02. Vueltas por la ciudad.

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Caminaron por las calles camino a un gran edificio, pese a que Newt decía tener cosas que hacer, la mujer lo guío hasta su destino.

—¿Qué está haciendo en Nueva York?— preguntó ella.

—Eh, comprando un regalo de cumpleaños.

—¿Y no lo encontró en Londres?

—Eh, sólo hay un criador de puffskein apalusa y vive en Nueva York. Entonces no.

Llegaron a la entrada del edificio, y la mujer se acercó a un portero.

—Traigo un inciso 3-A— el portero abrió la puerta —. Oiga, y por cierto, no permitimos la crianza de animales mágicos en Nueva York. Clausuramos a ese tipo hace un año.

Entraron al lugar, había una escalera central que arriba tenía un reloj medidor de amenazas como si fuera un candelabro. El reloj decía: "NIVEL DE AMENAZA DE DETECCIÓN MÁGICA: GRAVE ACTIVIDAD INEXPRIMABLE".

Un lugar extraño e indescriptible, pero cumplía con la definición de oficina. Aves sobrevolaban por las alturas, y el techo final no podía verse, pues una ilusión le daba la apariencia de un cielo y nubes.

Al pié de la parte superior de la escalera, había una banca junto a una máquina lustradora de varitas, que era operada por un elfo doméstico.

Junto a este puesto, estaba un ascensor, que igual tenía a un elfo como operador. Se acercaron al ascenso, y la puertas se abrieron.

—Hola, Goldstein.— dijo el elfo.

—Hola, Red— devolvió el saludo —. Al Departamento de
Investigación Mayor...

—Creí que te habían...

—Al Departamento de Investigación Mayor. Traigo un inciso 3-A.— interrumpió.

El elfo doméstico seleccionó el botón y las puertas del ascensor se cerraron.

La presidenta y otras personas revisaban el ataque de está criatura extraña y destructiva.

—La confederación Internacional quiere enviar una delegación. Creen que tiene que ver con los ataques de Grindelwald en Europa.— informa la presidenta.

—Yo estaba ahí— dijo el mismo hombre que observó antes los escombros del edificio caído y la huida de la criatura extraña y desconocida —. Lo hizo una bestia. Ningún humano puede hacer lo que hizo ella, señora Presidenta.

—No importa qué sea, algo está claro, debemos ponerle fin— dijo ella —. Aterra a los nomagos, y cuando los nomagos tienen miedo atacan. Puede significar exposición, y de paso guerra.

El hombre levantó la vista y se incorporó, provocando que los demás en el cuarto vieran a la misma dirección. El hombre y la presidenta caminaron hacia la mujer del hotdog y el británico que traía con ella.

—Dejé muy clara su posición aquí, Srta. Goldstein.— habló la presidenta.

—Sí, señora Presidenta...

—Usted ya no es una aurora.

—No, señora Presidenta, pero...

—Goldstein.

—Pero hubo un pequeño incidente...— trató de explicar, sin tener chance de hacerlo.

—Esta oficina está ocupada con incidentes mayores. Váyase.— ordenó a mujer.

—Sí, señora.— acató la órden directa.

Pasaron por una gran oficina con máquinas de escribir en función por sí solas.

Un amor fantásticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora