El joven no podía creerlo, rascó su cabeza desesperado, atrás las chicas del club hacían sus tareas sin ningún inconveniente, todas eran ajenas al conflicto que cargaba el único varón del grupo.
A excepción de una pero prefirió no decir nada por el momento.
El circulo rojo sobre la fecha de ese día era lo que lo había tomado desprevenido, él aseguraba que tenía tiempo de sobra, nunca supo en qué momento pasó todo tan rápido, pero lo que era cierto es que era 14 de febrero.
Aún así decidió no descuidar sus tareas en el club, mala idea, por andar distraído varías veces estuvo a punto de pincharse con la aguja y de coser una tela al revés.
Chasqueó la lengua, se había percatado a tiempo pero no era propio de él tales errores, pasaron las horas y poco a poco las chicas se fueron retirando hasta quedar solo.
O eso creía, la azabache se sentó al borde del escritorio mientras éste acomodaba sus cosas.
—¿Todo bien? —La pregunta desconcertó al presidente del club, alzo su vista hasta los orbes azules que parecían examinarlo —,te noto extraño. ¿Te preocupa algo?
—Ah, que vergüenza —expresó, llevando una mano a su cabeza —,la verdad es que sí, no terminé mi regalo a tiempo.
La chica abrió sus labios ligeramente, no podía creer lo que escuchaba —¿Te interesa alguien? ¿La conozco? —cuestionó con ligera emoción.
El chico negó —Es de otra escuela —explicó, la contraria se desilusionó, pero trató de no demostrarlo.
—Entiendo, si estás tan desesperado puedo ayudarte
—¡¿En serio!? ¡Gracias! —hablo él, contento por la repentina ayuda, pero la joven puso un dedo sobre sus labios antes de que pudiera decir algo más.
—Te advierto que no es algo de otro mundo, pero es mejor que presentarse con las manos vacías —Le advirtió, tomó sus cosas y le hizo una seña de que la siguiera.
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Observaba lo que traía entre manos, no sabía qué decir.
No era lo mejor pero...
—Te dije que no era algo de otro mundo —abordó la azabache —,si le gusta el dulce es un buen detalle para ella —Su tono era bajo, ligeramente triste, pero Mitsuya estaba muy estresado para centrarse en aquel detalle.
—No importa —Le sonrió —,gracias por ayudarme, al menos no voy con las manos vacías —Una suave risa acompañó el comentario, la colegiala se dio la vuelta y alzó su mano a modo de despido.
El de cabellos lilas se llenó de valor, por suerte el parque no estaba lejos del hogar de Yuzuha, no era el mejor regalo pero algo es algo.
Con su destino en mente comenzó su ruta, pensando en qué decirle, pero lo malo es él es que cuando piensa en algo se olvida de lo que lo rodea.
No supo cómo o cuándo, pero ahora la crema y fresas estaban esparcidas en la calle, a su lado, un niño lloraba con los restos de la crepa recién comprada sobre su cabeza.
Nunca había odiado tanto a un niño en su vida hasta hoy.
Las disculpas de la madre del menor no solucionarían nada, ya había caminado un tramo considerable como para devolverse, el joven soltó un pesado suspiro mientras buscaba una solución a su problema.
Éste pensó en rendirse, pero cuando lo había decidido ya estaba frente a la puerta, Yuzuha estaba a un llamado de distancia, apretó su mano donde cargaba unas pocas flores que había agarrado en el camino.
Se sentía patético, aún así ya había llegado a su destino, no podía echarse atrás.
Tocó el timbre dos veces.
Los segundos pasaban y no abrían, miró a ambos lados pero no vio a nadie
¿Se había equivocado?
Escuchó unos pasos detrás de la puerta, su corazón dio un vuelco, esbozó una ligera sonrisa para contener sus nervios.
Por fin, ésta se abrió dando lugar a la tensión desde el primer segundo.
No hicieron falta palabras, el silencioso enfrentamiento de miradas no daba lugar al diálogo, los orbes dorados observaban al más pequeño, pero Takashi no mostraba signos de retirarse.
—¿Qué quieres? —abordó tajante, el más grande se apoyó en el marco de la puerta, su altura y musculatura espantaría a cualquiera, sin contar sus facciones que le daban un aspecto terrorífico.
—Busco a Yuzuha —Respondió, Taiju frunció su ceño, iba a preguntar el por qué pero era más que obvio, y eso no le gustaba.
—Ni pienses en decirme que no está o la llamaré —volvió a hablar el líder de la segunda división.
—No me gusta tu actitud, es mejor que te largues —abordó el mayor de los Shiba, estaba al borde de su limitada paciencia
—¿O si no qué? —contraatacó el otro.
Espero que las flores no se malogren mucho Fue la única preocupación del chico, listo para el ataque.
Antes de que la situación empeorara una voz femenina se escuchó a lo lejos, en segundos una joven de cabello largo se posicionó al lado de Taiju, dirigiéndole una mirada de reproche al más alto.
Este no dijo nada y se largó, lanzándole una última mirada de advertencia al de ojos lilas.
—Lamento eso, estaba ocupada en mi cuarto y no pude abrirte, no sabía que vendrías hoy —dijo ella, todavía llevaba su uniforme escolar, de seguro había llegado hacía poco.
Mitsuya aclaró su garganta, no espero más y extendió su mano con las flores, la pelirroja no entendió el gesto al principio pero luego recordó la fecha.
Tomó el detalle algo nerviosa, sus mejillas ahora estaban rojas al igual que las del varón, éste se había quedado en blanco.
—Gracias Mitsuya, es un lindo detalle —expresó, no podía creer que existiera un chico que tuviera la valentía de enfrentarse a su aterrador hermano para darle un obsequio.
—Lamento no traer algo mejor pero yo...
—No, lo digo en serio, es muy dulce de tu parte —acompañó la frase con una sonrisa, las más bella a ojos de Takashi que quedó maravillado. —¿Gustas pasar?
—Lo siento pero debo irme a casa, ya sabes, no puedo dejar a mis hermanas solas.
—Oh, entiendo —respondió ella, triste de escuchar aquello.
—Pero si quieres, bueno... —Hizo una pausa —.Podemos ir al cine el sábado ¿Quieres?
Los ojos de la chica brillaron ante la propuesta, presa de la emoción.
—Claro. ¿Es una...?
—¿Cita? —completó el otro, su rostro estaba rojo como un tomate —.No me molestaría que lo vieras así.
La pelirroja soltó una risa —Te veo el sábado.
—Si, estaré ahí.
—Me saludas a tus hermanas —expresó, guiñándole un ojo antes de cerrar la puerta.
Mitsuya no sabía cómo describir lo que sentía, era como si miles de fuegos artificiales estallaran en su interior, la de felicidad, ansiedad, victoria y muchas otras hacían un extraño cóctel que nunca había experimentado antes.
Regresó a casa victorioso, decidido a terminar el vestido que dejó a medias, no pudo entregárselo el día que tenía previsto pero se lo daría el sábado sin falta.
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