Pasó una semana entre lloviznas tenues y neblinas frescas. Y día tras día Aileen encontraba flores de mirto sobre su edredón. Aileen, por su parte, las recogía y las metía en botes de cristal, dejándolos luego sobre el tocador. Una mañana, para su sorpresa, encontró un clavel blanco sobre la almohada. ¡Aquel espectro había estado en su habitación, mientras dormía, y no le había visto!
-¡Vaya! -Lo cogió con suavidad y sonrió. Aileen no tenía miedo. Aquel juego tenía algo de mágico. De irreal.
Sonó el teléfono móvil con impertinencia, y Aileen soltó un bufido.
-¡Oh, Dios! -se quejó-. Ni un domingo me dejan tranquila. Llevan una semana entera sin llamar, y precisamente hoy...
Lo cogió de la mesilla y se lo llevó a la oreja sin levantarse de la cama.
-¿Diga? -Hizo una pausa para escuchar-. Sí, vale. ¿En treinta minutos? De acuerdo, les espero en la puerta. Hasta luego.
La mudanza. Estupendo.
Aileen salió disparada de la cama, se vistió, se peinó, se lavó la cara, se tomó un café apresuradamente y salió a la calle a esperar la llegada del camión.
Hacía frío aquella mañana. Miró el reloj de su muñeca. Solo habían pasado diez minutos desde la llamada. Y entonces se le ocurrió una idea.
-Si quienquiera que sea me regala flores, ¿por qué no voy yo a agradecérselo? -se dijo, mientras entraba de nuevo en la casa. Subió las escaleras hasta llegar a la alcoba y comprobó que allí seguía el clavel, reposando sobre la almohada.
Fue al escritorio y tomó asiento. Bolígrafo y papel. Fantástico. Comenzó a escribir, tras un instante de meditación, una nota de agradecimiento. Tenía mucho que decir, y deseaba demostrarlo. Aunque no sabía exactamente cómo.
Él miró por una ventana de la casa de al lado. Espiaba. Y la vio a ella, escribiendo. Su corazón comenzó una carrera frenética en el pecho.
"No tengo ni idea de cómo empezar esta nota, de modo que la comienzo como medianamente puedo.
No sé quién es usted, y tampoco sé si lo que estoy haciendo es lo correcto, pero lo hago con toda mi buena voluntad, así que ruego lo tome a bien.
Desconozco su identidad. No obstante me gustaría agradecerle las hermosas flores que me trae a escondidas a mi dormitorio. Obsequios como esos no se ven todos los días. No me pareció de buena educación aceptarlas sin más, sin agradecérselo siquiera. Mentiría si le dijese que no siento curiosidad por usted ni por sus formas de... hacer las cosas que hace, pero respeto su anonimato, ya que no sé los motivos por los que usted prefiere no presentarse.
Ahora que lo pienso, debe esforzarse mucho para que yo no le vea, ni le oiga, ¡ni siquiera le sienta!
Me siento idiota hablando así.
También quiero agradecerle el que la semana pasada me llevase otro par de rosas a mi cuarto. Entienda que me dolió el que me quitasen el primer par.
Bueno, no le molesto más. No lo he hecho tan mal, ¿verdad?
Aileen Myrna Watson.
-Sí, creo que con esto vale -dijo, releyendo sus propias palabras. Se levantó, dejó la nota cerca del clavel blanco, salió del cuarto y bajó las escaleras para salir, a la postre, a la calle.
Él, tras ver cómo la joven abandonaba la casa, salió de la de al lado por la puerta de atrás, como una sombra. Sin ruido. Sin cuerpo. Sin forma. Saltó la valla y subió por el balcón, hasta su cuarto. Nadie le vio. Nadie debía verle. No dejaba de ser un fantasma.
ESTÁS LEYENDO
Dos rosas
RomanceAileen Myrna Watson llega a una gran mansión escocesa con la ilusión del primer hogar. Pronto descubre que no se encuentra sola y que, de hecho, el amor llama a su puerta con más insistencia que nunca.