Capítulo 1

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Capítulo 1




Un lejano pero intenso pitido resonó en mi cavidad auditiva al mismo tiempo en que un molesto hormigueo de deslizó cual serpiente a lo largo de mi brazos. Aquel incesante sonido se fue agudizando hasta parecer taladrar mi tímpano. En ese momento como quien parece haber resurgido de los muertos abrí los ojos como platos y exhalé todo el aire que mis pulmones fueron capaces de almacenar. Unos potentes focos me cegaron al instante obligándome a pestañear repetidas veces hasta que mi vista se acostumbró a la luminosidad de aquel lugar. Todo a mí alrededor parecía recién sacado del mismísimo Olimpo; sábanas, mantas, almohadas, paredes, cortinas... todo de un siniestro color blancuzco.


Mi mirada escaneó la sala, absorbiendo cualquier tipo de información útil acerca de dónde me encontraba y lo más importante, ¿dónde se había metido todo el mundo? Aquella estancia estaba bastante lejana de ser la pista de atletismo o cualquier estancia relacionada con mi competición, esto debía ser algún tipo de broma pesada.


Mis lucubraciones cesaron cuando aparté aquella pulcra sábana de mi cuerpo y descubrí que estaba conectada a lo que, a simple vista, parecía ser suero inyectado directamente en vena. Fruncí el ceño y seguí con la mirada el tubo que desembocaba en una extraña bolsita con un líquido transparente, recordé haberla visto antes cuando ingresaron a mi hermano menor. Me revolví sobre el colchón intentando levantarme cuando sentí un profundo pinchazo en la parte posterior de la cabeza forzándome a tumbarme de nuevo. Poco a poco mi cuerpo fue perdiendo fuerza y por más que luchase por mantener ambos párpados abiertos el cansancio se abrió paso sumiéndome en una insondable pesadilla.

Cuando volví a recobrar el sentido parecía haber anochecido, la boca me sabía a óxido y sentía la garganta desgarrada debido a la sequedad del ambiente. De nuevo caí en la cuenta de que no me encontraba en la carrera, siquiera en mi casa o en el instituto. Tenía la extraña sensación de que a mi cerebro le costaba procesar la información y todo a mi alrededor daba vueltas.




Unos minutos más tarde la habitación había cobrado su posición real y me encaminé dispuesta a averiguar qué diablos estaba sucediendo. Recliné la espalda y volví a apartar la sábana. Llevaba puesto un ridículo camisón de hospital que, a juzgar por una inconfundible mancha rojiza en mi hombro derecho, había sido utilizada con anterioridad. Una desagradable arcada se debatió por mi esófago. Apoyé ambas manos sobre el colchón provocando un brusco tirón en la aguja que conectaba mi brazo con el suero, me arrepentí instantáneamente de mi imprudencia y presioné la parte posterior de mi codo con fiereza. Justo en ese preciso instante  me cercioré de que una especie de escayola recubría ambas piernas desde la parte inferior del muslo hasta la punta de mis dedos.


— ¿Qué diablos? —exclamé. Pero mi voz sonó más desesperada de lo que en realidad me sentía.


Podría decirse que aquello fue la gota que colmo el vaso. Cual niña pequeña intenté con todo el ahínco posible arrancar a pedazos aquel estúpido material de mi pierna, no cabría destacar que mis esfuerzos fueron en vano. Totalmente desesperada moví mis inertes piernas con ayuda de mis manos. Sólo cuando mis piernas colgaron de la cama fui testigo del peso de ambas escayolas, algo así como llevar dos bloques de cemento en los pies.


¡Estupendo! Me dije a mi misma.


El siguiente reto consistía en ponerse en pie y salir de aquel silencioso lugar, no obstante, dudaba seriamente en cómo iba a lograr tal hazaña con dos yunques pegados a mis piernas.


Piensa, Charlie, piensa.


De todos modos tarde o temprano debía hacerlo así que respiré hondo y tan delicadamente como pude posé ambos pies sobre el reluciente suelo de la habitación. Hasta el momento todo iba bien. El problema apareció cuando apoyé todo mi peso sobre mis piernas, insegura me balancee de delante hacia atrás procurando no perder el equilibrio. Para mi desgracia lo perdí. Mi pierna derecha avanzó descontrolada y en menos de un segundo mi cara rozó el suelo, al parecer mi patético intento de agarrar la cortina que dividía la habitación en dos compartimentos no dio sus frutos.


Definitivamente estaba en un buen lío. 




**

Hola, hola chicos

Aquí os dejo un nuevo y reluciente capítulo para que lo disfrutéis.

Gracias a aquellos que han votado y comentado, sois mi pequeño brote de esperanza.

Votad y comentad, por favor. Es mi único consuelo.


¡Hasta la próxima!

Simplemente Charlie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora