentes.

Hicks nada más verlos clavó su mirada en el suelo. Adkins casi pudo escuchar los engranajes en su cabeza intentado encontrar una lógica a todo lo que estaba ocurriendo. El capitán del Concordia volvió a hablar, esta vez fue la confusión la que personalizó su voz, no el enfado:

—Despegamos de La Tierra el verano de 2042. Según nuestros relojes y el ordenador de abordo, hemos pasado casi cinco años fuera... Es el año 2047. Es... debería ser primavera o casi verano de 2047 en la Tierra, ¡por el amor de Dios! —Hicks se desplomó en el suelo, casi sin fuerzas—.

—¡Capitán! —Victoria se agachó para ayudarlo.

—¿Es verdad entonces, capitán Stones? –Emma Armstrong se adelantó y preguntó, casi con la voz rota—. ¿Es verdad, como se ve en ese reloj, que estamos a 4 de Marzo del año... 2155?—

—Lo único que puedo contestarle ahora mismo es que, hasta donde yo creo saber, sí, estamos en el año 2155 –respondió perplejo Stones—.

Perdidos en el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora